Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



A todos los que ingresen a esta página:


*** BIENVENIDOS ***

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:: Homilías ::

(Clickear sobre la Biblia para leer las lecturas)


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viernes, 30 de septiembre de 2011

Ordenaciones presbiterales


Hoy, 30 de septiembre, Solemnidad de San Jerónimo, Patrono de la Ciudad y de la Provincia civil de Santa Fe, a las 10 hs. serán ordenados presbíteros, los siguientes Diáconos: Pablo Vega y Lucas Simonutti.

Los nombrados han realizado sus estudios filosóficos y teológicos en el Seminario Metropolitano de Nuestra Señora.

Actualmente se encuentran desarrollando su ministerio diaconal en las parroquias de Pilar y Laguna Paiva respectivamente.

La Santa Misa estará presidida por el Sr. Arzobispo, Mons. José María Arancedo quien ordenará a los nuevos sacerdotes.

Como es tradicional la liturgia de ordenación se celebrará en la Basílica Nuestra Señora de Guadalupe.


Acompañemos con nuestra presencia y nuestra oración este regalo de Dios para toda la Iglesia.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Confirmaciones en la Parroquia


El jueves 29 de septiembre, a las 19.30, Mons. Arancedo confirmará en la fe a los chicos que se estuvieron preparando en los encuentros de catequesis en nuestra parroquia, en la capilla Nuestra Señora de la Guardia y en el Salón San Cayetano.

¡Invitamos a toda la comunidad parroquial
a participar de la celebración de la Eucaristía!

lunes, 26 de septiembre de 2011

I Congreso Internacional "Juan Pablo II y la familia"

26 y 27 de septiembre

Sala Garay (San Martín 1540), 16 hs.

Acreditación: 15 hs.

Instituto para el Matrimonio y la Familia -UCSF

domingo, 25 de septiembre de 2011

Homilía Dominical

Domingo XXVI del TO - Ciclo A

Lecturas

Ez 18, 25-28
Flp 2, 1-11
Mt 21, 28-32

La primera idea que nos deja el evangelio de hoy es que Dios necesita de nuestro “sí, quiero” a su voluntad de Padre. No podría ser de otra manera. Él quiere salvarnos entablando con nosotros una relación de amor que supone el ejercicio de nuestra libertad. A veces podemos tener una imagen de Dios parecida a la de alguien que mira desde arriba para ver cómo nos portamos y decidir quién se salva y quién no. Jesús, muriendo en la cruz por nosotros nos habla del Padre que nos da un SI grande y generoso en el que nos entrega toda su vida para compartir con nosotros su gloria. Pero para llevar a cabo este designio necesita de nuestra cooperación.

Concretamente, ¿qué significa dar este “sí”, cuál es su contenido? La segunda lectura nos lo resume de una manera muy hermosa. Se trata de trabajar para vivir con los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús creciendo en una humildad que nos lleve a estimar a los otros como superiores. ¿Es esto posible en un mundo competitivo e individualista como el actual? Sólo un corazón profundamente transformado por el amor puede alegrarse de ver a los demás como más importantes. Al estilo de una madre o de un padre que contemplan con gozo en sus hijos un grado de realización más pleno que el que ellos mismos alcanzaron.

Para llegar a esto Pablo pone ante nuestra vista la humillación de Jesús. Él se despojó de la condición divina para tomar la condición de servidor. Descendió más profundo que todos, para levantarnos a todos a la gloria del Padre. En la medida en que nos demos cuenta de que lo hizo por nosotros podremos también nosotros obrar de la misma manera. Por eso el Señor termina con la afirmación impactante de que los publicanos y las prostitutas llegan antes que los que lo cuestionan al Reino de Dios. Ellos verdaderamente han podido “dimensionar” el descenso de Jesús que se puso a sus pies para servirlos y perdonarlos. Y seguramente como consecuencia cambiarán el “no quiero” inicial por un “sí” sincero y profundo que los lleve a tener sus mismos sentimientos para con los demás.

Al acercarnos a comulgar pronunciamos un “Amén”, un “sí”. Dispongamos el corazón para admirarnos de este Jesús que se nos entrega y dejemos que el nos transforme a su imagen. María, la del “sí” pleno, ¡ruega por nosotros!

P. Daniel Gazze

Evangelio Ilustrado

¡Lo importante es obedecer a Dios!

