Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



A todos los que ingresen a esta página:


*** BIENVENIDOS ***

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:: Homilías ::

(Clickear sobre la Biblia para leer las lecturas)


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sábado, 30 de abril de 2011

Informe Económico - abril de 2011

Publicamos a continuación el informe económico del mes de abril de 2011.

¡GRACIAS a TODOS por su generosa colaboración!


A B C
1 INFORME ECONOMICO MES: ABRIL 2011
2


3 I N G R E S O S

4 Colectas Misas $ 7,613
5 Donaciones- Estipendios Misas $ 255
6 Sostenimiento del culto (2%) $ 2,350
7


8 TOTAL $ 10,218
9


10 E G R E S O S

11 Gastos de Secretaría $ 994.8
12 Gastos Sacristía $ 420
13 Sueldos $ 1,500
14 Sostenimiento Culto

15 Arzobispado 1/3- Estipendio Misas $ 910.5
16 Varios: Arreglo Salón Distéfano, Arreglo

17 Salón Vía Muerta, Cubiertos, utensilios Padre

18
$ 4,101.50
19 TOTAL $ 7,926.80
20 SUPERAVIT DEL MES $ 2,291.20
21


Día del Trabajador - Beatificación de Juan Pablo II


Mañana, 1° de Mayo, celebramos el Día del Trabajador. Se trata de una fiesta con raíces de justa reivindicación, que nace en un contexto de injusticias sociales. Este día se busca valorar y defender la persona y los derechos del trabajador. Hoy nos parece algo obvio, sin embargo en aquellos tiempos de industrialización de la segunda mitad del siglo XIX, el trabajo era considerado como parte de una ecuación productiva, descuidando la persona del trabajador y sus condiciones de vida.

La realidad del reclamo del 1° de Mayo de 1886 en Chicago, que dio origen a esta fecha, motivó en la Iglesia una gran Encíclica Social, conocida con el nombre de "Rerum Novarum", del Papa León XIII en el año 1891. En esta misma línea el Papa Juan Pablo II, que mañana será beatificado, escribió otra Encíclica, "Laborem Exercens", que significó un importante avance en la doctrina del trabajo y la dignidad del Trabajador. Estos dos hechos enriquecen la celebración de este 1° de Mayo de 2011.

A quienes hemos tenido la oportunidad de conocerlo personalmente y poder conversar en grupos pequeños de obispos con Juan Pablo II, nos queda el recuerdo de un hombre inteligente, decidido y bondadoso, que supo interpretar y orientar con su palabra los momentos difíciles de finales del siglo XX. Su enseñanza partía de una profunda mirada de fe, que se unía a una sólida formación y reflexión filosófica. Él nos diría que ambas realidades, la fe y la razón, fueron para él como "las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad". La fe no sacrifica a la razón, la necesita. Por otra parte, agregaría, una razón sin prejuicios es la que se abre a un conocimiento más pleno de la realidad. Creo que esta actitud que cultivó desde su juventud, en la que tuvo experiencia de trabajador y de estudiante universitario abierto al mundo del arte -recordemos que compuso algunas obras de teatro-, esta experiencia, decía, le dio a su vida y pensamiento la riqueza de una síntesis humana y espiritual de la que hemos sido testigos y hoy queremos agradecer. Siendo un hombre de sólida tradición y pertenencia a la Iglesia, alcanzó un nivel de reconocimiento universal.

Considero como un homenaje a los trabajadores recordar en este día algunos aspectos de aquella Encíclica con la que Juan Pablo se refería al trabajo. El camino de la Iglesia, decía, es el hombre en su desarrollo integral, es decir, tanto humano y social, como espiritual. Tenía la amplitud de una mirada basada en una antropología humanista. Puede haber, decía, un crecimiento económico en la sociedad, pero esto no significa un auténtico "desarrollo integral del hombre". Cuando trata el tema del trabajo como clave de la cuestión social, parte de que es el hombre quien lo realiza. Esta simple afirmación le permite ubicar al trabajo en toda su dignidad personal, como en su alcance político y social. Para fundamentar este sentido, Juan Pablo II lo aborda desde lo que llama la dimensión objetiva y subjetiva del mismo.

La primera se refiere a la obra hecha por el hombre y es cuantificable en términos productivos, la segunda en cambio, permanece en el hombre perfeccionándolo. Esto significa que el trabajo trasciende toda consideración meramente instrumental. No se trata sólo de un variable dentro de una ecuación de crecimiento económico, sino de un valor que hace al desarrollo integral del hombre. Estamos ante un tema complejo que pertenece tanto a la cultura como equidad de una comunidad. Aquí entra la función del Estado, encargado de políticas que aseguren la existencia del trabajo y su justa remuneración, como parte de la justicia y equilibrio de la sociedad. La tarea que le compete al Estado, concluye, es una: "coordinación justa y racional, en cuyo marco debe ser garantizada la iniciativa de las personas, de los grupos libres, de los centros y complejos locales de trabajo" (L.E. 18). La falta de trabajo, la desocupación, es por esto mismo, la mayor pobreza tanto material como espiritual del hombre.

He considerado el recuerdo de estas reflexiones de Juan Pablo II sobre el trabajo como el mejor homenaje a los trabajadores en su día. Al mismo tiempo su Beatificación en este día nos alegra, pero también nos debe alentar a estudiar y hacer realidad su rico magisterio en el campo social. Reciban de su Obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.


Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

viernes, 29 de abril de 2011

Beatificación de Juan Pablo II

Miles de peregrinos aguardan la beatificación de Juan Pablo II en el Vaticano.


¡Es el Señor!



En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿no tienen pescado?» Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor», se puso el vestido -pues estaba desnudo- y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Jesús les dice: «Traigan algunos de los peces que acaban de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aún siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice. «Vengan y coman». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se los da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Jn 21, 1-14



La fe nace del encuentro personal con Cristo resucitado y se transforma en impulso de valentía y libertad que nos lleva a proclamar al mundo: Jesús ha resucitado y vive para siempre. Esta es la misión de los discípulos del Señor de todas las épocas y también de nuestro tiempo: "Si han resucitado con Cristo —exhorta san Pablo—, busquen las cosas de arriba (...). Aspiren a las cosas de arriba, no a las de la tierra" (Col 3, 1-2). Esto no quiere decir desentenderse de los compromisos de cada día, desinteresarse de las realidades terrenas; más bien, significa impregnar todas nuestras actividades humanas con una dimensión sobrenatural, significa convertirse en gozosos heraldos y testigos de la resurrección de Cristo, que vive para siempre (cf. Jn 20, 25; Lc 24, 33-34) Benedicto XVI, Audiencia, 19 de abril de 2006.

martes, 26 de abril de 2011

¡Ver con ojos nuevos!


