Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



A todos los que ingresen a esta página:


*** BIENVENIDOS ***

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:: Homilías ::

(Clickear sobre la Biblia para leer las lecturas)


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miércoles, 30 de noviembre de 2011

San Andrés: primero en dar testimonio de Cristo



San Juan Crisóstomo (hacia 345-407), presbítero en Antioquia, y obispo de Constantinopla

Homilías sobre el evangelio de Juan, nº 19,1

"Primer llamado y primero en dar testimonio"


«Qué dulzura, qué delicia convivir los hermano unidos» (Sl 32,1)... Andrés, después de haber permanecido junto a Jesús (Jn 1,39) y haber aprendido muchas cosas, no se guardó este tesoro sólo para él: se apresuró a ir junto a su hermano Simón Pedro para compartir con él los bienes que había recibido... Considera lo que dice a su hermano: «Hemos encontrado al Mesías, es decir, a Cristo» (Jn 1,41). ¿Te das cuenta del fruto de lo que, en tan poco tiempo, acababa de aprender? Eso demuestra la autoridad del Maestro que enseñó a sus discípulos y, al mismo tiempo, el celo de conocerle ya desde los inicios.

La prisa de Andrés, su celo en difundir inmediatamente una tan buena noticia, supone un alma que ardía en deseos de ver cumplido ya lo que tantos profetas habían anunciado referente a Cristo. El hecho de compartir así las riquezas espirituales demuestra una amistad verdaderamente fraterna, un profundo afecto y un natural entusiasmo lleno de sinceridad... «Hemos encontrado al Mesías» dice; no un mesías, un mesías cualquiera, sino «el Mesías, aquel que esperábamos».


lunes, 28 de noviembre de 2011

domingo, 27 de noviembre de 2011

Benedicto XVI invita a salir del letargo en Adviento

¡Vigilen!, llamada saludable

CIUDAD DEL VATICANO, domingo 27 noviembre 2011 (ZENIT.org).

Este primer domingo de Adviento, Benedicto XVI, desde la ventana de su despacho en el Palacio Apostólico vaticano, recitó el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro. Antes de rezar la oración mariana, dijo las siguientes palabras.

*****

¡Queridos hermanos y hermanas!

Hoy iniciamos en toda la Iglesia el nuevo Año litúrgico: un nuevo camino de fe, a vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también, como siempre, a recorrer dentro de la historia del mundo, para abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su amor. El Año litúrgico empieza con el Tiempo de Adviento: tiempo estupendo en el que se despierta en los corazones la espera de la vuelta de Cristo y la memoria de su primera venida, cuando se despojó de su gloria divina para asumir nuestra carne mortal.

“¡Vigilen!”. Este es el llamamiento de Jesús en el Evangelio de hoy. Lo dirige no sólo a sus discípulos, sino a todos: “¡Vigilen!” (Mt 13,37). Es una llamada saludable a recordar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que es proyectada hacia un “más allá”, como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo. Una plantita pensante, el hombre, dotada de libertad y responsabilidad, por lo que cada uno de nosotros será llamado a rendir cuentas de cómo ha vivido, de cómo ha usado las propias capacidades: si las ha conservado para sí o las ha hecho fructificar también para el bien de los hermanos.

También Isaías, el profeta del Adviento, nos hace reflexionar hoy con una sentida oración, dirigida a Dios en nombre del pueblo. Reconoce las faltas de su gente, y en un cierto momento dice: “Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a tí; porque tu nos escondías tu rostro y nos entregabas a nuestras maldades” (Is 64,6). ¿Cómo no quedar impresionados por esta descripción? Parece reflejar ciertos panoramas del mundo postmoderno: las ciudades donde la vida se hace anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre. Y a veces, en este mundo que parece casi perfecto, suceden cosas chocantes, o en la naturaleza, o en la sociedad, por las que pensamos que Dios pareciera haberse retirado, que nos hubiera, por así decir, abandonado a nosotros mismos.

En realidad, el verdadero “dueño” del mundo no es el hombre, sino Dios. El Evangelio dice: “Así que vigilen, porque no saben cuándo llegará el dueño de la casa, si al atardecer o a media noche, al canto del gallo o al amanecer. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos” (Mc 13,35-36). El Tiempo de Adviento viene cada año a recordarnos esto para que nuestra vida reencuentre su justa orientación hacia el rostro de Dios. El rostro no de un “amo”, sino de un Padre y de un Amigo. Con la Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras las palabras del profeta. "Señor, tu eres nuestro padre; nosotros somos de arcilla y tú el que nos plasma, todos nosotros somos obra de tus manos” (Is 64,7).

Homilía Dominical

Domingo I de Adviento - Ciclo B

Lecturas

Isaías 63,16-17.19. 64:2-7
Salmo 80, 2-3, 15-16, 18-19
I Corintios 1, 3-9
Marcos 13,33-37


Al comenzar el Adviento la Palabra de Dios nos dirige la atención no tanto a la primera venida del Señor que celebraremos en la Navidad sino más bien a la segunda en la que, como dice el prefacio de este tiempo, pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva. El momento no lo sabemos, afirma hoy el Evangelio, por eso lo importante es estar prevenidos, permanecer vigilantes, como el portero que siempre está atento al que llama a la puerta. Para que no nos sorprenda la segunda venida, hay que estar prontos para recibir a Jesús que viene ahora a nuestro encuentro, al decir de la Liturgia, en cada hermano y en cada acontecimiento.

La alegoría del portero, nos sirve bien para ilustrar algunos peligros de los cuales precavernos. En primer lugar un portero no cumple con su trabajo si está ausente de su puesto. También nosotros podemos estar ausentes de nuestro corazón, desperdigados en superficialidades. Sin oración ni interioridad es imposible la apertura a la gracia de Dios que cada día viene a visitarnos. Nuestra vida transcurre a la deriva, sin la dirección del timón de decisiones meditadas y libres.

Otra posibilidad es que haya mucho ruido en el interior como para escuchar al dueño que llama. En este caso el portero no ha preguntado quién golpeaba y ha dejado pasar a extraños que se han apropiado de la casa. Es la situación en la que a veces nos encontramos cuando hemos consentido en preocupaciones y tentaciones que nos apartan de Dios y pasan a gobernar nuestra vida.

Puede también que el servidor esté dormido. Cuando nos dormimos el puesto de la realidad lo ocupan nuestros sueños. Al dormirnos en nuestra vida cristiana la única realidad que consideramos es la del mundo tangible que pasa. El Reino de Jesús que viene y la presencia de Dios en nuestra vida se desdibujan, son fantasmas que no nos sirven para encontrar seguridades en los problemas cotidianos.

Por último, puede darse que el portero decida tomarse un descanso y desconectar el timbre pretendiendo que nadie lo moleste. Es la actitud que tomamos cuando, consciente o inconscientemente, no queremos que Dios nos pida un pasito más de crecimiento como hijos suyos y hermanos de todos. Hemos decidido que en nuestra vida de fe hemos llegado “hasta acá” y así está bien. Nos olvidamos de la experiencia de Pablo: a Jesús se lo encuentra sólo corriendo hacia adelante.

En este Adviento nos guía María. Ella recibió con prontitud la visita del Ángel porque esperaba a Dios con ansias de encontrarse más profundamente con Él. Por eso pudo entrar y habitar como su dueño en su vientre y en su corazón.

P. Daniel Gazze


Tiempo de Adviento


¡Caiga el rocío del cielo y que las nubes lluevan al justo!
¡El Señor está cerca! ¡Vengan, adorémosle!
¡Ven, Señor, no tardes!
¡Alégrate, Jerusalén, exulta de gozo, porque viene tu Salvador!

