Teresa de Jesús
Doctora Seráfica
Doctora Seráfica
"Nada te turbe, nada te espante.
Todo se pasa. Dios no se muda.
La paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene, nada le falta.
Sólo Dios basta."
Nacida en Ávila en el año 1515, Teresa de Cepeda y Ahumada emprendió a los cuarenta años la tarea de reformar la orden carmelitana según su regla primitiva, guiada por Dios por medio de coloquios místicos, y con la ayuda de San Juan de la Cruz, quien a su vez reformó la rama masculina de su Orden, separando a los Carmelitas descalzos de los calzados. Se trató de una misión casi inverosímil para una mujer de salud delicada como la suya: desde el monasterio de San José, fuera de las murallas de Ávila, primer convento del Carmelo reformado por ella, partió, con la carga de los tesoros de su Castillo interior, en todas las direcciones de España y llevó a cabo numerosas fundaciones, suscitando también muchos resentimientos, hasta el punto de que temporáneamente se le quitó el permiso de trazar otras reformas y de fundar nuevas casas.
Maestra de místicos y directora de conciencias, tuvo contactos epistolares hasta con el rey Felipe II de España y con los personajes más ilustres de su tiempo; pero como mujer práctica se ocupaba de las cosas mínimas del monasterio y nunca descuidaba la parte económica, porque, como ella misma decía: “Teresa, sin la gracia de Dios, es una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y mucho dinero, una potencia”. Por petición del confesor, Teresa escribió la historia de su vida, un libro de confesiones entre los más sinceros e impresionantes. En la introducción hace esta observación: “Yo hubiera querido que, así como me han ordenado escribir mi modo de oración y las gracias que me ha concedido el Señor, me hubieran permitido también narrar detalladamente y con claridad mis grandes pecados. Es la historia de un alma que lucha apasionadamente por subir, sin lograrlo, al principio”. Por esto, desde el punto de vista humano, Teresa es una figura cercana, que se presenta como criatura de carne y hueso.
Desde la niñez había manifestado un temperamento exuberante, y una contrastante tendencia a la vida mística y a la actividad práctica, organizativa. Dos veces se enfermó gravemente. Durante la enfermedad comenzó a vivir algunas experiencias místicas que transformaron profundamente su vida interior, dándole la percepción de la presencia de Dios y la experiencia de fenómenos místicos que ella describió más tarde en sus libros: “El camino de la perfección”, “Pensamientos sobre el amor de Dios” y “El castillo interior”.
Murió en Alba de Tormes en la noche del 4 de octubre de 1582, y en 1622 fue proclamada santa. El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI la proclamó Doctora de la Iglesia.
La Voz de Dios en Santa Teresa
1. Desde niña Doña Teresa de Cepeda y Ahumada, había oído la voz de Dios y la había escuchado.
De una piedad innata, y un sentido de lo eterno muy acusado, ella ejercitaba su carisma con su hermano Rodrigo, un poco mayor que ella, y los dos construían ermitas para dedicarse a orar y a releer y memorizar las lecturas de las Vidas de los Santos, que escuchaban al abrigo de la luz, con toda la familia reunida. Se le encendían en el corazón los deseos del martirio y pensaba que los mártires habían comprado barato el cielo. Llegó la adolescencia y se enfrió, se disipó, se volvió vanidosa y coqueta, flirteaba con amigos, y a punto estuvo de perder su gran llamada, su vocación de orante y maestra de oración. Esto nos recuerda que debemos tener cuidado con algunas "amistades" que pueden apagar el golpear de la llamada de Dios, y empañar el timbre, suave y fuerte a la vez, de su voz. Ello no es poco frecuente y debemos vigilar para estar prevenidos y tomar las oportunas cautelas.
2. Su tío, Don Pedro Sánchez de Cepeda, junto con Doña María de Briceño, la monja agustina que la cuidaba en su convento, la devolvieron al camino. El primero con el testimonio de su vida orante y de penitencia, pues, viudo como era, se retiró a un monasterio de monjes Jerónimos, no sin antes poner en las manos de Teresa el libro que la salvaría: “El tercer Abecedario de Francisco de Osuna”, que la conduciría a reencontrarse a sí misma, a través de la palabra de Dios.
3. Decidida a ingresar en el Carmelo, se lo comunicó a su padre, que era para ella asunto irreversible y acabado pues, era tan tenaz y valerosa, que ya nadie, después de empeñada su palabra, la detendría ni sería capaz de influenciarla para que diera un paso atrás, como dice el Evangelio del que pone su mano en el arado.