La Resurrección exige ver la vida desde Dios

"Si la Resurrección del Señor me deja indiferente, significa que no creo en ella. Si esa Resurrección me conmueve pero no llega a ubicarse en el centro de mi fe y de mi vida, no creo en ella. Si roza mi vida o permanece en la periferia, no creo en ella. Si la Resurrección de Cristo no parte en dos mi vida, es que no integra el esquema de mi fe.

Interpretar sociológicamente el pecado es reirse de la Resurrección. Postergar indefinidamente la conversión a una nueva vida es reirse de la Resurrección. Poner en duda el más allá es dudar de la Resurrección.

La Resurrección está hecha para quebrar, deshacer y recrear después la vida del creyente. Después de la Resurrección los apóstoles no pudieron seguir viviendo como antes. Cambiaron fundamentalmente. Advirtamos que no se trata de una conversión exclusivamente moral, sino mucho más profunda. La Resurrección tiene más exigencias que el compromiso de dejar la mujer ajena o la bebida, devolver lo robado o rectificar una calumnia.

Exige mucho más: es ver la vida de otra manera. Es ver el dinero, la salud la enfermedad, el amor y el odio de otro modo. Es arriesgarse a que nos traten de locos por ese nuevo modo de ver y de pensar. Es arriesgarse a que nos marginen -aún dentro del propio recinto familiar- por la incomodidad que crea la nueva visión de la vida.

Creer en la Resurrección de Cristo es acabar con incoherencias entre fe y vida, y manifestar que la existencia no es más que la traducción testimonial de la fe".

Mons. Vicente Faustino Zazpe
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
1969-1984

lunes, 25 de abril de 2011

“En tu resurrección, Señor, se alegren los cielos y la tierra”

Mensaje de Pascua de Benedicto XVI

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 24 abril 2011 (ZENIT.org).-

Publicamos el mensaje de Pascua que Benedicto XVI dirigió desde el balcón central de la Basílica de San Pedro del Vaticano a mediodía del Domingo de Resurrección.

* * *

In resurrectione tua, Christe, coeli et terra laetentur.

En tu resurrección, Señor, se alegren los cielos y la tierra.

* * *

Queridos hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo:

La mañana de Pascua nos ha traído el anuncio antiguo y siempre nuevo: ¡Cristo ha resucitado! El eco de este acontecimiento, que surgió en Jerusalén hace veinte siglos, continúa resonando en la Iglesia, que lleva en el corazón la fe vibrante de María, la Madre de Jesús, la fe de la Magdalena y las otras mujeres que fueron las primeras en ver el sepulcro vacío, la fe de Pedro y de los otros Apóstoles.

Hasta hoy -incluso en nuestra era de comunicaciones supertecnológicas- la fe de los cristianos se basa en aquel anuncio, en el testimonio de aquellas hermanas y hermanos que vieron primero la losa removida y el sepulcro vacío, después a los mensajeros misteriosos que atestiguaban que Jesús, el Crucificado, había resucitado; y luego, a Él mismo, el Maestro y Señor, vivo y tangible, que se aparece a María Magdalena, a los dos discípulos de Emaús y, finalmente, a los once reunidos en el Cenáculo (cf. Mc 16,9-14).

La resurrección de Cristo no es fruto de una especulación, de una experiencia mística. Es un acontecimiento que sobrepasa ciertamente la historia, pero que sucede en un momento preciso de la historia dejando en ella una huella indeleble. La luz que deslumbró a los guardias encargados de vigilar el sepulcro de Jesús ha atravesado el tiempo y el espacio. Es una luz diferente, divina, que ha roto las tinieblas de la muerte y ha traído al mundo el esplendor de Dios, el esplendor de la Verdad y del Bien.

Así como en primavera los rayos del sol hacen brotar y abrir las yemas en las ramas de los árboles, así también la irradiación que surge de la resurrección de Cristo da fuerza y significado a toda esperanza humana, a toda expectativa, deseo, proyecto. Por eso, todo el universo se alegra hoy, al estar incluido en la primavera de la humanidad, que se hace intérprete del callado himno de alabanza de la creación. El aleluya pascual, que resuena en la Iglesia peregrina en el mundo, expresa la exultación silenciosa del universo y, sobre todo, el anhelo de toda alma humana sinceramente abierta a Dios, más aún, agradecida por su infinita bondad, belleza y verdad.

"En tu resurrección, Señor, se alegren los cielos y la tierra". A esta invitación de alabanza que sube hoy del corazón de la Iglesia, los "cielos" responden al completo: La multitud de los ángeles, de los santos y beatos se suman unánimes a nuestro júbilo. En el cielo, todo es paz y regocijo. Pero en la tierra, lamentablemente, no es así. Aquí, en nuestro mundo, el aleluya pascual contrasta todavía con los lamentos y el clamor que provienen de tantas situaciones dolorosas: miseria, hambre, enfermedades, guerras, violencias. Y, sin embargo, Cristo ha muerto y resucitado precisamente por esto. Ha muerto a causa de nuestros pecados de hoy, y ha resucitado también para redimir nuestra historia de hoy. Por eso, mi mensaje quiere llegar a todos y, como anuncio profético, especialmente a los pueblos y las comunidades que están sufriendo un tiempo de pasión, para que Cristo resucitado les abra el camino de la libertad, la justicia y la paz.

Que pueda alegrarse la Tierra que fue la primera en quedar inundada por la luz del Resucitado. Que el fulgor de Cristo llegue también a los pueblos de Oriente Medio, para que la luz de la paz y de la dignidad humana venza a las tinieblas de la división, del odio y la violencia. Que, en Libia, la diplomacia y el diálogo ocupen el lugar de las armas y, en la actual situación de conflicto, se favorezca el acceso a las ayudas humanitarias a cuantos sufren las consecuencias de la contienda. Que, en los Países de África septentrional y de Oriente Medio, todos los ciudadanos, y particularmente los jóvenes, se esfuercen en promover el bien común y construir una sociedad en la que la pobreza sea derrotada y toda decisión política se inspire en el respeto a la persona humana. Que llegue la solidaridad de todos a los numerosos prófugos y refugiados que provienen de diversos países africanos y se han viso obligados a dejar sus afectos más entrañables; que los hombres de buena voluntad se vean iluminados y abran el corazón a la acogida, para que, de manera solidaria y concertada se puedan aliviar las necesidades urgentes de tantos hermanos; y que a todos los que prodigan sus esfuerzos generosos y dan testimonio en este sentido, llegue nuestro aliento y gratitud.