¡Abramos nuestros corazones!
¡Hagamos lugar al Salvador,
que viene a nuestro encuentro!


sábado, 26 de noviembre de 2011

El cristiano en el tiempo

El tiempo de Adviento nos ayuda a reflexionar sobre la actitud del cristiano en la historia. La fe nos habla de dos acontecimientos que han marcado la historia, la primera venida de Jesús en Belén, con su muerte y resurrección en la Pascua, y su segunda venida al final de los tiempos. Vivimos un hoy enriquecido por su presencia y, al mismo tiempo, a la espera de nuestro encuentro último con él. Esto marca el tiempo cristiano como un tiempo definitivo y de espera. Lo que esperamos ya se hizo presente en la historia. Lo que esperamos no es una discontinuidad con lo que ya vivimos, sino su plenitud. Por ello la actitud del cristiano en la historia es la esperanza. Caminamos con la certeza de una meta que es el Reino de Dios, que es presencia y camino en nuestra historia. Cuando Tomás, uno de los apóstoles, le dice al Señor: “no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino? Jesús le respondió: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn. 14, 5-6).

Adviento es para el cristiano un momento litúrgico de preparación en el marco de esta doble venida del Señor, que ha dado un sentido nuevo y definitivo a la vida del hombre. No es sólo recuerdo del pasado en Belén, sino una presencia en la historia desde la Pascua de Cristo, pero que está en camino hacia la plenitud del Reino. Esta verdad de fe es la que ilumina el sentido de la historia y compromete nuestro trabajo en el mundo. En este contexto de espera se comprende el llamado que nos hace la liturgia desde el Evangelio a estar preparados, como un tiempo de vigilancia confiada por esa presencia. Creo que este es el mejor marco para presentar la vida y la misión de la Iglesia. Es el mismo Niño de Belén que, como Cristo glorificado en su Pascua: “permanece misteriosamente en la tierra, donde su Reino está ya presente, como germen y comienzo, en la Iglesia” (Compendio Catecismo, 133). La Iglesia es así, a través de la Palabra y de los Sacramentos, la presencia viva de Cristo en la historia.

La esperanza del cristiano en este tiempo no es una espera de que las cosas sucedan o cambien, sino un compromiso desde la fe para iluminarlas y transformarlas desde el Evangelio. No se puede ver a la Iglesia como una institución que se agota en este mundo, una fuerza política más, sino la dinámica de una presencia que tiene por horizonte el Reino de Dios. En este sentido, y siguiendo la doctrina del Concilio Vaticano II, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia afirma con claridad: “A la identidad y misión de la Iglesia en el mundo, según el proyecto de Dios realizado en Cristo, corresponde una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente” (C.D.S.I. 51). Esto es lo propio e insustituible del aporte de la Iglesia a la sociedad que la preserva de todo sueño totalitario, y le muestra al hombre el sentido de una vocación integral y definitiva. Esta esperanza es la que da sentido al cristiano y moviliza su compromiso en la historia.

Que la luz de la fe ilumine nuestro camino en esta historia que es, desde la presencia de Jesucristo, tiempo de gracia y esperanza. Reciban de su Obispo, junto a mi afecto y bendición, el deseo de vivir este Adviento como un tiempo de preparación y conversión.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

viernes, 25 de noviembre de 2011

¡Comienza el Adviento!

Fuente: catholic.net


¡El domingo ya empieza el Adviento!
Cuatro domingos de Adviento tendrán que pasar para que ya, una vez más, estemos en Navidad.

El próximo domingo será el primero y el advenimiento que vamos a celebrar es la conmemoración de la llegada del Hijo de Dios a la Tierra.

Es tiempo de preparación puesto que siempre que esperamos recibir a una persona importante, nos preparamos.

La Iglesia nos invita a que introduzcamos en nuestro espíritu y en nuestro cotidiano vivir un nuevo aspecto disciplinario para aumentar el deseo ferviente de la venida del Mesías y que su llegada purifique e ilumine este mundo, caótico y deshumanizado, procurando el recogimiento y que sean más abundantes y profundos los tiempos de oración y el ofrecimiento de sacrificios, aunque sean cosas pequeñas y simples, preparando así los Caminos del Señor.

Caminos que llevamos en nuestro interior y que tenemos que vigilar para que no se llenen de tinieblas, de ambición, de lujuria, de envidia, de soberbia y de tantas otras debilidades propias de nuestro corazón humano, sino que sean caminos de luz, senderos que nos conduzcan a la cima de la montaña, a la conquista de nuestro propio yo.

Hace unos días celebrábamos el día de Cristo Rey. Cristo es un Rey que no es de este mundo. El reino que Él nos vino a enseñar pertenece a los pobres, a los pequeños y también a los pecadores arrepentidos, es decir, a los que lo acogen con corazón humilde y a los cuales declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los Cielos". A los "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas ocultas a los sabios y a los ricos.

Es preciso entrar en ese Reino y para eso hay que hacerse discípulo de Cristo.

A nosotros no toca ser portadores del mensaje que Jesús vino a traer a la Tierra.

Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros desde su Encarnación. por "nosotros los hombres y por nuestra salvación hasta su muerte, por nuestros pecados" (1 Co 15,3) y en su Resurrección "para nuestra justificación (Rm4,1) "estando siempre vivo para interceder en nuestro favor" (Hb 7,25). Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros, de una vez por todas, permanece presente para siempre "ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9,24).

Cuatro domingos faltan para que celebremos su llegada. Días y semanas para meditar, menos carreras, menos cansancio del bullicio y ajetreo de compras y compromisos, de banalidades y gastos superfluos.... Mejor preparar nuestro corazón y tratar de que los demás lo hagan también para el Gran Día del Nacimiento en la Tierra de Dios que se hace hombre.


ESTO ES EL ADVIENTO. PREPARÉMOSNOS CON ILUSIÓN Y CON FE PARA RECIBIR A DIOS MISMO QUE VIENE A NUESTRO ENCUENTRO.


jueves, 24 de noviembre de 2011

La victoria del Hijo del hombre, que vino y que viene

¿Qué es el advenimiento de Cristo? La liberación de la esclavitud y la desestimación del antiguo contrato, el comienzo de la libertad y el honor de la adopción, la fuente de la remisión de los pecados y la vida verdaderamente inmortal para todos.

Como el Verbo, la Palabra de Dios, nos viene de lo alto, tiranizados por la muerte, disueltos, atados por los lazos de la caída, llevados por un camino sin retorno, vino para tomar la naturaleza de Adam, el primer hombre, según el designio del Padre. No les confió a ángeles ni a arcángeles la tarea de nuestra salvación, sino Él mismo tomó sobre sí el combate por nosotros, obedeciendo las órdenes del Padre... Recogiendo y recapitulando en Él toda la grandeza de su divinidad, vino a la medida que quiso... por el poder del Padre no perdió lo que tenía, pero tomando lo que no tenía, llegó a ser tal, que se convirtió en un ser limitado...

Mira que es el Señor: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha" (Sal 109,1)... Ve que es el Hijo: "Él me llamará Padre, y yo lo haré mi Hijo" (Salmo 88,27-28) ... Observa que también es Dios: "Los poderosos vendrán y se postrarán ante ti; te rogarán, porque tú eres su Dios" (Isaías 45,14) ... Mira que es el Rey eterno: "Cetro de justicia, es tu cetro real... Dios, tu Dios te ha ungido con óleo sagrado "(Salmo 44,7-8)... Ve que es el Señor de los ejércitos, "¿Quién es este Rey de gloria? El Señor de los ejercitos, Él es el Rey de gloria " (Sal 23,8)... También vemos que es el Sumo y Eterno Sacerdote, "Tú eres sacerdote para siempre" (Salmo 109,4). Pero si él es Señor y Dios, Hijo y Rey, Señor y sumo y eterno sacerdote, y porque ha querido, "también es hombre: ¿quién lo comprenderá?"(Jer 17,9 LXX)...

Como Dios y como hombre, Jesús vino a nuestra casa... Se revistió de nuestro cuerpo miserable y caduco... y se hizo cargo de nuestro cuerpo con sus enfermedades, y las curó con su poder, para que se cumpliera la palabra: "Yo soy el Señor... te tomaré de la mano derecha y te fortaleceré... Yo soy el Señor, este es mi nombre... Y el último enemigo, la muerte, será destruida... Muerte, ¿dónde está tu aguijón? "(Is 42,6; 1 Cor 15,26.55).