Evangelio según San Mateo (21,28-32)



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sábado, 24 de septiembre de 2011

Juan Pablo II y la familia


El lunes 26 y el martes 27 de septiembre, organizado por la Universidad Católica de Santa Fe, se realizará el primer Congreso Internacional sobre "Juan Pablo II y la Familia". Estamos ante un tema que hace al bien de la persona y de la misma sociedad. La familia no es un agregado a la vida del hombre, sino que pertenece al ámbito de lo propio, sin ella carecería de ese "humus" que le da raíz. Es, también, una riqueza de la sociedad y garantía de su futuro.

Considero a este Congreso el marco ideal para valorarla e iniciar en el mes de Octubre la celebración del Mes de la Familia.

Dentro del rico magisterio de Juan Pablo II su dedicación a los temas antropológicos ocupa un lugar destacado. Sus reflexiones sobre el hombre y la mujer, la dimensión humana y espiritual del amor conyugal, como el don y cuidado de la vida, se nos presentan como el fundamento que permite descubrir a la familia en toda su verdad y belleza. No se trata de una construcción cultural, sino de una realidad que tiene su base en la misma condición humana. No podemos aislarla, por ello, de la verdad del hombre y la mujer que, en su diversidad y complementariedad, expresa la unidad como ámbito de amor y fuente de vida.

Recrear el valor de la familia en cada época es la mayor garantía para la humanidad. Ella pertenece a ese nivel de experiencias primarias que dan sentido a las relaciones de amor, paternidad, filiación, fraternidad. Cuando nos encontramos ante la triste realidad de la droga y la violencia, la marginalidad y trata de personas, la deserción escolar y conflictos juveniles, quienes estudian estos problemas siempre lamentan la ausencia de una familia, incluso, cuando se refieren a grupos de chicos con mejores condiciones económicas, hablan de hijos huérfanos de padres vivos.

A la familia no hay que sustituirla, hay que valorarla, recrearla y acompañarla. Ella debe estar presente en todo proyecto responsable. Para cierta mentalidad parecería que hablar de la familia es un discurso del pasado. Por el contrario, ella es un bien de la humanidad que hay que recrear porque pertenece al ámbito de la verdad de la condición humana. Veo en esa mentalidad de pretender superar o negar la familia un signo de vejez espiritual y egoísmo cultural. Esas voces no son, ciertamente proféticas, porque no permitan mirar el futuro con esperanza. Apostar a la familia, en cambio, es un acto de renovación espiritual, de sabiduría política y responsabilidad social.

Esperando que este Congreso sea un momento de reflexión que nos ayude a renovar el sentido y la actualidad de la Familia, les hago llegar, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús, que quiso nacer en una Familia.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

viernes, 23 de septiembre de 2011

San Pío de Pietrelcina, ¡ruega por nosotros!

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Día del estudiante


El próximo 21 de Septiembre celebramos el Día del Estudiante. Desde el Evangelio quiero unir mi reflexión y afecto para acompañarlos en este día. El Evangelio, como Palabra de Jesucristo, siempre es fuente de riqueza para nuestras vidas. Es una palabra dicha para mí, para cada uno de nosotros, que busca entablar un diálogo de amistad y de comunión en torno a un proyecto de vida. Cuando nos acercamos al evangelio con un corazón abierto comienza algo nuevo nosotros, algo que nos parece que hace tiempo lo estábamos esperando.

Nos descubrimos destinatarios de un mensaje. En un sentido podríamos decir, utilizando un lenguaje actual, que el Evangelio nos permite “chatear” con Jesucristo, es decir, hoy se me hace presente por medio de su Palabra y puedo encontrarme y dialogar con él.

Esta palabra tiene una dinámica que alcanza su pleno sentido cuando es recibida y se convierte en un diálogo. Ella tiene un destinatario, cuando lo encuentra se convierte en Palabra de Vida. No es una palabra dicha para guardarla sino para anunciarla, ella vive a la espera de un encuentro. Cuando la recibimos nos introduce en un conocimiento vivo de Dios y de nosotros mismos. Descubro que no soy ajeno para Dios, por el contrario, soy su hijo y él es para mí el sentido de mi vida. Desde Dios descubro que soy alguien único y con quién siempre comienza la realización de un mundo nuevo al que estoy invitado a participar. El Evangelio es una invitación para hacer en nosotros y con nosotros, la maravilla de un mundo nuevo para quién Dios envió su Hijo (cfr. Jn. 3, 16). Frente al dolor de la droga y la muerte, la pobreza y la corrupción, la violencia y la injusticia, es posible soñar y construir ese mundo nuevo. Este es el desafío de Jesucristo.

