El domingo 14 de noviembre celebramos el Día Nacional del Enfermo. Lo hacemos desde una mirada de fe y de fidelidad al Evangelio de Jesucristo. Ambas actitudes tienen en común una certeza: el enfermo es un hijo de Dios y un hermano mío, que vive una situación particularmente difícil. Es la fe la que nos permite descubrir más allá de los lazos familiares, personales o afectivos, la realidad en su profunda dimensión de verdad, con el compromiso de respuesta que ello conlleva.
Al ver en el enfermo a un hijo de Dios, que es mi hermano, no puedo quedar como espectador sino que la fe ilumina y orienta mi camino hacia él y compromete, además, una actitud. Una fe sin obras de misericordia, contradice el Evangelio y debilita nuestra comunión con Jesucristo. Él ha asumido nuestra condición humana en su fragilidad, y se ha identificado con los que más sufren. Es en ellos dónde Él nos espera.
En este sentido debemos hablar de una opción preferencial de Jesús por los más débiles. "¿Cuándo te vimos enfermo, Señor?", es la pregunta que hoy también podemos hacerle. La respuesta la conocemos: "cada vez que visitaste un enfermo ahí estaba yo" (cfr. Mt. 25, 31-46). Dios no nos crea para el dolor o la enfermedad, sino para la Vida Plena que es participación en su propia Vida. Nuestra condición humana es tiempo de camino, crecimiento y esperanza de plenitud. Debemos dar gracias a Dios por el avance de la ciencia que permite mejorar la condición humana, y crear mejores condiciones de salud. Lamentablemente, no siempre estos adelantos llegan a todos. Independientemente de esto, vivimos el tiempo de lo contingente, de lo frágil, no de eternidad, de lo definitivo. Nuestra condición de peregrinos siempre va a ser una realidad signada por lo débil e imperfecto. En este mundo, por ello, siempre caminaremos acompañados por el límite y el dolor, pero también con la certeza del Amor y esperanza de la Vida Plena. Hay una sabia pedagogía en nuestra condición humana que debemos saber leer.
La enfermedad hoy tiene rostros que antes no eran tan conocidos, pero que son dolorosos y preocupan. Me refiero a todo lo que tiene que ver con la salud psíquica y espiritual, que se manifiesta en signos de depresión, soledad, angustia, es decir, situaciones difíciles de sobrellevar y de convivir con ellas. Esto requiere no sólo conocerlas, el que las sufre es una persona que requiere de ayuda profesional, pero también de compañía humana y espiritual. En esto quiero valorar la tarea que la Pastoral de la Salud viene desarrollando en nuestra Arquidiócesis. ¡Cuántas sanaciones interiores que devuelven el sentido de la vida y la alegría de vivir! Son hechos que quiero ponderar y agradecer. Además, las permanentes visitas que realizan como voluntarios en los diversos Hospitales, casas de familia y lugares donde se encuentra ese hijo de Dios, que es mi hermano. Por ello, les decía, no debemos quedarnos contemplando y hablando del enfermo, sino sentirnos parte de la respuesta para mitigar su dolor. La fe nos ayuda a ponernos en camino, y al enfermo a descubrir el sentido de plenitud que tiene su vida.
Queridos amigos, elevando mi oración en este día por todos nuestros hermanos que sufren alguna dolencia, les hago llegar junto a mi afecto, mi bendición de Padre y amigo en el Señor Jesús y María Nuestra Madre de Guadalupe.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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