Homilía Griega del siglo IV
Sobre la Pascua, 44-48; PG 59, 743; SC 27 (inspirada en una homilía perdida de San Hipólito)

lunes, 21 de noviembre de 2011

Presentación de María Santísima en el templo



"Ven, elegida mía,
y pondré en Ti mi trono real."


La niña María

-¡qué gracia en su vuelo!-,

paloma del cielo,

al templo subía

y a Dios ofrecía

el más puro don:

sagrario y mansión

por él consagrada,

y a él reservada

en su corazón.


¡Oh blanca azucena!,

la Sabiduría

su trono te hacía,

dorada patena,

de la gracia llena,

llena de hermosura.

Tu luz, Virgen pura,

niña inmaculada,

rasgue en alborada

nuestra noche oscura.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Bendición de la nueva campana


¡Éste es para nosotros un día de gran alegría!
Porque esta iglesia tiene desde hoy una nueva campana,
hecho que nos brinda la ocasión de bendecir a Dios
con esta celebración.

Con gran alegría recibimos hoy, domingo 20 de noviembre de 2011, Solemnidad de Cristo Rey, a nuestro Arzobispo, Mons. José María Arancedo, quien durante la celebración de la Eucaristía, bendijo la nueva campana, que acompañará con su voz la vida de nuestra comunidad.





¡¡¡GRACIAS A TODOS LOS QUE HICIERON POSIBLE
QUE NUESTRA COMUNIDAD CUENTE CON ESTA BELLA CAMPANA!!!


Homilía Dominical

Domingo XXXIII del TO - Ciclo A

Lecturas

Ez 34, 11-12.15-17
I Co 15,20-26.28
Mt 25,31-46


Los últimos domingos hemos venido escuchando parábolas en las que el Señor nos ha ido invitando a la vigilancia para no quedar fuera, al momento del Juicio, de la bienaventuranza eterna que Él nos ofrece. También comentábamos cómo estas advertencias las podemos verificar desde ahora cuando no ponemos en práctica sus enseñanzas. Si dejamos que se vaya apagando la lámpara de nuestra fe y de nuestro amor, los momentos de crisis pueden hacer que se rompa definitivamente nuestra relación con Él. Si mezquinamos egoístamente nuestros talentos no poniéndolos al servicio de su Reino, llegará el momento en que nos sentiremos vacíos. Hoy nos da la regla suprema: si no aprendemos a vivir la misericordia con nuestros hermanos tampoco podremos experimentar la del Padre. Ya en este mundo terminaremos sintiéndonos huérfanos.

¿Cómo hacer que nuestro corazón se incline hacia lo que una mirada simplemente humana encuentra poco atractivo o incluso rechaza? Se suele citar lo que le sucedió a San Francisco de Asís en el encuentro con el leproso y creo que nos viene bien recordarlo. Francisco, acostumbrado a la buena vida y sus placeres, sintió un gran deseo de huir apurando el paso cuando en su camino se cruzó con este hombre afectado por la enfermedad que en vida hacía que se pudriera su carne. Sin embargo bajó de su caballo y no sólo puso su limosna en la mano llagada sino que también la besó. En ese momento se llenó su corazón de una gran emoción y dulzura.

Así es con la misericordia, damos algo pero recibimos mucho más. Nos acercamos a alguien pero es Dios quien se acerca a nosotros. Ablandamos el corazón para con un hermano que sufre y conocemos mejor la blandura del corazón del Padre para con nosotros. Seguramente Francisco vio en ese hombre a Jesús, que asumió todas las llagas de la humanidad para acercarse y salvarlo a él: cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos lo hicieron conmigo.

Jesús desde la cruz se compadece de nuestra hambre y nos alimenta con el amor de su entrega. Viste nuestra desnudez con la gracia allí recuperada. Para nosotros, que caminamos sin sentido nos prepara una habitación en la casa del Padre. Con su perdón ofrecido nos libera de nuestra soledad y nuestra cárcel para hacernos vivir libres en la comunión de los hijos de Dios. Desde la cruz reina y en la cruz de nuestros hermanos nos espera para compartir su Reino.

¡María, Reina misericordiosa, ruega por nosotros!

P. Daniel Gazze

Cristo, Rey del Universo


Christus vincit,
Christus regnat,
Christus imperat.


Solemnidad de Cristo Rey

El domingo 20 de noviembre celebramos la Fiesta de Cristo Rey, con la cual concluimos el Tiempo durante el año de la Liturgia, para ingresar al Tiempo de Adviento, como preparación a la celebración de Navidad.

¿Qué significa Cristo Rey? Para ello debemos comenzar por quitar a su persona y a su reinado toda imagen de poder temporal. “Mi realeza no es de este mundo”, nos dice (Jn 18, 36); por ello sus armas no pertenecen a la lógica de dominio temporal. Esta tentación la tuvieron, incluso, sus mismos discípulos. El vino a instaurar un Reino que tiene una dinámica propia y un horizonte distinto. Sus armas serán la humildad y la verdad, el amor y el perdón, la justicia y la paz que no son expresiones de deseo o meras utopías, sino una posibilidad real pero que tiene que hacerse vida en el corazón del hombre. No se trata de cambiar el mundo con la fuerza del poder, sino de cambiar el corazón del hombre para que comience a cambiar el mundo.
El Reino de Cristo se hace presencia definitiva en la historia a partir de su Pascua. Esto es lo propio de la fe cristiana y que marca su optimismo, porque lo importante en la historia ya ha acontecido. El Reino de Cristo tiene una dinámica que lo orienta hacia una meta de plenitud, que nos hace peregrinos y constructores de un mundo nuevo. La esperanza de un cristiano no es un alegre esperar de que las cosas cambien, sino un comprometerse con el presente para que las cosas cambien según los valores del Reino de Dios. ¿Cuáles son estos valores? El prefacio de la Misa de este domingo nos los presenta así: “Reino de la verdad y la vida, Reino de la santidad y la gracia, Reino de la justicia, el amor y la paz”. Esta Vida Nueva es presencia como don desde la Pascua de Cristo que se convierte en tarea para hacerlo realidad. Este es el significado de la vocación cristiana y el sentido de la Iglesia como presencia sacramental de Jesucristo. No puede haber, por ello, un cristiano coherente con su fe que no viva con esperanza su presencia en el mundo.

Cuando desde esta mirada del Reino de Dios que ha inaugurado Jesucristo, vemos la realidad del mundo que nos rodea, no podemos dejar de sentir dolor e impotencia. La pregunta sería, tal vez, ¿qué nos falta, qué hicimos mal o qué armas se necesitan para orientar este mundo en la dinámica del Reno de Dios? Sabemos que su Reino no es de este mundo, que tiene un horizonte de eternidad y siempre será en este mundo objeto de esperanza. Siempre ha habido sueños triunfalistas, debemos recordar “mi Reino no es de este mundo”. Pero sabemos, también, que de ese Reino poseemos la vitalidad de una presencia, que a modo de pequeña semilla o levadura, debe dar fuerza y sentido a la vida de este mundo. Vivir la realidad de esta Presencia, hacerla vida y trasmitirla en lo concreto de nuestras relaciones, es para el mundo un signo, una semilla del Reino de Dios. Esta tarea está a nuestro alcance. Es cierto, qué importante sería que esta Presencia del Reino encuentre espacio en la inteligencia y el corazón de aquellas personas que tiene una responsabilidad mayor en la vida de la sociedad. Es necesario, y siempre así lo ha hecho la Iglesia, rezar por quienes ocupan un lugar en el gobierno para que se comprometan con los valores del Reino de Dios. La oración es un arma de este Reino.

El primer lugar del reinado de Cristo es nuestra vida, por aquí debemos comenzar. Este deseo puede ser el compromiso con el cual iniciaremos el Tiempo de Adviento como preparación a Navidad.
Reciban de su Obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

sábado, 19 de noviembre de 2011

¡¡¡FELIZ DÍA, A.C.A!!!

viernes, 18 de noviembre de 2011

Bendición de la nueva campana


El domingo 20 de noviembre, solemnidad de Cristo Rey, en la Misa de las 10 de la mañana, nuestro arzobispo, Mons. José María Arancedo, bendecirá la nueva campana que acompañará con su voz la vida de nuestra comunidad.

