Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

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Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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domingo, 11 de abril de 2010

Homilía Dominical

2º Domingo de Pascua
Lecturas
Hch 5,12-16
Ap 1, 9-1 la. 12-13. 17-19

Jn 20,19-31


En estos días pascuales seguiremos celebrando el triunfo de Jesús sobre la muerte y el mal, y junto con su victoria, recordamos que el cristianismo es mensaje de vida, que Dios se interesa por nuestra vida y quiere que vivamos en plenitud. El Evangelio de San Juan culminaba hoy diciendo que estos relatos fueron escritos "para que ustedes crean...y creyendo tengan vida". El texto nos muestra que la vida de Jesús resucitado se nos ofrece por medio de la fe.

También el Evangelio de hoy nos habla de la fe de los primeros discípulos y de la necesidad que ellos tuvieron de crecer en la fe. Nadie es creyente de una vez para siempre, sino que la fe es un don que hay que actualizar y cultivar. En el caso de los apostóles, su proceso de fe los llevó a pasar del temor a la confianza, de la tristeza a la alegría, del encierro a una actitud abierta de testimonio y servicio. Por otra parte, la fe en el Resucitado les devuelve la paz y serenidad que habían perdido por la desilusión causada por la muerte de Jesús.

La liturgia de hoy también nos propone otro modelo de creyente: el apóstol Tomás. Aunque solemos pensar en él como "el apóstol incrédulo", por aquella expresión suya "si no lo veo, no lo creeré", mas bien su actitud parecería reflejar el anhelo más profundo de toda persona, que es hacer la propia experiencia en las cosas que realmente importan en la vida. Nadie puede ser reemplazado en la vivencia de la fe, todos tenemos que encontrarnos con el Resucitado a través de los signos que Él mismo nos ofrece. Querer involucrarse personalmente en un conocimiento tan comprometedor como es la fe parece lógico y sano, ya que lo contrario sería credulidad o ingenuidad o superstición, pero no la fe verdadera.

Tampoco la duda es enemiga de la fe, aunque a veces pensemos lo contrario. La duda es signo de un espíritu que no se conforma con cualquier explicación, sino que busca razones, tal como la misma Escritura nos lo manda: "estén dispuestos a dar razón de su esperanza" (2 Pe 3,15). Dudar a veces es la consecuencia del querer ser fiel a uno mismo y a la propia conciencia antes que seguir cualquier mensaje. Claro que esto es sano siempre que haya humildad y apertura mental para reconocer la verdad donde ella se encuentra y no aferrarse a los propios criterios como si fueran Palabra de Dios. Y también es cierto que no es normal dudar eternamente de todo: en ese caso la duda se transforma en sospecha, que es una actitud distinta y muy corrosiva.

El apóstol Tomás también nos muestra otra característica de la fe: ella es aceptar el testimonio de otro. Tenemos fe cuando aceptamos lo que otro nos dice, en el caso de Tomás, sus hermanos apóstoles. En realidad, esto es así en casi todas las cosas de la vida, sobre todo en las más importantes para nosotros: en el mundo de los afectos, de la familia, de las amistades, de los vínculos que realmente nos importan... En todos esos ámbitos el conocimiento que tenemos del otro (el cónyuge, el novio, el amigo, el hijo) es porque le creemos. Sin esa confianza básica en lo que el otro nos dice, no hay niguna comunidad que pueda subsitir. Por eso es que la fe siempre es comunitaria: Tomás tuvo que descubrir que sólo se quedaba sin Jesús, que sólo podía experimentar el encuentro con el Resucitado si aceptaba reunirse con sus hermanos. Es su conversión creyente, es su conversión comunitaria, podríamos decir que es su conversión social. También nosotros hoy volvemos a descubrir que la fe es experiencia de Iglesia, la comunidad que el Señor fundó, para quedarse en la palabra que en ella resuena y en los sacramentos que en ella se celebran.

Por último, hoy es el Domingo de la Misericordia. Jesús otorga a su Iglesia el Espíritu para el perdón de los pecados. La misericordia de Dios es el amor que no se deja vencer por el mal, ni por el rechazo, ni por el pecado, sino que siempre busca la salvación de todos. Nosotros también estamos invitados a traducir nuestra fe en obras de misercordia. Tal vez ése sea el testimonio más elocuente de nuestra vida creyente.

P. Gerardo Galetto

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