Descubrir nuestra vida como un proyecto que tiene su origen en Dios, lejos de aislarnos de este mundo nos hace responsables de su vida y su cuidado. Dios no viene en Jesucristo a ocupar el lugar de nadie ni a sacarnos de este mundo, viene a iluminar el lugar de todos. El es el principio de una Vida Nueva que califica y transforma con su gracia la presencia de todo hombre en este mundo. No hay que empezar por cambiar el mundo, hay que empezar por cambiar el corazón del hombre. Sin hombres y sin mujeres nuevos es imposible pensar un mundo nuevo. Este es el camino que Jesucristo quiere realizar con nosotros, con ustedes queridos jóvenes y, para ello, necesita de nuestra apertura y generosidad. El Evangelio es un llamado que él nos hace para colaborar con su misión en este mundo. Hay un punto en el que se define este proyecto y es el encuentro personal con él. No es posible la realización de este proyecto sin la presencia viva de Jesucristo en nosotros. El Evangelio no es sólo una doctrina, es una Persona que con su presencia transforma todo en una Vida Nueva.

Queridos chicos y chicas, deseándoles un feliz Día del Estudiante, he querido tenerlos presente en esta reflexión Desde el Evangelio. Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor que los ama y espera.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

martes, 20 de septiembre de 2011

¡Dios es familia!

"Mi madre y mis hermanos son aquellos
que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica."

Comentario al
Evangelio según San Lucas 8, 19-21.

Lazos Sagrados

La situación no era muy agradable: los familiares de Jesús se habían llegado hasta Cafarnaúm para llevárselo al incierto refugio nazareno, al terreno seguro de la tribu: estaba fuera de sí, las cosas que hacía y decía los avergonzaban a todos y, para colmo de males, los ojos avizores de la ortodoxia judía y del ocupante imperial siempre estaban prestos a suprimir cualquier atisbo de herejía o todo mínimo asomo subversivo.

Este Jesús hablaba de Dios con una familiaridad desconcertante, y actuaba de un modo que confundía a más de uno, e irritaba a varios; no se comportaba como esperaban sus paisanos, en la conservadora tranquilidad nazarena, haciendo y actuando como lo que de él se esperaba.
Por eso mismo van -con María- y tratan de atravesar el gentío para llevárselo con ellos, aunque sea a la fuerza.

Pero la Buena Noticia no puede detenerse, y el Maestro siempre está en marcha hacia nuevos horizontes, más allá de cualquier frontera. Por eso ampliará al infinito los lazos familiares: la familia no quedará limitada a lo circunscrito por la biología, la costumbre o lo establecido socialmente, sino que se hará santa pues se acrecienta desde vínculos profundos, aquellos signados desde el Espíritu. Por eso mismo es una familia ilimitada, que cuando se reúne se reconoce y celebra.

Más aún: sin miedo a quebrantar magisterios ni dogmas, es dable animarse a reconocer que Dios es un Padre, una Madre, un hermano, un hijo.
Dios es familia.



domingo, 18 de septiembre de 2011

Homilía Dominical

Domingo XXV del TO - Ciclo A

Lecturas

Is 55, 6-9
Flp 1, 20-24.27
Mt 20, 1-16


La parábola del evangelio de hoy concluye con la frase: ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno? Y creo que allí está la clave para interpretarla. La viña es, desde muy antiguo, un símbolo del pueblo de Dios, de ese Reino que el Padre quiere regalarnos para compartir su amor. Pero a la vez que regalo, este Reino debe ser construido con el esfuerzo de todos. Nadie que quiera participar de él puede quedar ocioso. Dios no quiere meros espectadores en su Iglesia, sino obreros que trabajen generosamente, cada uno según su llamado.

En cuanto a la recompensa, es la misma para todos, se trata de gozar de la Bondad del propietario. Los que trabajaron sólo un rato eran conscientes de que no merecían el salario de todo un día. Y por eso mismo estaban en condiciones de admirarse por el don recibido. En cambio aquellos que comenzaron a trabajar antes acumularon méritos ante sí mismos y quedaron defraudados. Creyéndose con mayores derechos que los otros se hicieron incapaces de apreciar la bondad que se les brindaba. Suele ser así. Cuando nuestro corazón se llena de reclamos se vuelve ciego y no puede asombrarse del amor que se nos ofrece gratuitamente.