¡ESPERAMOS CONTAR
CON LA PRESENCIA DE TODOS!


miércoles, 16 de noviembre de 2011

Confirmaciones en La Guardia



Jueves 17 de noviembre
, 19.30 hs.

CONFIRMACIONES

Capilla Nuestra Señora de La Guardia

¡Acompañemos a estos hermanos nuestros
que serán confirmados en la fe!


martes, 15 de noviembre de 2011

¡¡¡Feliz Cumple Santa Fe!!!


1573 - 2011

438 años de la Fundación de Santa Fe

¡¡¡SIGAMOS HACIENDO HISTORIA!!!

lunes, 14 de noviembre de 2011

"Cristo no ocupa el lugar de nadie, sino que ilumina el lugar de todos"



Entrevista realizada a nuestro arzobispo, Monseñor José María Arancedo, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Su visión de la Iglesia, el mundo, la familia, la sociedad... Una charla mano a mano.

-¿Por qué le dicen “Toté”?

Es una cosa de familia. Una hermana mía, un año mayor, de chiquita no podía decirme José, decía “Toté” y ahí quedó hasta ahora.

-¿Su familia tuvo que ver con su fe?

Sí. Una familia cristiana, en especial mi madre que fue una mujer de fe profunda, quedó viuda con 10 hijos, vivíamos en Témperley, provincia de Buenos Aires, y nos llevó a todos adelante sola. Su fe marcó. Y le tengo que agradecer, no solamente el don de la vida y de la fe sino incluso del sacerdocio como valoración de parte de ella.

-¿Cuándo decidió su vocación sacerdotal?

A los 20 años entré al seminario pero en 4º, 5º año de la Secundaria ya el tema aparecía. Trabajaba en la parroquia de Témperley, en la Acción Católica, y ahí descubrí lo que era la vida comprometida de un laico cristiano. Creo que para mí el sacerdocio aparecía como una totalidad de lo que hacía como laico dándole a la parroquia un tiempo limitado. El sacerdocio me descubrió lo importante y a eso importante darle todo.

-¿Cuál siente usted que es su mayor donación como obispo?

En el lema episcopal yo puse esa frase de Juan: “Padre, que sean uno como nosotros para que el mundo crea”. La unidad es un tema teológico, profundo, eclesial, que me ha movido mucho siempre. En esa línea pensé trabajar y también en el tema misionero con la conciencia de que permanentemente tenemos que dar el Evangelio. El banco de prueba de nuestra fe está en la comunión y en la misión.

-Los medios de comunicación, a raíz de su designación al frente de la CEA, rescataron como su principal cualidad “lo dialoguista”. ¿Cómo lo vivió?

Tal vez me ponderaron demasiado, pero creo que soy dialoguista. Tengo algunos días en los que quizás no dialogo tanto. Algunos me dicen “usted escucha todo pero después hace lo que quiere”. A nosotros nos marcó mucho la figura de Pablo VI y sus encíclicas –con sus imágenes del diálogo y la evangelización— Ecclesiam suam y después Evangelii nuntiandi como una clave para interpretar el Concilio Vaticano II. La Iglesia existe para evangelizar, por lo tanto, su relación con el mundo es clave y ahí el diálogo aparece como un elemento importante.

-Rescatando la cuestión de la pluriculturalidad y la globalización, ¿qué puede aportar la Iglesia a nuestro mundo tal como está planteado hoy?

La riqueza de la Iglesia es Jesucristo que es el mismo ayer, hoy y lo será siempre. Por lo tanto no hay una etapa postcristiana. No hay nostalgia de un pasado que fue sino la esperanza de un mañana que tenemos que construir desde Jesucristo. Él es el centro, se nos ha revelado, y esa revelación llega también a la inteligencia del hombre. La revelación también es verdad que está llamada a iluminar y dar sentido al hombre. No es solamente un sentimiento ocasional o un recetario de fe de respuesta a mis problemas. Es una verdad que da sentido a la vida del hombre. Como ser creado y como ser que camina en el tiempo, y hasta tiene sentido la muerte desde su fe. Por eso creo que para nosotros, en ese diálogo con el mundo, tenemos que compartir mucho de lo que es el centro de nuestra fe: Jesucristo. Él es la verdad revelada para nosotros y es eso lo que tenemos que ofrecerle al mundo.

-¿Cómo ve ese mundo?

Es un mundo difícil, creo que ha perdido muchas cosas, se construye desde una libertad sin límites. Y es una libertad que debe ser como liberada. Cuántas veces el hombre aparece esclavo de su libertad porque no ha encontrado la verdad que lo haga libre. Es un tema fundamentalmente cultural el que tiene que hacer la Iglesia hoy día. Entendiendo la cultura en este plano.

-¿Cómo ve el mundo de la información en el que la Iglesia está inmersa con su novedad?

Ya lo dijo el Papa: los medios son los areópagos modernos. La Iglesia tiene una verdad que comunicar por lo tanto los medios deberían ser lo propio de la Iglesia. Antes era el púlpito y ahora los medios son el modo a través del cual tenemos que transmitir una verdad que no se impone: se ofrece. Los medios para la Iglesia son necesarios. A veces no estamos preparados para actuar en los medios, nos falta saber cómo decir las cosas, el mejor modo. El medio es un instrumento. Hay que ver qué se le pone a los medios. Desgraciadamente, muchas veces los contenidos de los medios no elevan sino que se queda en un pasatismo que termina empobreciendo culturalmente al hombre. Por eso creo que la Iglesia puede hacer mucho en este tema.

-¿Los comunicadores católicos le pueden dar un plus a los contenidos?

Deberían darlo. El desafío hoy es comunicar, que no es repetir cosas, es transmitir un mensaje y hay que inculturarlo en el lenguaje del momento. Creo que ahí está la mediación de los comunicadores: saber transmitir y no repetir, sino iluminar. No es una tarea fácil pero hay que hacerla.

-Usted trabajó en la Comisión Episcopal de Comunicación.

Me sentí muy bien ahí. He tenido buen trato con los comunicadores y con los periodistas tanto en Mar del Plata, donde fui obispo, como en Santa Fe. Tenemos que actuar frente a los medios sin complejos. Sabiendo que tenemos una verdad y que quien me está haciendo la nota no piensa como yo. Y no querer quedar bien con el otro diciendo lo que el otro piensa sino tener la libertad de decir lo que uno piensa con respeto, libertad, sin complejos. Creo que ésa es casi la mejor catequesis para tratar con lo diverso.

-¿Qué desafíos ve que se le plantean a la familia argentina?

Muchos. En el mundo globalizado, la familia no solamente es transmisora de vida también es transmisora de valores en una cultura en un sentido muy amplio. Creo que es de una buena política de estado fortalecer los vínculos de la familia y que ella sea realmente la primera escuela de vida para sus hijos. Eso forma parte de una responsabilidad social. Muchas familias están como agredidas por ideas ajenas a lo que ellas piensan, y que se introducen dentro de su propia casa. Hay que tener en cuenta la importancia de la estabilidad, del trabajo. Hoy día pareciera que la familia estable fuera un discurso del pasado o de la derecha. Algunos piensan que para ser progresista hay que hablar de “otra familia”. No se pondera el amor, la fidelidad, la entrega. Algunas relaciones afectivas entre las personas no tienen horizontes, deseos de trascenderse en hijos. Hay un crecimiento del subjetivismo: “yo necesito hoy esto y mañana esto otro”. Se ha quebrado la donación que implica el amor.

-¿Qué signos de esperanza detecta en nuestra sociedad actual?