Que se recomponga la convivencia civil entre las poblaciones de Costa de Marfil, donde urge emprender un camino de reconciliación y perdón para curar las profundas heridas provocadas por las recientes violencias. Y que Japón, en estos momentos en que afronta las dramáticas consecuencias del reciente terremoto, encuentre alivio y esperanza, y lo encuentren también aquellos países que en los últimos meses han sido probados por calamidades naturales que han sembrado dolor y angustia.

Se alegren los cielos y la tierra por el testimonio de quienes sufren contrariedades, e incluso persecuciones a causa de la propia fe en el Señor Jesús. Que el anuncio de su resurrección victoriosa les infunda valor y confianza.

Queridos hermanos y hermanas. Cristo resucitado camina delante de nosotros hacia los cielos nuevos y la tierra nueva (cf. Ap 21,1), en la que finalmente viviremos como una sola familia, hijos del mismo Padre. Él está con nosotros hasta el fin de los tiempos. Vayamos tras Él en este mundo lacerado, cantando el Aleluya. En nuestro corazón hay alegría y dolor; en nuestro rostro, sonrisas y lágrimas. Así es nuestra realidad terrena. Pero Cristo ha resucitado, está vivo y camina con nosotros. Por eso cantamos y caminamos, con la mirada puesta en el Cielo, fieles a nuestro compromiso en este mundo.

Feliz Pascua a todos.

domingo, 24 de abril de 2011

¡El Señor Resucitó! ¡Aleluya! ¡Aleluya!



"¡La Resurrección del Señor es nuestra esperanza!"

Desde la aurora de Pascua una nueva esperanza llena el mundo.
Desde aquél día nuestra resurrección ya ha comenzado,
porque la Pascua no marca simplemente un momento de la historia,
sino el inicio de una condición nueva:
¡Jesucristo ha resucitado!

¡Feliz y Santa Pascua para todos!

P. Daniel Gazze

Domingo de Pascua



En el Domingo de Pascua la Iglesia celebra la fuente de su existencia y de su vida. Ella nace de la persona y misión de Jesucristo. No se trata del recuerdo de un hecho del pasado, sino de la actualización de un acontecimiento histórico que se realizó "una vez y para siempre". Éste es el significado de la Pascua.

La vida de Cristo es presencia actual para el hombre. No recordamos a un muerto ilustre que nos dejó una enseñanza, sino que nos encontramos con la presencia viva de Jesucristo. Esta verdad de la fe es la que celebramos de un modo especial en la Misa de cada domingo, donde nos reunimos para escuchar la Palabra de Dios y participar de la Resurrección de Jesucristo. No se trata, como vemos, de un recuerdo o reunión social, sino de actualizar y participar de la misma vida de Jesucristo. Esta convicción era tan fuerte en los primeros cristianos que decían: "no podemos vivir sin participar en la Misa del Domingo".

El hombre nuevo que nace de este encuentro pascual con Cristo está llamado a ser protagonista de un mundo nuevo. El triunfo de la Pascua no puede quedar encerrado en mi intimidad, sino que debe llegar a toda la creación. San Pablo decía: "Sabemos que la creación entera espera ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (cfr. Rom. 8, 19-23). Toda la vida del mundo, tanto en su naturaleza como en el hombre con sus relaciones humanas y sociales, está abierta y a la espera de este encuentro con Cristo que la libere y transforme, para dar a luz, así: "un nuevo cielo y una nuevo tierra" (Ap. 21, 1). La Pascua no es un hecho individual, sino que tiene proyecciones sociales y cósmicas. Esto nos habla de la responsabilidad del cristiano que no puede privatizar la riqueza de su fe, sino que debe vivirla, trasmitirla y comprometerse para que el mundo encuentre la verdad de esta Vida que le pertenece, porque Cristo ha venido a traerla para todos.

Como vemos, celebrar la Pascua es motivo de alegría y gratitud, pero también de compromiso ante el mundo de este obrar de Dios. ¡Qué triste el rostro de una Iglesia o de un cristiano que celebra el Misterio de la Pascua como una rutina litúrgica! Qué distinto es, en cambio, el rostro de una Iglesia y de un cristiano que viven en la liturgia ese "hoy" de Cristo, que desde su resurrección continúa comunicándonos su Vida como Alianza definitiva de Dios con el hombre. Anunciar que Cristo ha resucitado es el centro de nuestra fe y es motivo de esperanza para el hombre y toda la creación. Tan fuerte era para San Pablo esta verdad, que nos dice: "Si Cristo no ha resucitado es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes" (1 Cor. 15, 14).

Celebrar la Pascua es participar de la presencia de Jesucristo como principio de una Vida nueva que es, al mismo tiempo, semilla de un mundo nuevo. Esto es lo propio del tiempo de la Iglesia, predicar y testimoniar la realidad de esta verdad. Al concluir la consagración en la Santa Misa el sacerdote dice: "Este es el Misterio o el Sacramento de nuestra fe". Por ello la celebración de la Santa Misa, en la que se actualiza la Pascua de Cristo, es fuente y culmen de la vida cristiana. Reciban de su Obispo, junto a mis oraciones y bendición, los mejores deseos para vivir esta Pascua del Señor.


Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

sábado, 23 de abril de 2011

Pregón Pascual


Sábado Santo: descenso del Señor al abismo

Las puertas del infierno se rompen bajo sus pies,
Cristo saca a Adán y Eva de la tumba.


Homilía antigua, anónima, sobre el grande y santo Sábado

¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra temió sobrecogida, porque Dios se durmió en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo.

Va a buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere absolutamente visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de su prisión y de sus dolores a Adán y a Eva.

El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: «Mi Señor esté con todos». Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: «Y con tu espíritu». Y tomándolo por la mano le añade: Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.

Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: «salgan»; y a los que se encuentran en las tinieblas: «ilumínense»; y a los que duermen: «levántense».

A ti te mando: despierta tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.

Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo; por ti me he hecho hombre, semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado.

Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen deformada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al árbol prohibido.

Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño del abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso.

Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva.

El trono de los querubines está preparado, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos, se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad.

viernes, 22 de abril de 2011

Rezo de la Coronilla de la Divina Misericordia

Hoy, Viernes Santo, comienza la novena de la Divina Misericordia.


Rezo de la Coronilla en

Ermita Nuestra Señora del Rosario
de San Nicolás
(Calle los Abetos, 130 mtros al oeste)

Viernes Santo a las 14.45


Viernes Santo: Jesús muere en la Cruz


"El fue traspasado por nuestras rebeldías
y triturado por nuestras iniquidades;
y por sus heridas fuimos sanados."

(Is 53,5)


De la película: "La Pasión del Cristo", de Mel Gibson

El Viernes Santo es el día de Pasión y Muerte del Señor y del ayuno pascual como signo exterior de nuestra participación en su sacrificio.