Por eso la invitación de Jesús es a cuidar que no tomemos a mal la Bondad del Padre, a que no la miremos con “ojo malo” (así resulta la traducción literal del griego). Es la misma expresión que se utiliza para hablar de la envidia, que nos lleva a comparar lo que tenemos con lo que tienen los demás y a ponernos mal porque nos sentimos desfavorecidos. La lógica de este mundo es que cuánto más tienen los demás, menos tenemos nosotros. Los bienes del Cielo, en cambio, se gozan más cuanto más son los que tienen lo mismo.

Es lo que ponemos en evidencia cuando celebramos la Eucaristía. Todos recibimos lo mismo: la Bondad del Padre expresada en la entrega de su Hijo por cada uno de nosotros. Es el idéntico “denario” que, dependiendo del ojo con que lo apreciemos, puede transformarse en una fortuna infinita. Que Él nos dé las fuerzas para trabajar con entusiasmo en su Viña, según el llamado que nos dirige a cada uno.

P. Daniel Gazze

Evangelio Ilustrado

¡Sé feliz con lo que Dios te da!

Evangelio según San Mateo (20,1-16)



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sábado, 17 de septiembre de 2011

¡Caminando con María, Sagrario de Vida!


Los jóvenes de distintas parroquias de nuestra arquidiócesis peregrinaron ayer hacia la casa de nuestra Madre y Patrona, María de Guadalupe. Este año, la tradicional procesión juvenil se realizó bajo el lema "Caminando con María, Sagrario de Vida".

¡¡¡FELICITACIONES A LOS JÓVENES
QUE PARTICIPARON,
POR SU ENTUSIASMO Y TESTIMONIO!!!


¡Que su ejemplo nos contagie
para seguir trabajando todos
a favor de una cultura de la vida!

viernes, 16 de septiembre de 2011

¡Nuestra Madre nos espera!

Salida: desde el Puente Colgante
Hora: 17.30 hs

jueves, 15 de septiembre de 2011

María, la Virgen Dolorosa

La Piedad, de Miguel Ángel

El dolor, desde que entró el pecado en el mundo, se ha aficionado a nosotros. Es compañero inseparable de nuestro peregrinar por esta vida terrena. Antes o después aparece por el camino de nuestra existencia y se pone a nuestro lado. Tarde o temprano toca a nuestras puertas. Y no nos pide permiso para pasar. Entra y sale como si fuese uno más de casa.

El sufrimiento parece que se aficiona a algunas personas de un modo especial. La vida de la Santísima Virgen estuvo profundamente marcada por el dolor. Dios quiso probar a su Madre, nuestra Madre, en el crisol del sacrificio. Y la probó como a pocos. María padeció mucho. Pero fue capaz de hacerlo con entereza y con amor. Ella es para nosotros un precioso ejemplo también ante el dolor. Sí, Ella es la Virgen dolorosa.

Asomémonos de nuevo a la vida de María. Descubramos y repasemos algunos de sus padecimientos. Y sobre todo, apreciemos detrás de cada sufrimiento el amor que le permitió vivirlos como lo hizo.

El dolor ante las palabras de Simeón

El anciano profeta no le predijo grandes alegrías y consuelos a nivel humano. Al contrario: “este niño será puesto como signo de contradicción", le aseguró. Y a ti una espada de dolor te atravesará el alma”.
María, a esas alturas, sabía de sobra que todo lo que se le dijese con relación a su Hijo iba muy en serio. Ya bastantes signos había tenido que admirar y no pocos acontecimientos asombrosos se habían verificado, como para tomarse a la ligera las palabras inspiradas del sabio Simeón.

Seguramente María tuvo esa sensación que nos asalta cuando se nos pronostica algo que nos va a costar horrores. Como cuando nos anuncian un sufrimiento, un dolor, una enfermedad terrible, o la muerte cercana... Algo similar debió sentir María ante semejantes presagios.

Pero en su corazón no acampó la desconfianza, el desasosiego, la desesperación. En lo profundo de su alma seguía reinando la paz y la confianza en Dios. Y en su interior volvería a resonar con fuerza y seguridad aquel fiat lleno de amor de la anunciación.