La esperanza es el hombre creado por Dios con inteligencia, con voluntad, con libertad y como ser espiritual. Ese hombre es la esperanza en tanto que busca cosas nobles. A veces también por el absurdo llega a eso, después de un cansancio se da cuenta de que lo que tenía cerca es lo que él no valoró y era lo importante. Al hombre como ser espiritual, trascendente, no lo satisface cualquier cosa y a veces cosas que aparentemente duran poco. La gran riqueza es ese hombre visto en la totalidad. Una inteligencia, una voluntad, una dimensión espiritual. Esto se ve con jóvenes: el deseo de sinceridad, el deseo de la cosa noble y coherente, la transparencia, la ejemplaridad, cómo reclaman el valor de la familia. Estos son signos positivos.

-¿Ya conversó con sus compañeros de equipo?

¡Sí! fuimos a ver a la Presidenta y, a la vuelta, con los cuatro que estuvimos conversamos mucho. Somos elegidos y uno piensa que cuando la gente elige —porque no hay listas en las que uno se propone para ser presidente y vice— eso depende del silencio, de la oración de cada obispo que en conciencia votó. Detrás de ellos está Dios que los ha movido, su Espíritu Santo. Pienso que Dios es el responsable.

-¿Cómo resuena en usted el encuentro con la Presidenta de la Nación?

Fue muy cordial. Lo agradecemos porque a las pocas horas que pedimos la reunión ella inmediatamente nos dio la audiencia y estuvimos 45 minutos o más. Larga la charla, muy distendida ella, también nosotros, conversamos con mucha libertad. Fue un encuentro cordial y muy útil para las relaciones entre la Iglesia y el Gobierno. Es útil todo aquello que pueda ser vehículo de diálogo. Hablamos de todo. Le dijimos “somos pastores”, por lo tanto, los temas que tocamos no son desde una óptica político-partidaria opositora u oficialista sino desde nosotros, como pastores, con fidelidad al Evangelio y al servicio del hombre. Por eso creemos que la relación de la Iglesia y el Gobierno tiene que moverse en esa sana autonomía y también cooperación en el bien común y al servicio del hombre. Hablamos de la vida, del matrimonio, de la familia, de la pobreza, de la educación, de la cultura. Son temas que en la Iglesia siempre están presentes porque forman parte de la resonancia temporal del Evangelio. No podemos no hablar de lo social. Cristo estaría cerca del pobre. Nosotros tenemos que estar cerca del pobre y no es una estrategia demagógica. Es fidelidad y si no nos ven cerca, recuérdennoslo. Hay sinceridad y libertad en lo que decimos, tenemos una relación madura, libre, responsable, en la que podemos conversar. Le entregamos un regalo que nos pareció oportuno, un ícono de una escuela de Buenos Aires, de arte religioso bizantino, con la imagen del Buen Pastor. Ella lo recibió con mucha emoción, no lo esperaba. “Yo no tengo un regalo para darles”, dijo la Presidenta al recibirlo. Después —se ve que los mandó pedir— nos regaló a cada obispo, a la salida, un libro muy bien ilustrado sobre la Casa Rosada de reciente aparición.

-¿Sigue a Racing los domingos?

Escucho los partidos cuando puedo, mi corazón sigue cerca en Avellaneda.

-¿Escucha música?

Cuando voy en el auto. Tengo algunos compacts de música clásica, Pavarotti, la gregoriana, folklore y tango. A mí el tango me gusta mucho. Troilo del 40. Me gusta toda la música.

-¿Cómo se lleva con la tecnología?

No tan bien. Tengo computadora, escribo, uso mail, pero estoy en el primer nivel, el colegio primario. No creo haber llegado al secundario, pero la utilizo, incluso para informarme. La lectura de los diarios a la mañana la hago por Internet. Los diarios de Buenos Aires no me llegan tan temprano.

-¿Le interesan las noticias, le modifican el día?

Me gusta leer el diario, es costumbre. A veces cambia el humor con las noticias. Uno quisiera no escuchar tantas cosas pero hay que escucharlas. Cuando aparece la degradación de lo humano —crímenes, trata, violaciones—, ¿cómo hemos llegado hasta acá? Habrá explicaciones, pero ¡qué cosa que el hombre produce esto!, duele. Me duele cuando leo noticias que hablan de las consecuencias del consumo de drogas, los chicos que se drogan y que después yendo a los barrios uno lo comprueba y es hasta difícil dialogar con ellos.

-¿Cuáles son los temas básicos en los que la Iglesia puede dar un mensaje verdaderamente transformador?

Primero el anuncio del Evangelio. La Iglesia tiene que mirarlo a Jesucristo siempre. Y predicarlo. Y vivirlo. El tema de Jesucristo es central y hay que hacerlo vida. Ahí aparece el tema de la familia, la vida, la educación, la dignidad del hombre y el trabajo, la cultura del trabajo. Estos son los temas que tienen que estar permanentemente en agenda pero desde ese Jesucristo que debe iluminar. Cristo no ocupa el lugar de nadie. Ilumina el lugar de todos: un noviazgo, una familia, un país. No es para ocupar el lugar de otro; hay una autonomía de lo temporal que respetar, pero hay una luz para eso temporal que es Jesucristo. Y la Iglesia tiene que ofrecerlo. El centro es el mensaje de Jesucristo y verlo en la dignidad del hombre, los derechos humanos, en la familia, en la vida, en la educación, en la opción por los pobres. La opción por los pobres no es una estrategia: es una fidelidad al Evangelio. Este Papa, cuando fuimos a Aparecida, dijo: “La opción por los pobres es un tema cristológico”. No se puede obviar este tema. Cristo hizo la opción por los pobres. Él ha escondido su dignidad en el rostro del pobre. Una Iglesia que no esté cerca del pobre no sería fiel a Jesucristo.

-¿Alguna partecita del Evangelio que lo conmueva mucho?

Mi lema de ordenación episcopal, el Evangelio de Juan, capítulo 17, esa larga oración de Jesucristo que, al final, da como las claves interpretativas de lo que nos ha dejado. “Padre, que sean uno para que el mundo crea.” La unidad no es para fortalecer una corporación. La unidad es para expresarlo a Dios. Él es comunión. “Que sean uno como nosotros”. Vivir entonces nuestra fe en esa dimensión: profundamente enraizados en el misterio de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

-¿Que le pide puntualmente a Jesús hoy?


Que me acompañe, que esté con nosotros, yo estoy acá como los de Emaús: “Señor, quédate con nosotros que te necesitamos”. Y pedir la gracia de ser fiel a lo que Él me dice en su Evangelio, a través de mis hermanos.


Fuente AICA

domingo, 13 de noviembre de 2011

Homilía Dominical

Domingo XXXIII del TO - Ciclo A

Lecturas

Prov 31, 10-13.19-20.30-31
I Tes 5,1-6
Mt 25,14-30


Varias cosas importantes para nuestra vida cristiana nos enseña la parábola de los talentos. En primer lugar a evitar esas dos actitudes extremas con las que a veces evadimos el sentido de responsabilidad respecto a los dones y carismas que cada uno de nosotros ha recibido de Dios de una manera única. Una de ellas podría ser catalogada como falsa humildad: nos comparamos con los demás y resolvemos que lo nuestro no vale ni puede aportar nada útil. La otra, la del orgullo, es creer que eso que hemos recibido es nuestro, nos autoriza a sentirnos superiores a los demás, y en vez de ponerlos a su servicio lo usamos en provecho propio.

Los servidores que han sido elogiados, esos entre los que esperamos contarnos nosotros en el día del Juicio, son aquellos que han tomado conciencia de lo mucho que han recibido (¡el talento era una moneda que valía una fortuna!) y estimulados como un buen negociante por el deseo de ganancias (¡cuántas posibilidades hay de obtener ganancias para el Reino de Dios con lo que tenemos!) han duplicado los bienes. La recompensa, de todas maneras, es desproporcionada a lo que han puesto en juego. Se les encarga de MUCHO más. El Señor puede hacer grandes cosas

Contrariamente a estos dos designados como buenos y fieles, el último no ha producido nada, ha sido malo y perezoso, ve a su señor como alguien exigente a quien se le tiene temor. Para ser buenos hay que dejarse contagiar de la bondad del Señor. Si Él es para nosotros alguien distante que nos produce miedo, difícilmente daremos frutos. Si, en cambio, abrimos el corazón para comprender y agradecer su bondad y misericordia para con nosotros, Él mismo nos arrastrará en esa corriente de amor y entrega que quiere llegar a todos. ¡Dios nos mira con bondad!