Este día no hay celebración eucarística, pero en la acción litúrgica que se realiza conmemoramos la Pasión y la Muerte de Cristo. Cristo aparece como el Siervo de Dios anunciado por los profetas, el Cordero que se sacrifica por la salvación de todos.

La Cruz es el elemento que domina toda la celebración iluminada por la luz de la resurrección; se nos muestra como trono de gloria e instrumento de victoria, por esto es presentada a la adoración de los fieles.

El Viernes Santo no es día de llanto ni de luto, sino de amorosa y gozosa contemplación del sacrificio redentor del que brotó la salvación. Cristo no es un vencido sino un vencedor, un sacerdote que consuma su ofrenda, que libera y reconcilia, por eso nuestra alegría.


María, junto a su Hijo


María Magdalena, María y Juan, al pie de la Cruz

Acompañemos a María en su dolor profundo, el dolor de una madre que pierde a su Hijo amado. Ha presenciado la muerte más atroz e injusta que se haya sufrido jamás, pero al mismo tiempo le alienta una gran esperanza sostenida por la fe. María vio a su hijo abandonado por los apóstoles temerosos, flagelado por los soldados romanos, coronado con espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo debajo de un madero astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado de pies y manos.

María saca su fortaleza de la oración y de la confianza en que la Voluntad de Dios es lo mejor para nosotros, aunque nosotros no lo comprendamos.

Es Ella quien con su compañía, su fortaleza y su fe nos da fuerza en los momentos de dolor, en los sufrimientos diarios... Pidámosle la gracia de sufrir unidos a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios de nuestra vida a los de ella. Y comprendamos que en el dolor, somos más parecidos a Cristo y capaces de amarlo con mayor intensidad.

La imagen de la Virgen dolorosa nos enseña a tener fortaleza ante los sufrimientos de la vida. Encontremos en Ella la compañía y la fuerza para dar sentido a los propios sufrimientos.


jueves, 21 de abril de 2011

Jueves Santo: Última Cena del Señor

Eucaristía, Sacerdocio Ministerial
y Mandamiento del Amor

Bendición del pan

"Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies,
también ustedes deben lavarse los pies unos a otros."


Jn 13, 1-15

Con este pasaje del Evangelio de San Juan quedamos introducidos en la parte central de los acontecimientos más relevantes de nuestra fe. Entramos de lleno en el Triduo Pascual.

La Última Cena

Jesús quiere despedirse de sus seguidores, de sus compañeros, de sus amigos. Otra vez su gran humildad, su gesto fino y lleno de ternura. Va lavándole los pies a aquellos hombres que lo habían visto ordenar a los vientos y a las olas la quietud en la tormenta, que le habían visto dar la luz a los ojos de los ciegos, hacer caminar a los paralíticos, sanar a los leprosos, resucitar a los muertos. Que lo habían visto radiante como el sol en su Transfiguración y ahora, con un amor inconmensurable, con una humildad sin límites, les está lavando los pies.

Pedro está asustado, no acierta a comprender, pero ante las palabras de Jesús y con su vehemencia natural, le pide que le lave de los pies a la cabeza. Jesús va más allá, está pensando en toda la humanidad...

Entre los doce están los pies de aquel que lo iba a traicionar. Jesús, también los lavó con infinito amor... Y nos mandó hacer eso mismo con todos nuestros hermanos.

Nuestra pobre mente no alcanza a comprender todo el profundo significado de este acto. Ya antes de morir el Señor de la Vida se está anonadando ante los hombres... Y después, otro gesto de amor hasta el extremo: hace del pan su Cuerpo y del vino su Sangre para quedarse con nosotros, para ser nuestro alimento, hasta que Él vuelva.

Hora Santa del Jueves



1ª Hora (21-22 hs.)


Grupos de Liturgia, Sacristanas, Cáritas y OVE

2ª Hora (22-23 hs.)

IAM y Jóvenes

3ª Hora (23-24 hs.)

Catequesis y Grupo de Matrimonios


miércoles, 20 de abril de 2011

Significado del Triduo Pascual

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 20 de abril de 2011 -


El Papa Benedicto XVI pronunció esta alocución sobre el significado del Santo Triduo Pascual ante los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

* * * * *

Queridos hermanos y hermanas,

Hemos llegado ya al corazón de la Semana Santa, cumplimiento del camino cuaresmal. Mañana entraremos en el Triduo Pascual, los tres días santos en que la Iglesia conmemora el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. El Hijo de Dios, después de haberse hecho hombre en obediencia al Padre, llegando a ser en todo igual a nosotros, excepto en el pecado (cfr Hb 4,15), aceptó cumplir hasta el final su voluntad, afrontar por amor a nosotros la pasión y la cruz, para hacernos partícipes de su resurrección, para que en Él y por Él podamos vivir para siempre, en el consuelo y en la paz. Los exhorto por tanto a acoger este misterio de salvación, a participar intensamente en el Triduo pascual, culmen de todo el año litúrgico y momento de gracia particular para cada cristiano; los invito a buscar en estos días el recogimiento y la oración, para poder acceder más profundamente a esta fuente de gracia. A propósito de esto, ante las inminentes festividades, cada cristiano es invitado a celebrar el sacramento de la Reconciliación, momento de especial adhesión a la muerte y resurrección de Cristo, para poder participar con mayor fruto en la Santa Pascua.

El Jueves Santo es el día en el que se hace memoria de la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio ministerial. Por la mañana, cada comunidad diocesana, reunida en la iglesia catedral en torno al obispo, celebra la Misa crismal, en la que se bendicen el santo Crisma, el Óleo de los catecúmenos y el Óleo de los enfermos. A partir del Triduo pascual y durante todo el año litúrgico, estos Óleos serán utilizados para los Sacramentos del Bautismo, de la Confirmación, de las Ordenaciones sacerdotales y episcopales y de la Unción de Enfermos; en esto se pone de manifiesto cómo la salvación, transmitida por los signos sacramentales, brota precisamente del Misterio pascual de Cristo; de hecho, somos redimidos con su muerte y resurrección y, mediante los Sacramentos, acudimos a esa misma fuente salvífica. Durante la Misa crismal, mañana, tiene lugar la renovación de las promesas sacerdotales. En todo el mundo, cada sacerdote renueva los compromisos que asumió el día de la Ordenación, para ser totalmente consagrado a Cristo en el ejercicio del sagrado ministerio al servicio de los hermanos. Acompañemos a nuestros sacerdotes con nuestra oración.