4. Buscó y ojalá no encontrara. Buscó y encontró medio letrados, personas con el corazón poco ablandado en Cristo, pusilánimes y temerosos y tan calculadores de los resortes humanos que la hacían desistir del seguimiento de su evidente llamada. Unos que para qué monja... Otros que para qué tanta oración... Que ya era suficiente con rezar el breviario y el rosario... Casi todos también que para qué otra Orden. Que las que había sobraban y que se creía superior a todos, pues se erigía ella en Fundadora. Todo la hizo sufrir. Pero Teresa siguió buscando y confiando en el Señor.
5. Llegó un tiempo que no había quien la quisiera confesar, porque el revuelo y la murmuración en su ciudad era general y deprimente. Le hicieron creer que era demonio lo que Jesús le comenzó a regalar. Se predicó contra ella en los púlpitos y se la humilló y ridiculizó ignominiosamente, con un manifiesto desprecio a su dignidad de mujer y de cristiana. Se le prohibieron los libros que eran su único consuelo y que la conducían hasta que Jesús le dijo un día, cuando estaba abrumada por la desolación. “No temas, hija, que desde hoy te daré libro Vivo”. Y se lo dio: fue Él, glorioso y vivificante que le dio la vida y la elevó a la cumbre más elevada y luminosa de la cristificación, como Ella describe en sus celestiales Moradas.
6. Porque escuchó y fue fiel, aunque perdió el camino, siguió en la búsqueda. Porque ante los desvíos, siguió y no retrocedió. Porque no se amilanó ante las persecuciones y murmuraciones y difamaciones que amenazaban paralizarla, hoy tenemos una maestra excelsa de oración, y una madre que siempre nos ayuda a discernir, a seguir, a caminar, y a buscar hasta encontrar el agua viva, a pesar de las murmuraciones, de las incomprensiones, de los obstáculos.
7. De almas como Teresa está necesitada la Iglesia. Nosotros, al menos, tomémosla como Maestra, pues Dios quiso hacer de Teresa un testigo de Jesús resucitado, como hizo a Juan y a Pedro y a los apóstoles. Esta elección la convirtió en mujer nueva, capacitada para testificar con su vida lo que había visto y oído. Y el mensaje que aportó Teresa a la Iglesia de su tiempo fue, principalmente, el de la imperiosa necesidad de orar, como camino para amar.
8. Los teólogos escolásticos oficiales de entonces, carecían del conocimiento de este don. Veían en la oración mental un peligro para el desarrollo normal de la sociedad. Se comprende, sólo con asomarnos a aquel ambiente, que Teresa tuviera dificultades, y no sólo las sociales. En una atmósfera, no sólo poco propicia, sino hostil, cuando sólo el pensamiento de buscar la interioridad era peligroso, Teresa se abre camino y ofrece con contundencia el mensaje de aquel momento, para aquel momento. Y en medio de la tormenta se abrió camino, ¡y qué camino!
9. Teresa fue una gran maestra de oración. Fue su gran divina intuición. Vivió en intimidad con Dios y nos legó esta amistad en sus palabras y en sus obras.
10. La oración es importantísima, pero no lo es todo. El primado es del amor, pero sin oración el huerto no produce flores, es decir, ni amor ni valores humanos, ni virtudes evangélicas, y las bienaventuranzas sin oración yacen marchitas, heladas: «Que para esto es la oración, para que nazcan siempre obras, obras, obras», que en el pensamiento de la maestra equivalen a virtudes. “No pongáis vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque si no procuráis virtudes y no hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas”. Es decir, sin oración no hay cristianos. Y sin cristianos no puede haber "nueva evangelización”, al menos en profundidad. Por eso Juan Pablo II, promotor de la misma, decía que «el mensaje de santa Teresa conserva hoy toda su verdad y fuerza» y pedía «que el pueblo cristiano se ponga a la escucha del mensaje teresiano».
OraciónLa Voz de Dios en Santa Teresa
1. Desde niña Doña Teresa de Cepeda y Ahumada, había oído la voz de Dios y la había escuchado.
De una piedad innata, y un sentido de lo eterno muy acusado, ella ejercitaba su carisma con su hermano Rodrigo, un poco mayor que ella, y los dos construían ermitas para dedicarse a orar y a releer y memorizar las lecturas de las Vidas de los Santos, que escuchaban al abrigo de la luz, con toda la familia reunida. Se le encendían en el corazón los deseos del martirio y pensaba que los mártires habían comprado barato el cielo. Llegó la adolescencia y se enfrió, se disipó, se volvió vanidosa y coqueta, flirteaba con amigos, y a punto estuvo de perder su gran llamada, su vocación de orante y maestra de oración. Esto nos recuerda que debemos tener cuidado con algunas "amistades" que pueden apagar el golpear de la llamada de Dios, y empañar el timbre, suave y fuerte a la vez, de su voz. Ello no es poco frecuente y debemos vigilar para estar prevenidos y tomar las oportunas cautelas.