Por último, para obtener ganancias para el Reino no hay que ser perezoso. La bondad del que soportó la Pasión por nosotros nos impulsa a ser diligentes y pacientes en acompañarlo. ¡Cuántas veces los buenos intentos de brindar nuestros talentos se ven frustrados cuando de nuestro compromiso se derivan sufrimientos y obstáculos! Estos nos asombran, nos sorprenden y hacen que nos volvamos atrás. No nos acordamos de que no hay fruto de vida eterna que no venga de participar de la Pascua de Jesús. Para gozar de la Resurrección hay que haber estado antes al pie de la Cruz.

¡María, la que Dios ha mirado con bondad en su pequeñez para hacer grandes cosas, la que ha permanecido firme junto a la Cruz, ayúdanos a ser servidores buenos y fieles!

P. Daniel Gazze

jueves, 10 de noviembre de 2011

¡Día de la Tradición!


En Argentina, celebramos hoy el Día de la Tradición, en recuerdo del nacimiento del escritor José Hernández, autor de "Matín Fierro", obra cumbre de las costumbres del hombre de campo argentino.

¡MUY FELIZ DÍA!

San León Magno. Papa y Doctor de la Iglesia.

El Papa León Magno y Atila, rey de los Hunos

“Reconoce, oh cristiano, tu dignidad.
El Hijo de Dios vino del cielo por salvar tu alma.”





Benedicto XVI evoca la figura del Papa san León Magno

Intervención en la audiencia general

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 5 marzo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles dedicada a presentar la figura del Papa san León Magno, doctor de la Iglesia.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

Continuando nuestro camino entre los padres de la Iglesia, auténticos astros que brillan a lo lejos, en el encuentro de hoy nos acercamos a la figura de un Papa que, en 1754 fue proclamado por Benedicto XIV doctor de la Iglesia: se trata de san León Magno. Como indica el apelativo que pronto le atribuyó la tradición, fue verdaderamente uno de los más grandes pontífices que han honrado la Sede de Roma, ofreciendo una gran contribución a reforzar su autoridad y prestigio. Primer obispo de Roma en llevar el nombre de León, adoptado después por otros doce sumos pontífices, es también el primer Papa del que nos ha llegado su predicación, dirigida al pueblo que le rodeaba durante las celebraciones. Viene a la mente espontáneamente su recuerdo en el contexto de las actuales audiencias generales del miércoles, citas que se han convertido para el obispo de Roma en una acostumbrada forma de encuentro con los fieles y con los visitantes procedentes de todas las partes del mundo.

León había nacido en Tuscia. Fue diácono de la Iglesia de Roma en torno al año 430, y con el tiempo alcanzó en ella una posición de gran importancia. Este papel destacado llevó en el año 440 a Gala Placidia, que en ese momento regía el Imperio de Occidente, a enviarle a Galia para subsanar la difícil situación. Pero en el verano de aquel año, el Papa Sixto III, cuyo nombre está ligado a los magníficos mosaicos de la Basílica de Santa María la Mayor, falleció y fue elegido como su sucesor León, quien recibió la noticia mientras desempeñaba su misión de paz en Galia.

Tras regresar a Roma, el nuevo Papa fue consagrado el 29 de septiembre del año 440. Iniciaba de este modo su pontificado, que duró más de 21 años y que ha sido sin duda uno de los más importantes en la historia de la Iglesia. Al morir, el 10 de noviembre del año 461, el Papa fue sepultado junto a la tumba de san Pedro. Sus reliquias siguen custodiadas en uno de los altares de la Basílica vaticana.

El Papa León vivió en tiempos sumamente difíciles: las repetidas invasiones bárbaras, el progresivo debilitamiento en Occidente de la autoridad imperial, y una larga crisis social habían obligado al obispo de Roma --como sucedería con más claridad todavía un siglo y medio después, durante el pontificado de Gregorio Magno-- a asumir un papel destacado incluso en las vicisitudes civiles y políticas. Esto no impidió que aumentara la importancia y el prestigio de la Sede romana. Es famoso un episodio de la vida de León. Se remonta al año 452, cuando el Papa en Mantua, junto a una delegación romana, salió al paso de Atila, el jefe de los hunos, para convencerle de que no continuara la guerra de invasión con la que había devastado las regiones del nordeste de Italia. De este modo salvó al resto de la península.

Este importante acontecimiento pronto se hizo memorable y permanece como un signo emblemático de la acción de paz desempeñada por el pontífice. No fue tan positivo, por desgracia, tres años después, el resultado de otra iniciativa del Papa, que de todos modos manifestó una valentía que todavía hoy sorprende: en la primavera del año 455, León no logró impedir que los vándalos de Genserico, al llegar a las puertas de Roma, invadieran la ciudad indefensa, que fue saqueada durante dos semanas. Sin embargo, el gesto del Papa que, inerme y rodeado de su clero, salió al paso del invasor para pedirle que se detuviera, impidió al menos que Roma fuera incendiada y logró que no fueran saqueadas las basílicas de San Pedro, de San Pablo y de San Juan, en las que se refugió parte de la población aterrorizada.

Conocemos bien la acción del Papa León gracias a sus hermosísimos sermones --se han conservado casi cien en un latín espléndido y claro-- y gracias a sus cartas, unas ciento cincuenta. En estos textos, el pontífice se presenta en toda su grandeza, dedicado al servicio de la verdad en la caridad, a través de un ejercicio asiduo de la palabra, como teólogo y pastor. León Magno, constantemente requerido por sus fieles y por el pueblo de Roma, así como por la comunión entre las diferentes Iglesias y por sus necesidades, apoyó y promovió incansablemente el primado romano, presentándose como un auténtico heredero del apóstol Pedro: los numerosos obispos, en buena parte orientales, reunidos en el Concilio de Calcedonia, demostraron que eran sumamente conscientes de esto.

Celebrado en el año 451, con 350 obispos participantes, este Concilio se convirtió en la asamblea más importante celebrada hasta entonces en la historia de la Iglesia. Calcedonia representa la meta segura de la cristología de los tres concilios ecuménicos precedentes: el de Nicea del año 325, el de Constantinopla del año 381 y el de Éfeso del año 431. Ya en el siglo VI estos cuatro concilios, que resumen la fe de la Iglesia antigua, fueron comparados a los cuatro Evangelios: lo afirma Gregorio Magno en una famosa carta (I, 24), en la que declara que hay que «acoger y venerar, como los cuatro libros del santo Evangelio, los cuatro concilios», porque, como sigue explicando Gregorio, sobre ellos «se edifica la estructura de la santa fe, como sobre una piedra cuadrada». El Concilio de Calcedonia, al rechazar la herejía de Eutiques, que negaba la auténtica naturaleza humana del Hijo de Dios, afirmó la unión en su única Persona, sin confusión ni separación, de las dos naturalezas humana y divina.

Esta fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, era afirmada por el Papa en un importante texto doctrinal dirigido al obispo de Constantinopla, el así llamado «Tomo a Flaviano», que al ser leído en Calcedonia, fue acogido por los obispos presentes con una aclamación elocuente, registrada en las actas del Concilio: «Pedro ha hablado por la boca de León», exclamaron unidos los padres conciliares. A partir de aquella intervención y de otras pronunciadas durante la controversia cristológica de aquellos años, se hace evidente que el Papa experimentaba con particular urgencia las responsabilidades del sucesor de Pedro, cuyo papel es único en la Iglesia, pues «a un solo apostolado se le confía lo que a todos los apóstoles se comunica», como afirma León en uno de sus sermones con motivo de la fiesta de los santos Pedro y Pablo (83,2). Y el pontífice supo ejercer estas responsabilidades, tanto en Occidente como en Oriente, interviniendo en diferentes circunstancias con prudencia, firmeza y lucidez, a través de sus escritos y de sus legados. Mostraba de este modo cómo el ejercicio del primado romano era necesario entonces, como lo es hoy, para servir eficazmente a la comunión, característica de la única Iglesia de Cristo.