En la tarde del Jueves Santo comienza efectivamente el Triduo Pascual, con la memoria de la Última Cena, en la que Jesús instituyó el Memorial de su Pascua, dando cumplimiento al rito pascual judío. Según la tradición, toda familia judía, reunida a la mesa en la fiesta de Pascua, come el cordero asado, haciendo memoria de la liberación de los Israelitas de la esclavitud de Egipto; así en el cenáculo, consciente de su muerte inminente, Jesús, verdadero Cordero pascual, se ofrece a si mismo por nuestra salvación (cfr 1Cor 5,7). Pronunciando la bendición sobre el pan y el vino, Él anticipa el sacrificio de la cruz y manifiesta la intención de perpetuar su presencia en medio de los discípulos: bajo las especies del pan y del vino, Él se hace presente de modo real con su cuerpo entregado y con su sangre derramada. Durante la Última Cena, los Apóstoles son constituidos ministros de este Sacramento de salvación; a ellos Jesús les lava los pies (cfr Jn 13,1-25), invitándoles a amarse unos a otros como Él les amó, dando la vida por ellos. Repitiendo este gesto en la Liturgia, también nosotros somos llamados a dar testimonio con los hechos de nuestro Redentor.

El Jueves Santo, finalmente, se cierra con la Adoración eucarística, en recuerdo de la agonía del Señor en el huerto del Getsemaní. Dejando el cenáculo, Él se retiró a rezar, solo, en presencia del Padre. En ese momento de comunión profunda, los Evangelios narran que Jesús experimentó una gran angustia, un sufrimiento tal que le hizo sudar sangre (cfr Mt 26,38). Consciente de su inminente muerte en la cruz, Él siente una gran angustia y la cercanía de la muerte. En esta situación aparece también un elemento de gran importancia para toda la Iglesia. Jesús dice a los suyos: quédense aquí y vigilen; y este llamamiento a la vigilancia se refiere de modo preciso a este momento de angustia, de amenaza, en el que llegará el traidor, pero concierne a toda la historia de la Iglesia. Es un mensaje permanente para todos los tiempos, porque la somnolencia de los discípulos no era sólo el problema de aquel momento, sino que es el problema de toda la historia. La cuestión es en qué consiste esta somnolencia, en qué consistiría la vigilancia a la que el Señor nos invita. Diría que la somnolencia de los discípulos a lo largo de la historia es una cierta insensibilidad del alma hacia el poder del mal, una insensibilidad hacia todo el mal del mundo. Nosotros no queremos dejarnos turbar demasiado por estas cosas, queremos olvidarlas: pensamos que quizás no será tan grave, y olvidamos. Y no es sólo la insensibilidad hacia el mal, mientras deberíamos velar para hacer el bien, para luchar por la fuerza del bien. Es insensibilidad hacia Dios: ésta es nuestra verdadera somnolencia; esta insensibilidad hacia la presencia de Dios que nos hace insensibles también hacia el mal. No escuchamos a Dios –nos molestaría– y así no escuchamos, naturalmente, tampoco la fuerza del mal, y nos quedamos en el camino de nuestra comodidad. La adoración nocturna del Jueves Santo, el estar vigilantes con el Señor, debería ser precisamente el momento de hacernos reflexionar sobre la somnolencia de los discípulos, de los defensores de Jesús, de los apóstoles, de nosotros, que no vemos, no queremos ver toda la fuerza del mal, y que no queremos entrar en su pasión por el bien, por la presencia de Dios en el mundo, por el amor al prójimo y a Dios.

Después, el Señor empieza a rezar. Los tres apóstoles –Pedro, Santiago, Juan– duermen, pero alguna vez se despiertan y escuchan el estribillo de esta oración del Señor: “No se haga mi voluntad, sino la tuya". ¿Qué es esta voluntad mía, qué es esta voluntad tuya, de la que habla el Señor? Mi voluntad es que “no debería morir”, que se le ahorre este cáliz del sufrimiento: es la voluntad humana, de la naturaleza humana, y Cristo siente, con toda la conciencia de su ser, la vida, el abismo de la muerte, el terror de la nada, esta amenaza del sufrimiento. Y Él más que nosotros, que tenemos esta aversión natural contra la muerte, este miedo natural a la muerte, aún más que nosotros, siente el abismo del mal. Siente, con la muerte, también todo el sufrimiento de la humanidad. Siente que todo esto es el cáliz que tiene que beber, que debe hacerse beber a sí mismo, aceptar el mal del mundo, todo lo que es terrible, la aversión contra Dios, todo el pecado. Y podemos comprender que Jesús, con su alma humana, estuviese aterrorizado ante esta realidad, que percibe en toda su crueldad: mi voluntad sería no beber el cáliz, pero mi voluntad está subordinada a tu voluntad, a la voluntad de Dios, a la voluntad del Padre, que es también la verdadera voluntad del Hijo. Y así Jesús transforma, en esta oración, la aversión natural, la aversión contra el cáliz, contra su misión de morir por nosotros. Transforma esta voluntad natural suya en voluntad de Dios, en un “sí” a la voluntad de Dios. El hombre de por sí está tentado de oponerse a la voluntad de Dios, de tener la intención de seguir su propia voluntad, de sentirse libre sólo si es autónomo; opone su propia autonomía contra la heteronomía de seguir la voluntad de Dios. Este es todo el drama de la humanidad. Pero en verdad esta autonomía es errónea y este entrar en la voluntad de Dios no es una oposición a uno mismo, no es una esclavitud que violenta mi voluntad, sino que es entrar en la verdad y en el amor, en el bien. Y Jesús atrae nuestra voluntad, que se opone a la voluntad de Dios, que busca la autonomía, atrae esta voluntad nuestra a lo alto, hacia la voluntad de Dios. Este es el drama de nuestra redención, que Jesús atrae a lo alto nuestra voluntad, toda nuestra aversión contra la voluntad de Dios y nuestra aversión contra la muerte y el pecado, y la une con la voluntad del Padre: "No se haga mi voluntad sino la tuya”. En esta transformación del "no" en "sí", en esta inserción de la voluntad de la criatura en la voluntad del Padre, Él transforma la humanidad y nos redime. Y nos invita a entrar en este movimiento suyo: salir de nuestro "no" y entrar en el "sí" del Hijo. Mi voluntad existe, pero la decisiva es la voluntad del Padre, porque ésta es la verdad y el amor.

Un ulterior elemento de esta oración me parece importante. Los tres testigos han conservado –como aparece en la Sagrada Escritura– la palabra hebrea o aramea con la que el Señor habló al Padre, le llamó: "Abbà", padre. Pero esta fórmula, "Abbà", es una forma familiar del término padre, una forma que se usa sólo en la familia, que nunca se ha usado hacia Dios. Aquí vemos en la intimidad de Jesús cómo habla en familia, habla verdaderamente como Hijo con su Padre. Vemos el misterio trinitario: el Hijo que habla con el Padre y redime a la humanidad.