2. Su tío, Don Pedro Sánchez de Cepeda, junto con Doña María de Briceño, la monja agustina que la cuidaba en su convento, la devolvieron al camino. El primero con el testimonio de su vida orante y de penitencia, pues, viudo como era, se retiró a un monasterio de monjes Jerónimos, no sin antes poner en las manos de Teresa el libro que la salvaría: “El tercer Abecedario de Francisco de Osuna”, que la conduciría a reencontrarse a sí misma, a través de la palabra de Dios.
3. Decidida a ingresar en el Carmelo, se lo comunicó a su padre, que era para ella asunto irreversible y acabado pues, era tan tenaz y valerosa, que ya nadie, después de empeñada su palabra, la detendría ni sería capaz de influenciarla para que diera un paso atrás, como dice el Evangelio del que pone su mano en el arado.
4. Buscó y ojalá no encontrara. Buscó y encontró medio letrados, personas con el corazón poco ablandado en Cristo, pusilánimes y temerosos y tan calculadores de los resortes humanos que la hacían desistir del seguimiento de su evidente llamada. Unos que para qué monja... Otros que para qué tanta oración... Que ya era suficiente con rezar el breviario y el rosario... Casi todos también que para qué otra Orden. Que las que había sobraban y que se creía superior a todos, pues se erigía ella en Fundadora. Todo la hizo sufrir. Pero Teresa siguió buscando y confiando en el Señor.
5. Llegó un tiempo que no había quien la quisiera confesar, porque el revuelo y la murmuración en su ciudad era general y deprimente. Le hicieron creer que era demonio lo que Jesús le comenzó a regalar. Se predicó contra ella en los púlpitos y se la humilló y ridiculizó ignominiosamente, con un manifiesto desprecio a su dignidad de mujer y de cristiana. Se le prohibieron los libros que eran su único consuelo y que la conducían hasta que Jesús le dijo un día, cuando estaba abrumada por la desolación. “No temas, hija, que desde hoy te daré libro Vivo”. Y se lo dio: fue Él, glorioso y vivificante que le dio la vida y la elevó a la cumbre más elevada y luminosa de la cristificación, como Ella describe en sus celestiales Moradas.
6. Porque escuchó y fue fiel, aunque perdió el camino, siguió en la búsqueda. Porque ante los desvíos, siguió y no retrocedió. Porque no se amilanó ante las persecuciones y murmuraciones y difamaciones que amenazaban paralizarla, hoy tenemos una maestra excelsa de oración, y una madre que siempre nos ayuda a discernir, a seguir, a caminar, y a buscar hasta encontrar el agua viva, a pesar de las murmuraciones, de las incomprensiones, de los obstáculos.
7. De almas como Teresa está necesitada la Iglesia. Nosotros, al menos, tomémosla como Maestra, pues Dios quiso hacer de Teresa un testigo de Jesús resucitado, como hizo a Juan y a Pedro y a los apóstoles. Esta elección la convirtió en mujer nueva, capacitada para testificar con su vida lo que había visto y oído. Y el mensaje que aportó Teresa a la Iglesia de su tiempo fue, principalmente, el de la imperiosa necesidad de orar, como camino para amar.
8. Los teólogos escolásticos oficiales de entonces, carecían del conocimiento de este don. Veían en la oración mental un peligro para el desarrollo normal de la sociedad. Se comprende, sólo con asomarnos a aquel ambiente, que Teresa tuviera dificultades, y no sólo las sociales. En una atmósfera, no sólo poco propicia, sino hostil, cuando sólo el pensamiento de buscar la interioridad era peligroso, Teresa se abre camino y ofrece con contundencia el mensaje de aquel momento, para aquel momento. Y en medio de la tormenta se abrió camino, ¡y qué camino!
9. Teresa fue una gran maestra de oración. Fue su gran divina intuición. Vivió en intimidad con Dios y nos legó esta amistad en sus palabras y en sus obras.
10. La oración es importantísima, pero no lo es todo. El primado es del amor, pero sin oración el huerto no produce flores, es decir, ni amor ni valores humanos, ni virtudes evangélicas, y las bienaventuranzas sin oración yacen marchitas, heladas: «Que para esto es la oración, para que nazcan siempre obras, obras, obras», que en el pensamiento de la maestra equivalen a virtudes. “No pongáis vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque si no procuráis virtudes y no hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas”. Es decir, sin oración no hay cristianos. Y sin cristianos no puede haber "nueva evangelización”, al menos en profundidad. Por eso Juan Pablo II, promotor de la misma, decía que «el mensaje de santa Teresa conserva hoy toda su verdad y fuerza» y pedía «que el pueblo cristiano se ponga a la escucha del mensaje teresiano».
Señor Dios nuestro, que has suscitado a Santa Teresa para mostrar a tu Iglesia el camino de la perfección, concédenos vivir de su doctrina y enciende en nuestros corazones el deseo de la verdadera santidad.
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