Consciente del momento histórico en el que vivía y de la transición que tenía lugar, en un período de profunda crisis, de la Roma pagana a la cristiana, León Magno supo estar cerca del pueblo y de los fieles con la acción pastoral y la predicación. Alentó la caridad en una Roma afectada por las carestías, por la llegada de refugiados, por las injusticias y la pobreza. Afrontó las supersticiones paganas y la acción de los grupos maniqueos. Enlazó la liturgia a la vida cotidiana de los cristianos: por ejemplo, uniendo la práctica del ayuno con la caridad y con la limosna, sobre todo con motivo de las Quattro tempora, que caracterizan en el transcurso del año el cambio de las estaciones. En particular, León Magno enseñó a sus fieles --y sus palabras siguen siendo válidas para nosotros-- que la liturgia cristiana no es el recuerdo de acontecimientos pasados, sino la actualización de realidades invisibles que actúan en la vida de cada quien. Lo subraya en un sermón (64,1-2) hablando de la Pascua, que debe celebrarse en todo tiempo del año, «no como algo del pasado, sino más bien como un acontecimiento del presente». Todo esto se enmarca en un proyecto preciso, insiste el pontífice: así como el Creador animó con el soplo de la vida racional al hombre plasmado en el barro de la tierra, del mismo modo, tras el pecado original, envió a su Hijo al mundo para restituir al hombre la dignidad perdida y destruir el dominio del diablo a través de la nueva vida de la gracia.

Este es el misterio cristológico al que san León Magno, con su carta al Concilio de Éfeso, ofreció una contribución eficaz y esencial, confirmando para todos los tiempos, a través de ese Concilio, lo que dijo san Pedro en Cesarea de Filipo. Con Pedro y como Pedro confesó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Por este motivo, al ser Dios y Hombre al mismo tiempo, «no es ajeno al género humano, pero es ajeno al pecado» (Cf. Sermón 64). En la fuerza de esta fe cristológica, fue un gran mensajero de paz y de amor. De esta manera nos muestra el camino: en la fe aprendemos la caridad. Aprendamos, por tanto, con san León Magno a creer en Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, y a vivir esta fe cada día en la acción por la paz y en el amor al prójimo.

[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo: ]

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy nos centramos en la figura de San León Magno, Doctor de la Iglesia y el primer Papa del que nos han llegado sus predicaciones al pueblo de Roma durante las celebraciones, lo que nos hace pensar en encuentros como éste de hoy. Su Pontificado duró veinte años, en los que se vio obligado a intervenir primero ante Atila, para detener la invasión de Italia, y, después, ante Genserico, para evitar el incendio de Roma y la destrucción de sus Basílicas.

San León se mostró siempre solícito pastor, vinculando la liturgia a la vida cotidiana de los cristianos, a los que enseñaba que las celebraciones no son meros recuerdos del pasado, sino actualización de los misterios de Cristo, que entran en la vida de cada uno. Fue también gran promotor del primado romano, fomentando, como auténtico Sucesor de Pedro, la comunión con las diversas Iglesias e interviniendo decisivamente en el Concilio de Calcedonia, donde se afirmó la unicidad de la Persona de Cristo, sin confusión y sin separación de la naturaleza humana y divina.

Saludo a los peregrinos venidos España y Latinoamérica, en particular a los seminaristas de Santiago de Compostela. Invito a todos a profundizar en el misterio de la Encarnación, que, como decía San León Magno, significa que el Señor no es extraño al género humano, sino al pecado"; ha venido en ayuda de nuestra debilidad y en el encuentro con Él está la mayor alegría de nuestra vida.

Muchas gracias.

[© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana

Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina]

miércoles, 9 de noviembre de 2011

viernes, 4 de noviembre de 2011

Cambio en los horarios de Misa, desde noviembre



A partir del mes de noviembre, habrá cambios en los horarios de las Misas vespertinas del fin de semana.

Sábados y Domingos: 20 hs.

Los jueves, el P. Daniel continuará celebrando la Misa a las 19.30 hs.

Y la Misa para niños, de los domingos a la mañana, se mantiene a las 10hs.


jueves, 3 de noviembre de 2011

"Alégrense conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido."



Leer el comentario del Evangelio por

San Juan María Vianney (1786-1859), sacerdote, cura de Ars
Sermón para el III domingo después de Pentecostés, 1º sobre la misericordia

Hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente

La conducta que Jesucristo tuvo durante su vida mortal, nos muestra la grandeza de su misericordia para con los pecadores. Vemos que todos ellos se acercan a hacerle compañía, y él, lejos de rechazarlos o por lo menos alejarse, al contrario, hizo todo lo posible para encontrarse entre ellos, con el fin de atraerlos hacia su Padre. Los va a buscar por los remordimientos de conciencia, los hace volver por su gracia y los gana con sus modales amorosos. Los trata con tanta amabilidad, que incluso los defiende ante los escribas y fariseos que quieren culparlos, y que parecen no querer el sufrimiento de Jesucristo.
Va incluso más allá: quiere justificar su conducta hacia ellos con una parábola que retrata, de la mejor manera, la grandeza de su amor por los pecadores, diciéndoles: "Un pastor que tenía cien ovejas, habiendo perdido una, deja a todas las demás y va corriendo a buscar a la que se había perdido, y, habiéndola encontrado, se la pone sobre sus hombros para ahorrarle las dificultades del camino. Entonces, después de devolverla a su redil, invitó a todos sus amigos para que se alegraran con él, por haber encontrado la oveja que estaba perdida». Y añadió también esta parábola de una mujer que tiene diez monedas de plata y habiendo perdido una, enciende la lámpara para buscar en cada rincón de su casa, y habiéndola encontrado, invita a todos sus amigos para que se alegren con ella. "Es por ello, dijo, que el cielo entero, se alegra por el regreso de un pecador que se arrepiente y hace penitencia. Yo no he venido a salvar a los justos sino a los pecadores, los que están sanos no necesitan médico, sino los enfermos."(Lc 5,31-32).
Vemos que Jesús aplica a sí mismo la imagen viva de la grandeza de su misericordia hacia los pecadores. ¡Qué suerte para nosotros saber que la misericordia de Dios es infinita! ¡Qué intenso deseo debemos sentir nacer en nosotros, que nos llevará a arrodillarnos a los pies de un Dios que nos recibirá con tanta alegría!

martes, 1 de noviembre de 2011

Fiesta de Todos los Santos


Celebramos a las personas que han llegado al cielo,
conocidas y desconocidas.


Fiesta de Todos los Santos

Este día se celebra a todos los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidas para nosotros. Santo es aquel que ha llegado al cielo, algunos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana.

Comunión de los santos

La comunión de los santos, significa que ellos participan activamente en la vida de la Iglesia, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. La intercesión de los santos significa que ellos, al estar íntimamente unidos a Cristo, pueden interceder por nosotros ante el Padre. Esto ayuda mucho a nuestra debilidad humana.

Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.

Aunque todos los días deberíamos pedir la ayuda de los santos, es muy fácil que el ajetreo de la vida nos haga olvidarlos y perdamos la oportunidad de recibir todas las gracias que ellos pueden alcanzarnos. Por esto, la Iglesia ha querido que un día del año lo dediquemos especialmente a rezar a los santos para pedir su intercesión. Este día es el 1º de noviembre.

Este día es una oportunidad que la Iglesia nos da para recordar que Dios nos ha llamado a todos a la santidad. Que ser santo no es tener una aureola en la cabeza y hacer milagros, sino simplemente hacer las cosas ordinarias extraordinariamente bien, con amor y por amor a Dios. Que debemos luchar todos para conseguir la santidad, estando conscientes de que se nos van a presentar algunos obstáculos como nuestra pasión dominante; el desánimo; el agobio del trabajo; el pesimismo; la rutina y las omisiones.

