Domingo XXXIII del TO - Ciclo A
Lecturas
Ez 34, 11-12.15-17
I Co 15,20-26.28
Mt 25,31-46
Lecturas
Ez 34, 11-12.15-17
I Co 15,20-26.28
Mt 25,31-46
Los últimos domingos hemos venido escuchando parábolas en las que el Señor nos ha ido invitando a la vigilancia para no quedar fuera, al momento del Juicio, de la bienaventuranza eterna que Él nos ofrece. También comentábamos cómo estas advertencias las podemos verificar desde ahora cuando no ponemos en práctica sus enseñanzas. Si dejamos que se vaya apagando la lámpara de nuestra fe y de nuestro amor, los momentos de crisis pueden hacer que se rompa definitivamente nuestra relación con Él. Si mezquinamos egoístamente nuestros talentos no poniéndolos al servicio de su Reino, llegará el momento en que nos sentiremos vacíos. Hoy nos da la regla suprema: si no aprendemos a vivir la misericordia con nuestros hermanos tampoco podremos experimentar la del Padre. Ya en este mundo terminaremos sintiéndonos huérfanos.
¿Cómo hacer que nuestro corazón se incline hacia lo que una mirada simplemente humana encuentra poco atractivo o incluso rechaza? Se suele citar lo que le sucedió a San Francisco de Asís en el encuentro con el leproso y creo que nos viene bien recordarlo. Francisco, acostumbrado a la buena vida y sus placeres, sintió un gran deseo de huir apurando el paso cuando en su camino se cruzó con este hombre afectado por la enfermedad que en vida hacía que se pudriera su carne. Sin embargo bajó de su caballo y no sólo puso su limosna en la mano llagada sino que también la besó. En ese momento se llenó su corazón de una gran emoción y dulzura.
Así es con la misericordia, damos algo pero recibimos mucho más. Nos acercamos a alguien pero es Dios quien se acerca a nosotros. Ablandamos el corazón para con un hermano que sufre y conocemos mejor la blandura del corazón del Padre para con nosotros. Seguramente Francisco vio en ese hombre a Jesús, que asumió todas las llagas de la humanidad para acercarse y salvarlo a él: cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos lo hicieron conmigo.
Jesús desde la cruz se compadece de nuestra hambre y nos alimenta con el amor de su entrega. Viste nuestra desnudez con la gracia allí recuperada. Para nosotros, que caminamos sin sentido nos prepara una habitación en la casa del Padre. Con su perdón ofrecido nos libera de nuestra soledad y nuestra cárcel para hacernos vivir libres en la comunión de los hijos de Dios. Desde la cruz reina y en la cruz de nuestros hermanos nos espera para compartir su Reino.
¡María, Reina misericordiosa, ruega por nosotros!
¿Cómo hacer que nuestro corazón se incline hacia lo que una mirada simplemente humana encuentra poco atractivo o incluso rechaza? Se suele citar lo que le sucedió a San Francisco de Asís en el encuentro con el leproso y creo que nos viene bien recordarlo. Francisco, acostumbrado a la buena vida y sus placeres, sintió un gran deseo de huir apurando el paso cuando en su camino se cruzó con este hombre afectado por la enfermedad que en vida hacía que se pudriera su carne. Sin embargo bajó de su caballo y no sólo puso su limosna en la mano llagada sino que también la besó. En ese momento se llenó su corazón de una gran emoción y dulzura.
Así es con la misericordia, damos algo pero recibimos mucho más. Nos acercamos a alguien pero es Dios quien se acerca a nosotros. Ablandamos el corazón para con un hermano que sufre y conocemos mejor la blandura del corazón del Padre para con nosotros. Seguramente Francisco vio en ese hombre a Jesús, que asumió todas las llagas de la humanidad para acercarse y salvarlo a él: cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos lo hicieron conmigo.
Jesús desde la cruz se compadece de nuestra hambre y nos alimenta con el amor de su entrega. Viste nuestra desnudez con la gracia allí recuperada. Para nosotros, que caminamos sin sentido nos prepara una habitación en la casa del Padre. Con su perdón ofrecido nos libera de nuestra soledad y nuestra cárcel para hacernos vivir libres en la comunión de los hijos de Dios. Desde la cruz reina y en la cruz de nuestros hermanos nos espera para compartir su Reino.
¡María, Reina misericordiosa, ruega por nosotros!
P. Daniel Gazze
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