Una observación más. La Carta a los Hebreos nos dio una profunda interpretación de esta oración del Señor, de este drama del Getsemaní. Dice: estas lágrimas de Jesús, esta oración, estos gritos de Jesús, esta angustia, todo esto no es sencillamente una concesión a la debilidad de la carne, como podría decirse. Precisamente así realiza la tarea del Sumo Sacerdote, porque el Sumo Sacerdote debe llevar al ser humano, con todos sus problemas y sufrimientos, a la altura de Dios. Y la Carta a los Hebreos dice: con todos estos gritos, lágrimas, sufrimientos, oraciones, el Señor llevó nuestra realidad a Dios (cfr Eb5,7ss). Y usa esta palabra griega "prosferein", que es el término técnico para lo que el Sumo Sacerdote tiene que hacer para ofrecer, para elevar a lo alto sus manos.

Precisamente en este drama del Getsemaní, donde parece que la fuerza de Dios ya no está presente, Jesús realiza la función del Sumo Sacerdote. Y dice además que en este acto de obediencia, es decir, de conformación de la voluntad natural humana a la voluntad de Dios, se perfecciona como sacerdote. Y usa de nuevo la palabra técnica para ordenar sacerdote. Precisamente así se convierte en el Sumo Sacerdote de la humanidad y abre así el cielo y la puerta a la resurrección.

Si reflexionamos en este drama del Getsemaní, podemos también ver el gran contraste entre Jesús, con su angustia, con su sufrimiento, en comparación con el gran filósofo Sócrates, que permanece pacífico, imperturbable ante la muerte. Y parece esto lo ideal. Podemos admirar a este filósofo, pero la misión de Jesús era otra. Su misión no era esta total indiferencia y libertad; su misión era llevar en sí mismo todo el sufrimiento, todo el drama humano. Y por ello precisamente esta humillación del Getsemaní es esencial para la misión del Hombre-Dios. Él lleva consigo nuestro sufrimiento, nuestra pobreza, y la transforma según la voluntad de Dios. Y así abre las puertas del cielo, abre el cielo: esta cortina del Santísimo, que hasta ahora el hombre cerraba contra Dios, se abre por este sufrimiento y obediencia suyas. Estas son algunas observaciones para el Jueves Santo, para nuestra celebración de la noche del Jueves Santo.

El Viernes Santo haremos memoria de la pasión y de la muerte del Señor; adoraremos a Cristo Crucificado, participaremos en sus sufrimientos con la penitencia y el ayuno. Volviendo “la mirada a aquel que atravesaron” (cfr Jn19,37), podremos beber de su corazón partido que mana sangre y agua como de una fuente; de ese corazón del que brota el amor de Dios por cada hombre recibimos su Espíritu. Acompañemos por tanto también en el Viernes Santo a Jesús que sube al Calvario, dejémonos guiar por Él hasta la cruz, recibamos la ofrenda de su cuerpo inmaculado. Finalmente, en la noche del Sábado Santo, celebraremos la solemne Vigilia Pascual, en la que se nos anunciará la resurrección de Cristo, su victoria definitiva sobre la muerte que nos llama a ser en Él hombres nuevos, Participando en esta santa Vigilia, la Noche central de todo el Año Litúrgico, haremos memoria de nuestro Bautismo, en el cual también nosotros fuimos sepultados con Cristo, para poder con Él resucitar y participar en el banquete del cielo (cfr Ap 19,7-9).

Queridos amigos, hemos intentado comprender el estado de ánimo con el que Jesús vivió el momento de la prueba extrema, para captar lo que orientaba su actuación. El criterio que guió cada elección de Jesús durante toda su vida fue la firme voluntad de amar al Padre, de ser uno con el Padre, y de serle fiel; esta decisión de corresponder a su amor le impulsó a abrazar, en toda circunstancia, el proyecto del Padre, hacer suyo el designio de amor que le fue confiado de recapitular todas las cosas en Él, para reconducir todo a Él. Al revivir el Santo Triduo, dispongámonos a acoger también nosotros en nuestra vida la voluntad de Dios, conscientes de que en la voluntad de Dios, aunque parece dura en contraste con nuestras intenciones, se encuentra nuestro verdadero bien, el camino de la vida. Que la Virgen Madre nos guíe en este itinerario, y nos obtenga de su Hijo divino la gracia de poder emplear nuestra vida por amor a Jesús, al servicio de los hermanos. Gracias.

martes, 19 de abril de 2011

Nos amó y nos ama hasta el extremo...

Semana Santa... el AMOR de Dios (HD) from Vine Shoot on Vimeo.

lunes, 18 de abril de 2011

Seis años de pontificado de Benedicto XVI


domingo, 17 de abril de 2011

Homilía Dominical

Domingo de Ramos

Lecturas

Is 50,4-7
Flp 2,6-11
Mt 26,14 - 27,66


Comenzamos la Semana Santa recordando la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Como los discípulos que acompañaban al Señor, hemos cantado cantos jubilosos llenos de entusiasmo, aclamándolo como el Rey prometido que nos trae la salvación, la victoria sobre el mal.

Pero al comenzar la Misa el tono de la celebración se ha vuelto serio, grave. Ya no escuchamos aclamaciones de júbilo sino los insultos y las burlas a los que es sometido el condenado a la muerte en la cruz. ¿Dónde han quedado todas las manifestaciones de alegría? ¿Acaso han sido una farsa, un teatro para ocultar una realidad que desilusiona? Pero si miramos el corazón del que camina hacia el Gólgota, vemos que todo ese entusiasmo que Él mismo experimentó en su entrada triunfal ha sido transformado en fuerza de amor para llevar a término su misión.

Las burlas que se reían de su debilidad no hacen sino poner de manifiesto, sin quererlo, la verdad más profunda. Ciertamente se ha salvado a sí mismo y a nosotros porque en la entrega de la vida está la salvación. Ha confiado en Dios y lo ha salvado, porque entrega de amor y resurrección van juntos. Y en su debilidad misma se hace patente el poder que da Vida y haciendo temblar la tierra hace salir a los muertos.

También nosotros que hoy hemos vivado al Señor con nuestros ramos estamos llamados a seguirlo por este camino. Tenemos que vivir nuestra fe con entusiasmo, abiertos al gozo que nos viene de la certeza en su presencia victoriosa junto a nosotros. Pero también habrá momentos en que el peso de la cruz se hará sentir sobre nuestras espaldas y en los que habrá que mostrar que el entusiasmo no era farsa, madurándolo en amor verdadero que es capaz de entregarse y confiar.