Para nosotros Cristo mismo predijo no pocos males, dolores y sufrimientos. Cristo nos pidió como condición de su seguimiento el negarse a uno mismo y el tomar la propia cruz cada día. Nos prometió persecuciones por causa suya. Nos aseguró que seríamos objeto de todo género de mal por ser sus discípulos; que nos llevarían ante los tribunales; que nos insultarían y despreciarían por ser testigos de la verdad; que nos darían muerte. ¡Qué importante es, ante estas exigencias, recordar el ejemplo de nuestra Madre! El verdadero cristiano, el buen hijo de María, no se amedrenta ni se echa atrás ante la cruz. Demuestra su amor acogiendo la voluntad de Dios con decisión y entereza, con amor.

El dolor ante la matanza de los inocentes por Herodes

María debió sufrir mucho al enterarse de la barbarie perpetrada por el rey Herodes. La matanza de los inocentes. ¿Qué corazón con un mínimo de sensibilidad no sufriría ante esa monstruosidad? Ella también era madre. Y ¡qué Madre! ¡con qué corazón! ¡con qué sensibilidad! ¿Cómo no le iba a doler a María el asesinato de esos niños indefensos? Además, seguramente, María conocía a muchos de esos pequeñitos. Conocía a sus madres... Sí, es muy distinto cuando te dicen que murieron tantas personas en un atentado en Medio Oriente, a cuando te comunican que han matado a uno o varios amigos y conocidos tuyos... Entonces la cosa cambia.

A lo mejor hasta María se sintió un poco culpable por lo ocurrido. Y eso agudizaría su dolor. Quizá comprendió que aún no había llegado el momento de ofrecer a su Jesús en rescate por aquellos pequeños... Dios no lo había dispuesto así. Quizá también en la mente de María surgió la eterna pregunta: ¿por qué el mal, el sufrimiento, la muerte de los inocentes? Sabemos que en este caso la respuesta podría ser otra pregunta: ¿porqué la prepotencia, maldad y crueldad demoníca de Herodes...?

Ciertamente rezaría por ellos y, sobre todo por sus inconsolables madres. Se unió a su sufrimiento, que no le era ajeno -ya que esos pequeños los fueron primeros mártires de Cristo- e hizo así fecundo su propio padecer.

También nuestro corazón cristiano ha de mostrarse sensible al sufrimiento ajeno. Compadecerse. Socorrer. O al menos, consolar. Como alguien dijo -y con razón- “si puedes curar, curad si no puedes curar, calma; si no puedes calmar, consuela”. Siempre tendremos oportunidad de ofrecer un poco de consuelo y también de rezar por los que sufren.

El dolor de haber perdido al Niño

¡Cómo sufre una madre cuando se le ha perdido su niño! Sufre angustiada por la incertidumbre. ¿Dónde estará? ¿Cómo estará? ¿Le habrá pasado algo? ¿Estará en peligro? ¿Lo habrá atropellado un auto? ¿Lo habrán raptado? ¿Estará llorado desconsolado porque no nos encuentra? Todo eso pasaría por la mente de María. Y más cosas aún: ¿y si lo ha atrapado algún pariente de Herodes que lo buscaba para matarlo? Así son las madres y su amor por sus hijos...

Pues imaginemos a María. La más delicada de las madres, la más sensible, la más responsable, la más cuidadosa... Y resulta que no encuentra a su Hijo. Es motivo más que suficiente para angustiarla terriblemente. Aparte de que no era un hijo cualquiera. A María se le ha extraviado el Mesías. Se le ha perdido Dios... ¡Qué dolor el de María!

¡Qué tres días de angustiosa incertidumbre, de verdadera congoja! ¿Habrá dormido María esos días? Seguro que no. Desde luego que no durmió. ¿Cómo va a dormir una madre que tiene perdido a su hijo? Pero sí rezó y mucho. Sí confió en Dios. Sí ofreció su sufrimiento con amor porque era Dios el que permitía esa situación.

No termina todo aquí. A todo esto siguió otro dolor, y quizá aún mayor que el anterior. La incompresible e inesperada respuesta de Jesús: “¿por qué me buscabas...?” ¡Qué efecto habrán causado esas palabras en el corazón de su Madre, María...!

