Jesús envía a los
Doce. Para que la Buena Noticia del Amor de Dios que vence el mal, que
cura, que convierte los corazones, llegue a todos Él quiere hacerlo
a través de este envío de los Apóstoles. Y comienza aquí una
caminata que atraviesa los siglos, porque en estos Doce la Iglesia entera
es enviada, apostólica. Y fruto de ella somos también nosotros. Hemos
creído porque se nos ha predicado. El Evangelio llegó a nosotros no
sólo por la lectura o los medios de comunicación social. Hubo un corazón
creyente que se acercó al mío en el calor del amor para invitarlo
a abrirse en la fe a la presencia y a las Palabras del Señor.
¡Qué bueno sería
suscitar en nosotros una admiración agradecida! Contemplar en una línea
histórica esta peregrinación evangelizadora de más de 2000 años
que hizo posible que hoy podamos gozar de la amistad con Jesús y de
sabernos su familia. Y al hacerlo, recordar las personas concretas que
fueron “nuestros” primeros apóstoles: una madre, un padre, alguno
de los abuelos, un amigo, un cónyuge, un catequista, un sacerdote…
¡Gracias especialmente a ellos por haber cumplido su misión, y a
Dios por haberlos puesto en nuestro camino!
Pero esta caminata misionera
debe continuar a través del espacio y del tiempo. Y, si de verdad la
fe se ha transformado para nosotros en motivo de paz y alegría profundas,
no podemos dejar de preguntarnos acerca del puesto que nos cabe en ella.
Con el mismo desinterés y testimonio de caridad que Jesús pidió a
los Doce, y que seguramente también vivieron nuestros apóstoles más
próximos, también nosotros nos sentiremos enviados. ¡Hay tantos que
esperan nuestra respuesta…!
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