Estamos acostumbrados en nuestros días a alternar entre entusiasmos pasajeros y apatías generalizadas. Jesús nos llama hoy a seguirlo con un entusiasmo verdadero que sepa transformarse también en capacidad para sufrir con Él y vivir así la fidelidad al compromiso de entrega en la familia, en la comunidad eclesial, en el trabajo para convertir al mundo en más fraterno.

Seguramente vendrá la tentación de sucumbir ante las burlas o ante lo que dirán los demás. Pero ésa será la ocasión también de testimoniar en quién hemos puesto nuestra confianza.

¡Jesús, victorioso en la cruz, sálvanos!


Evangelio Ilustrado


¡Inicia la Semana Santa!

Evangelio según San Mateo (21,1-11)



(Clickear sobre la imagen para ver tamaño completo)



sábado, 16 de abril de 2011

Domingo de Ramos


Con el Domingo de Ramos iniciamos la Semana Santa. A lo largo de esta Semana acompañaremos a Jesús que ha venido para comunicarnos una Vida Nueva que nos permita vivir como hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Los invito a disponernos a celebrar este camino de Dios. Pensar que Jesucristo ha venido para mí, es el mejor comienzo para vivir la Semana Santa. Con la entrada en Jerusalén Jesús inicia el camino de su hora definitiva, que se convertirá en el comienzo de su Vida para nosotros. Él quiere hacernos hombres nuevos, capaces de crear un mundo nuevo.

Si bien la vida cristiana es algo personal que nace de un encuentro libre con Jesucristo, este encuentro, sin embargo, está llamado a expresarse socialmente. Cuando Jesús nos deja el mandamiento del amor: "ámense unos a otros como yo los he amado", nos ha dejado el principio de la moral social que dice: "todo hombre es mi hermano". No podríamos llamar a Dios Padre, si no tenemos una relación fraterna entre nosotros. El nos diría no me llames Padre si has ofendido a tu hermano, que es también hijo mío. El Padre Nuestro, la oración que nos la ha enseñado Jesucristo, no es sólo un acto de diálogo con Dios, sino la puesta en práctica de nuestra fe en Dios, que es el Padre de todos. Un buen comienzo de la Semana sería examinar, desde una sincera meditación del Padre Nuestro, nuestra relación con Dios y nuestros hermanos.

Además de esta relación fraterna, la vida cristiana tiene una dimensión más amplia. La vida cristiana tiene que expresarse en una vida coherente con lo que se cree. El cristiano está llamado a cuidar y elevar desde el Evangelio este mundo que es obra de Dios. San Pablo nos dice: "todo es de ustedes, es decir, la política, el trabajo, el amor, pero nos recuerda, ustedes son de Cristo" (1 Cor. 3, 22). Esto significa que hay una manera cristiana de vivir en este mundo, incluidas las cuestiones políticas. Por ello la Iglesia nos recuerda que: "la conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral" (Doctrina de la Fe). Es una grave responsabilidad del cristiano, o del político cristiano, ser claro y saber definirse en temas que hacen a la dignidad de la vida humana, por ejemplo, en el caso del aborto. Esto pertenece al ámbito moral de la fe y hace a su responsabilidad social y política.

Ser cristiano, como vemos, no es algo que pueda quedar en nuestra intimidad sino que se debe testimoniar en la vida de la sociedad. La fe tiene consecuencias políticas que el cristiano debe saber asumir y comprometerse. Los invito en esta Semana a acercarse a su comunidad parroquial para vivir este camino de Jesucristo que es la fuente de esa Vida Nueva que nos traído. Reciban de su Obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.


Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


viernes, 15 de abril de 2011

Carta de nuestro Párroco

Querida Comunidad:

Se acercan los días de Semana Santa. Algunos, tal vez, planean unos días de descanso y paseos. Otros, seguramente, no pueden pensar en esto. Yo los invito a todos a unas vacaciones del corazón. A participar con fe y en clima de serenidad de las celebraciones de estos días. A renovar nuestra esperanza en Dios y a gozar más profundamente de ser familia suya.

El Jueves Santo contemplaremos a Jesús que se hace nuestro servidor, nos lava los pies para sentarnos a la Mesa de la Casa del Padre y nos manda servirnos los unos a los otros.

El Viernes lo miraremos en la Cruz, compañero de nuestros dolores y expresando hasta dónde llega el amor de Dios por nosotros.

Por último, al celebrar la Vigilia Pascual, cantaremos el Aleluya de su triunfo sobre la muerte, del que somos partícipes gracias a la Vida nueva que nos regaló en el Bautismo.

A todos los esperamos y para este encuentro nos preparamos pidiendo la bendición de María, nuestra Madre.

Pbro. Daniel Gazze

miércoles, 13 de abril de 2011

Via Crucis infantil



¡Como niños, acompañemos a Cristo en su caminar

en señal del amor que le tenemos!


Sábado 16 de abril a las 9:00 hs.


Desde: Parroquia San Juan Bautista


Hasta: Parroquia Nuestra Señora de la Salette


¡Si tenés ropa o alimentos para donar, traélos,

así podemos compartirlos

con aquellos que lo necesiten!



Área Arquidiocesana Aspirantes de Acción Católica


Teléfonos para contacto:

4810300 – Sede de Acción Católica- los días Martes y Jueves entre las 20 y las 23 horas

156156495 Verónica Salvadores, Responsable del Área Aspirantes de A.C.A.

martes, 12 de abril de 2011

¡Jesús nos está esperando!



Celebración Penitencial

Jueves 14 de abril,

luego de la Misa


(Habrá varios sacerdotes)


lunes, 11 de abril de 2011

¡Porque nos amó y nos ama hasta el extremo!


¿Por qué participar de Semana Santa?