Se puede aprovechar esta celebración para hacer un plan para alcanzar la santidad y poner los medios para lograrlo:

¿Como alcanzar la santidad?

- Detectando el defecto dominante y planteando metas para combatirlo a corto y largo plazo.
- Orando humildemente, reconociendo que sin Dios no podemos hacer nada.
- Acercándonos a los sacramentos.

Un poco de historia

La primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que la comunidad de Esmirna escribió a la Iglesia de Filomelio, comunicándole la muerte de su santo obispo Policarpo, en el año156. Esta carta habla sobre Policarpo y de los mártires en general. Del contenido de este documento, se puede deducir que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una celebración de la Eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus tumbas, haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los mártires

La veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las tumbas de los mártires, grandes basílicas como la de San Pedro en la colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo, la de San Sebastián, todos ellos en Roma.

Las historias de los mártires se escribieron en unos libros llamados Martirologios que sirvieron de base para redactar el Martirologio Romano, en el que se concentró toda la información de los santos oficialmente canonizados por la Iglesia.

Cuando cesaron las persecuciones, se unió a la memoria de los mártires el culto de otros cristianos que habían dado testimonio de Cristo con un amor admirable sin llegar al martirio, es decir, los santos confesores. En el año 258, San Cipriano, habla del asunto, narrando la historia de los santos que no habían alcanzado el martirio corporal, pero sí confesaron su fe ante los perseguidores y cumplieron condenas de cárcel por Cristo.

Más adelante, aumentaron el santoral con los mártires de corazón. Estas personas llevaban una vida virtuosa que daba testimonio de su amor a Cristo. Entre estos, están san Antonio (356) en Egipto y san Hilarión (371) en Palestina. Tiempo después, se incluyó en la santidad a las mujeres consagradas a Cristo.

Antes del siglo X, el obispo local era quien determinaba la autenticidad del santo y su culto público. Luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para poder llevar a cabo un proceso de canonización, con el propósito de evitar errores y exageraciones.

El Concilio Vaticano II reestructuró el calendario del santoral

Se disminuyeron las fiestas de devoción pues se sometieron a revisión crítica las noticias hagiográficas (se eliminaron algunos santos no porque no fueran santos sino por la carencia de datos históricos seguros); se seleccionaron los santos de mayor importancia (no por su grado de santidad, sino por el modelo de santidad que representan: sacerdotes, casados, obispos, profesionistas, etc.); se recuperó la fecha adecuada de las fiestas (esta es el día de su nacimiento al Cielo, es decir, al morir); se dio al calendario un carácter más universal (santos de todos los continentes y no sólo de algunos).



Todos estamos llamados a ser santos
Autor: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net

“Una sola cosa es necesaria” (Lc 10,42): la santidad personal. Este es el secreto de la alegría, la buena nueva para el mundo, la siembra de paz que necesita la sociedad.

La fiesta de todos los santos nos recuerda la multitud de los que han conseguido de un modo definitivo la santidad, y viven eternamente con Dios en cielo, con un amor que sacia sin saciar. Es también la fiesta de todos os que estamos llamados a unirnos a los que forman la Iglesia triunfante: nos anima a desear esa felicidad eterna, que solo en Dios podemos encontrar. Vivimos en esperanza, somos varones de deseos (como el profeta Daniel), de que Dios saciará todo el afán de felicidad que anida en nuestro corazón, como decía San Agustín: “nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. San Pablo dice que nadie puede imaginar las maravillas que Dios nos tiene reservadas. Saciarán sin saciar, y este pensamiento de plenitud nos ha de ayudar a llevar la cruz de cada día sin caer en conformarnos con premios de consolación, con pequeñas compensaciones efímeras, que a la hora de la verdad son engaños, cartones repintados que defraudan las ansias de cosas grandes de nuestro corazón.

San Juan Apóstol, que en sus años mozos siguió al Señor, nos dice ya en su madurez que vale la pena: “El que existía desde el principio, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos... lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su hijo Jesucristo. Esto os lo escribimos para que vuestra alegría sea completa” (1 Juan, 1). Estamos llamados a pertenecer a la familia de Cristo, desde toda la eternidad hemos sido pensados, amados, para este fin, y para ello hemos sido creados: predestinados como hijos queridísimos, por puro amor (como comienza diciendo la carta a los Efesios. Esta gratuidad de la llamada a la amistad con Dios está desarrollado en muchos otros lugares como 1Tes. 4,3).

"La meta que les propongo -mejor, la que nos señala Dios a todos- no es un espejismo o un ideal inalcanzable: podría relatarles tantos ejemplos concretos de mujeres y hombres de la calle, como ustedes y como yo, que ha encontrado a Jesús que pasa ‘quasi in occulto’ por las encrucijadas aparentemente más vulgares, y se han decidido a seguirle, abrazados con amor a la cruz de cada día. En esta época de desmoronamiento general, de cesiones y desánimos, o de libertinaje y de anarquía, me parece todavía más actual aquella sencilla y profunda convicción...: estas crisis mundiales son crisis de santos” (San Josemaría Escrivá).

Para ello tenemos los medios de siempre, que hay que adaptar a las circunstancias de cada vida: oración y sacramentos, que son medios y no fines, el fin es al que se va avanzando como el que va hacia una luz, paso a paso: con la gracia de Dios, y la lucha alegre, vamos hacia Jesús, a corresponder a su amor con nuestra correspondencia que se manifiesta en la sensibilidad para hacer la voluntad de Dios. Con estos medios tenemos experiencia de Dios, como la tuvo Moisés en el Monte Sinaí ante la zarza ardiendo sin consumirse, cuando se le manifestó el Señor diciéndole: “descálzate porque este lugar es santo”, y cuando bajó del monte, cuando su faz reflejaba la luz divina. Es también la experiencia de San Pablo camino de Damasco: ciego ante la luz, para penetrar en la luz interior. Eso es la santidad: sentir a Dios en nosotros, sentirse mirados por Dios que tira de nosotros con suavidad y fuerza hacia arriba, si le tomamos la mano que nos ofrece para que allá donde está Él también vayamos nosotros. Esa determinación de seguir a Cristo se va desplegando en una serie de virtudes que al procurar vivir con alegría y constancia, se va haciendo heroísmo.

Ha dicho Jesús: “Una sola cosa es necesaria” (Lc 10,42): la santidad personal. Este es el secreto de la alegría, la buena nueva para el mundo, la siembra de paz que necesita la sociedad. La gran solución para todo, es la santidad: ese encuentro personal con Dios, que ponemos –ante el ofrecimiento de su gracia- buena voluntad, es decir correspondencia: lucha, esfuerzo personal por ser mejores y hacer el bien, pues la fe, si no va unida a las obras, está muerta.
En esta vocación que es la vida, escucha y correspondencia, diálogo abierto del hombre con Dios, parece que lo más importante es lo que hacemos nosotros sin embargo luego vemos que en realidad lo fundamental es lo que hace Dios, de ahí la vida como “dejar hacer” a Dios, como ofrenda agradecida, de acción de gracias. Decía P. Urbano que “un santo es un avaricioso que va llenándose de Dios, a fuerza de vaciarse de sí... un débil que se amuralla en Dios y en Él construye su fortaleza… un hombre que todo lo toma de Dios: un ladrón que le roba a Dios hasta el Amor con que poder amarle... El quid de la santidad es una cuestión de confianza: lo que el hombre esté dispuesto a dejar que Dios haga en él. No es tanto el ‘yo hago’, como el ‘hágase en mí’... El santo ni ama, ni cree, ni espera a solas: él siempre cuenta con el Otro. Por eso el santo confía... uno de esos que se fía de Dios. Pero hay que decir que, antes, Dios se ha fiado de él”. Y la meta es inabarcable, siempre en construcción: “¿La cima? Para un alma entregada, todo se convierte en cima que alcanzar: cada día descubre nuevas metas, porque ni sabe ni quiere poner límites al Amor de Dios”.