Domingo XXXIV del TO - Ciclo C
Solemnidad de Cristo Rey
Lecturas
2º Sam 5, 1-3
Col 1, 12-20
Lc 23, 35-43
Culmina el año litúrgico, con esta celebración de Cristo Rey. Y nos encontramos con este evangelio donde el rey al que celebramos en vez de honores recibe burlas, en vez de dictar sentencia perdona, y en vez de un título grabado en el mármol tiene un letrero sobre la cruz en la que está clavado. ¡Qué difícil es reconocer una realeza de estas características!
Y, sin embargo, sólo Él tiene la llave del Paraíso. Esa palabra que evoca el jardín donde Dios quiso poner al hombre creado por amor, el lugar hacia el que todo ser humano quisiera caminar si escucha en profundidad la voz de su corazón. Lugar que nos habla de plenitud de vida, de armonía y de paz.
En las posturas de los dos malhechores crucificados con Él se encuentra la disyuntiva que tarde o temprano toda la humanidad tiene que resolver al toparse con el sufrimiento y la muerte.
Para estar en el Paraíso, quisiéramos también nosotros identificarnos con el buen ladrón, del que San Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla en el s. IV dijo: "lo vio clavado en una cruz y le suplicó como si hubiera estado en un trono. Lo vio condenado y le pidió una gracia como a un rey. ¡Oh admirable malhechor! ¡Viste a un hombre crucificado y lo proclamaste Dios!"
Por eso podemos preguntarnos qué distingue a este malhechor del otro, por qué el buen ladrón ha robado el Paraíso. En primer lugar pide estar en el Reino de Jesús, no como el otro que piensa en una salvación sólo para este mundo. ¿No estamos a veces quizá también nosotros tentados de caer en el mismo reproche y decir: "Señor, tu Evangelio no nos sirve, no es efectivo para resolver nuestros problemas en este mundo, no sos el rey que necesitamos, hay otros poderes que pueden ofrecernos más seguridades"? El buen ladrón es capaz de intuir en el Corazón de Jesús el amor gratuito y generoso, que es el material del que está construido el Reino eterno. En segundo lugar también se da cuenta de la absoluta inocencia de Jesús. Está allí no porque tenga culpa alguna ("no ha hecho nada malo") sino para estar junto a él en la cruz y así hacer posible que esté también con Él en el Paraíso.
¡Cómo duele el sufrimiento de un inocente! Pero también cómo consuela (¡el único consuelo definitivo!) saber que hay alguien que está junto a nosotros y nos comprende íntegramente porque lo ha soportado con total inocencia y lo ha transformado en puerta del Paraíso.
En nuestro mundo de hoy, tan lleno de sufrimientos vividos en soledad se intenta eliminar los signos religiosos en lugares públicos. Me pregunto si no nos haría sentir todavía más solos el que, en medio de nuestro trajinar diario poblado de dificultades, no pudiéramos posar la vista un instante sobre la imagen de Jesús reinando desde la cruz. Y es así, queridos hermanos, como este buen ladrón se quedó con el Paraíso, se convirtió de malhechor en rey, de compañero de Jesús en el dolor en partícipe de su gloria. Aprendamos de él a confesar la realeza del Señor y a asociarnos a ella, viviéndola como entrega por la reconciliación y servicio a los que sufren.
Hoy estamos reunidos como pueblo de sacerdotes, profetas y reyes por nuestra condición de bautizados. Que al recibir el cuerpo entregado y resucitado de Jesús se fortalezca nuestra fe en su victoria y nuestra decisión de seguirlo también nosotros al Paraíso.
¡Feliz y santo domingo!
P. Daniel Gazze
HERMOSO!!! QUE LINDO PODER VOLVER A ESCUCHAR (LEER) TAN LINDAS HOMILAS
ResponderEliminarUna homilia para reflexionar y preguntarnos en que situación nos colocamos nosotros.Cristo el Rey de Reyes y Señor de Señores, pobre, no podía ser comprendido por la elite de su tiempo, cono no lo es por la del nuestro. Seremos capaces de coincidir con el buen ladrón y escoger la mejor parte?. Padre es ud, un buen Maestro y comunicador de la palabra Dios lo bendiga
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