domingo, 10 de abril de 2011

Homilía Dominical

Domingo V de Cuaresma - Ciclo A

Lecturas

Ez 37, 12-14
Rm 8, 8-11
Jn 11, 1-45


Nos acercamos al final de la Cuaresma que hemos tratado de vivir como camino bautismal. El evangelio de hoy nos invita a meditar acerca de la Vida nueva que en ese sacramento hemos recibido.
Ante la muerte de su amigo Lázaro, Jesús recibe un cierto reproche de sus hermanas: "Si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto". Y también de los judíos que al verlo llorar se admiran de cómo lo amaba pero a la vez no entienden por qué no impidió su muerte.
Son preguntas y reproches que nos suelen venir al corazón también a nosotros cuando nos topamos con la experiencia de la muerte de un ser querido: "¿si Dios hubiera estado aquí habría ocurrido esto? ¿Cómo pudo pasar esto si de verdad me ama?"
La respuesta que da el Señor hoy es que ha permitido la muerte de su amigo para que se manifieste la gloria de Dios: "¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?", le dice a Marta. Pide fe. Creer en que la Vida que se recibe estando unido a Él en la amistad es tal que puede franquear el muro de la muerte. "Quiten la piedra", ordena al acercarse a la tumba. No puede haber una barrera que lo separe de su amigo. "¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?", exclama San Pablo (Rm 8,35). Hace salir a Lázaro afuera y pide que lo desaten para que pueda caminar. La muerte ya no es el fin de todo sino un camino, un tránsito a la gloria del Padre.
Y todo esto en virtud de la propia Pascua del Señor. Al preguntar dónde lo pusieron le responden: "ven y lo verás". La misma frase con la que Él había contestado a sus amigos cuando manifestaron el deseo de compartir su Vida (Jn 1,39). Así ahora tiene que ir y ver, es decir compartir, la muerte del que ama para darle Vida.
Hoy hemos visto a Jesús llorar y conmoverse ante la tumba del amigo en quien estamos representados todos nosotros. Que al celebrar esta Semana Santa nuestro corazón esté dispuesto también a conmoverse y a llorar. No de angustia, sino de agradecimiento y amor ante este Amigo que muere para que vivamos plena y eternamente. Y que así pueda crecer esta amistad que ha comenzado en nuestro Bautismo. De esta manera, también nosotros seremos capaces de entregar la vida para hacer presente su Resurrección en todo lo que de muerte pueda haber en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestro mundo, hasta que todas las cosas se hagan nuevas.

"¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?"

P. Daniel Gazze

Evangelio Ilustrado


¡Jesús tiene el poder
de resucitar a los muertos!


Evangelio según San Juan (11,1-45)


(Clickear sobre la imagen para ver tamaño completo)

sábado, 9 de abril de 2011

La Vida y la muerte


Frente al don de la vida y la realidad de la muerte, sobre todo cuando estamos ante un ser querido, surgen preguntas cargadas de dolor e impotencia. ¿Por qué esta muerte? ¿Por qué ahora? Este mismo interrogante lo vemos en el evangelio del domingo que nos narra la muerte de Lázaro. Su hermana, Marta, le dice a Jesús con algo de reproche: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aún ahora, Dios te concederá lo que le pidas" (Jn 11, 21-22).

La reacción de Marta es un reclamo a la presencia de Jesús que hubiera impedido su muerte, o a que realice ahora el milagro de devorlverlo a la vida. En este contexto aparece Jesús que no deja de manifestar su dolor por un amigo -Lázaro lo era-, pero su palabra se orienta hacia una verdad más plena, que sin negar el dolor por la muerte, la contempla desde la vocación del hombre a esa Vida Nueva que no conoce la muerte como lo definitivo.

El diálogo de Jesús con la hermana de Lázaro se mueve en dos niveles. Ella habla de la vida de su hermano como algo que pertenece a este mundo, por ello le pide que lo devuelva a esta vida. Él, en cambio, partiendo de este hecho concreto invita a Marta a mirar la vida desde otra perspectiva, desde la realidad de esta misma vida pero con destino de eternidad. No son dos planos que se opongan, al contrario, están llamados a encontrarse e iluminarse. Esto es lo propio de la fe que no se queda en el dolor de la muerte, sino que nos abre a la verdad más plena y última del hombre. La fe no disminuye el valor de la vida en este mundo, ni el dolor por la ausencia del ser querido, sino que reconoce en el hombre el inicio de una vida que tiene horizontes de eternidad. Esta vida nueva a la que todos estamos llamados encuentra, en la resurrección de Jesucristo, la certeza de un camino definitivo. Por ello, Jesús le dice a Marta: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá" (Jn 11, 25).

El sentido de esta Vida, que trasciende los límites de la muerte, Jesús lo presenta como un llamado a todo hombre cuando dice: "todo el que vive y cree en mí no morirá jamás" (Jn.11, 26), es decir, ya participa de esa Vida nueva que un día será presencia eterna ante Dios. La Vida de la que nos habla Jesús no es un volver a la vida terrena como en el caso de Lázaro. Con todo, Él accede al pedido de realizar un milagro para que Lázaro recupere su vida física, como una ocasión que revele ante ellos su misión en el mundo: "Padre", dice, "Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado" (Jn 11, 42). El milagro que Jesús realiza afirma su divinidad y misión, pero es también un signo que busca orientar la fe a esa Vida que él nos trae y es el centro de su misión. No debemos quedarnos, por ello, sólo en admirar un milagro. Es más, el aceptar con fe el no cumplimiento de un milagro que pedimos es un signo de esperanza en esa Vida Plena de la que nos habla Jesús.

Creo que el relato de este Evangelio nos ayuda a comprender el sentido trascendente de nuestra vida, como el significado de la fe en cuanto camino que nos ilumina e introduce en la verdad profunda de nuestra vocación. Reciban de su Obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

jueves, 7 de abril de 2011

"Nuestra CASA nos necesita"



7º Campaña para el sostenimiento de la Iglesia


Carta de los Obispos

Querida hermana, querido hermano:


Al acercarnos a vos con ocasión de la Campaña Anual para el sostenimiento de la Iglesia , queremos recordar una expresión del Apóstol San Pablo en la primera carta a los cristianos de Corinto (3,10): “Que cada cual se fije bien de qué manera construye”.

Como sucede en la vida de nuestras propias familias, así también las Comunidades Cristianas se edifican con el aporte de cada uno de los que las formamos. Así crecen o así decaen.

Hace cuatro años, en mayo de 2007, se realizó en Aparecida un encuentro clave de Obispos, reflexionando sobre el desafío que hoy se le presenta a la Iglesia, a los cristianos: ser “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan Vida”.

Y “para que nuestros pueblos en Él tengan Vida”, Jesús cuenta con vos…con tu parroquia…con tu capilla…con tu familia... con tus amigos… con tu comunidad… ¡con todos nosotros!

Sólo podremos colaborar si somos mejores discípulos, mejores misioneros.

Es claro que esto supone prestar atención a la Palabra de Dios, rezar, juntarse a intercambiar ideas, imaginar caminos, elegir medios. ¿Te animás? ¡Vale la pena!

Y retomando la cita bíblica inicial, San Pablo proseguía diciendo: “El fundamento ya está puesto y nadie puede poner otro, porque el fundamento es Jesucristo. Sobre él se puede edificar con oro, plata, piedras preciosas, madera, pasto o paja”. Acababa de decir: “Que cada cual se fije bien de qué manera construye”.

Hoy te invitamos a preguntarte: "Yo ¿con qué seguiré construyendo?... ¿con lo mejor de mí? … ¿y sobre qué fundamento?"

¡Acercate un poco más a tu comunidad para aportar tu tiempo, tu talento y tu dinero!

Que Santa María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia , te anime y entusiasme.

Con nuestra bendición

Los Obispos de la Argentina