Domingo XXXII del TO - Ciclo C
Lecturas
2º Mac 7, 1-2-.9-14
2º Tes 2,16 - 3, 5
Lc 20, 27-38
Se encuentra esta vez Jesús con los saduceos, un grupo de judíos que no creen en la resurrección, e imaginándola como una simple reedición de la vida terrena, le plantean una situación donde la solución en ese plano es imposible.
El Señor aprovecha la ocasión para hacer afirmaciones y distinciones importantes también para nosotros. La más importante es la que, citando a Moisés -en quien se apoyaban los saduceos-, dice que Dios es un Dios de vivientes. Moisés hablaba de Dios llamándolo "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob", que para entonces hacía mucho que habían muerto. Sin embargo Dios había establecido con ellos una alianza tan fuerte que ni la muerte podía destruir, y por eso sigue identificándose con ese nombre. Ellos están indisolublemente unidos a Él, ¡y por lo tanto vivos!
En la cruz de Jesús, Dios ha establecido la Alianza definitiva con su pueblo. Allí el Señor murió por
amor a cada uno de nosotros. Allí el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, que es también el Dios y el Padre de Jesús, pasa a ser el Dios de nosotros y el Padre de nosotros. Así se lo dice Jesús a María Magdalena en la mañana de Pascua: "subo a mi Padre y el Padre de ustedes; a mi Dios y el Dios de ustedes"(Jn 20,17). Y por lo tanto, si establecemos este lazo con Él por la fe y el amor no podemos morir: "todo el que vive y cree en mí no morirá jamás" (Jn 11,26).
Como esta Alianza se sella en el cuerpo crucificado y resucitado de Jesús, involucra también nuestro cuerpo: "creo en la resurrección de la carne y en la vida del mundo futuro" recitamos en el Credo cada Domingo.
Sobre cómo será esta resurrección, el Señor no nos da detalles y forma parte del Misterio que es su misma Vida. Sin embargo, sí podemos afirmar desde el Evangelio que cada acto de amor verdadero, es decir, vivido como Jesús, como don de la propia vida, participa ya del mundo definitivo que no puede morir ("el amor no pasará jamás" dice Pablo). Y que nuestro cuerpo (¡tantas veces banalizado y utilizado para el egoísmo!) cada vez que está al servicio de este tipo de amor se está preparando ya para la resurrección definitiva. Por último, también se nos dice en el Evangelio que en el mundo futuro los hombres y las mujeres no se casan. En este mundo el matrimonio entre el hombre y la mujer es el fundamento de cada familia. Pero en el mundo futuro, ¡habrá una sola familia!
¿No es acaso una manera de afirmar la importancia capital de cada familia para preparar al hombre a la fiesta familiar que será el mundo futuro? O lo que es lo mismo, ¿no recalca quizá Jesús la misión fundamental de la familia, que es educar a los hijos para que sepan hacer de su vida un don de amor, en favor de esa Familia grande que todos estamos llamados a formar en la resurrección?
Queridos hermanos, al celebrar la Misa, en esta reunión fraterna que quiere ser signo de esa única Familia, recibimos el cuerpo entregado y resucitado de Jesús. Que éste sea nuestro alimento para vivir el amor verdadero que nos haga pasar cada día con Él a la vida del mundo futuro.
Que María, Madre de esta familia grande que es la Iglesia, nos una al Corazón de su Hijo.
¡Feliz y santo día de la Resurrección!
P. Daniel Gazze
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