Tratemos de meternos en el corazón de una madre o de un padre en esas circunstancias. Llevan tres días y tres noches buscando angustiados a su Hijo. Temiendo lo peor. Y de repente, lo encuentran tan contento, sentadito en medio de la flor y nata intelectual de Jerusalén, dándoles unas lecciones de catecismo y de Sagrada Escritura... Y además, les responde de esa manera...

Es verdad, por una parte, sentirían un gran alivio: “¡ahí está! ¡está bien! ¡por fin lo hemos encontrado!” Pero, acto seguido, cuenta el evangelio, María tuvo la reacción normal de una madre: “Hijo, mío. ¿Por qué nos has hecho esto?”. Y por otra parte, asegura el evangelista que “ellos no comprendieron la respuesta que Jesús les dio”. El dolor de esa incomprensión calaría hondo en el alma de sus padres.

Y María, en vez de enojarse con su Hijo, guardó silencio. Lo sufrió todo en su corazón y lo llevó todo a la oración. Quién sabe si en la intimidad de su alma ya comenzaría a comprender que Cristo no iba a poder estar siempre con Ella. Que su misión requeriría un día la inevitable separación...

A veces en nuestra vida puede sucedernos algo parecido. De repente Cristo se nos esconde. “Desaparece”. Y entonces puede invadirnos la angustia y el desasosiego. Sí, a veces Dios nos prueba. Se nos pierde de vista. ¿Qué hacer entonces? Lo mismo que María. Buscarlo sin descanso. Sufrir con paciencia y confianza. Orar. Actuar nuestra fe y amor. Esperar la hora de Dios. Él no falla.

Otras veces el problema es que nosotros olvidamos con quién deberíamos ir. Dejamos de lado a Cristo. Nos escondemos de Él. Nos sorprendemos buscándonos sólo a nosotros mismos y nuestras cosas. Y, claro, nos perdemos. Incluso nos atrevemos a echárselo en cara a Cristo, teniendo nosotros la culpa. Aquí la solución es otra. Hay que salir de sí mismo. Volver a buscar a Cristo. Volver a mirarlo y ponerse a amarlo de nuevo.

El dolor de la separación y la primera soledad

Llegó el día. Después de pasar treinta años juntos. Treinta años de experiencias inolvidables, vividos en ese ambiente tan increíblemente divino y a la vez tan increíblemente humano de Nazaret. Treinta años de silencio, trabajo, oración, alegría, entrega mutua, amor. Treinta años de familia unida y maravillosa.

¡Qué momento aquel! Fue temprano. Muy de mañana. En el pueblo, dormido aún, nadie se enteró de lo que estaba ocurriendo. Pocas palabras. Abundantes e intensos sentimientos. “Adiós, Hijo. Adiós, madre...”

Todos hemos intuido lo que pasa por el corazón de una madre en una despedida así. Lo hemos visto quizá en los ojos de nuestra madre en alguna ocasión...

María volvió a casa con el corazón oprimiéndosele un poco a cada paso. Y al entrar, fue la primera vez que sintió que la casa estaba sola. Experimentó esa terrible sensación de saber que ya no se oirían en la casa otros pasos que los suyos; que ningún objeto cambiaría de sitio, a menos que ella misma lo moviese.

La soledad es una de las penas más profundas de los seres humanos, pues hemos nacido para vivir en compañía de los demás. ¡Qué dura fue la soledad de María, después de estar con quien estuvo y por tanto tiempo! Sí, la soledad de la Virgen comenzó mucho antes del Viernes Santo y duró mucho más...

María también supo vivir ese sufrimiento de la separación y de la soledad con amor, con fe, con serenidad interior. Adhiriéndose obedientemente a la voluntad de Dios. Ofreciendo su dolor por ese Hijo suyo que comenzaba su vida pública y que tanto iba a necesitar del sostén de sus oraciones y sacrificios.

Necesitamos, como María, ser fuertes en la soledad y en las despedidas. Fuertes por el amor que hace llevadero todo sacrificio y renuncia. Fuertes por la fe y la confianza en Dios. Fuertes por la oración y el ofrecimiento.


El dolor del vía crucis y la pasión junto a su Hijo

La tradición del viacrucis recoge una escena sobrecogedora: Jesús camino del calvario, con la cruz a cuestas, se encuentra con su Madre. ¡Qué momento tan extraordinariamente duro para una madre! ¿Lo habremos meditado y contemplado lo suficiente?

¡Que fortaleza interior la de María! ¡Qué temple el de su delicada alma de mujer fuerte! ¡Qué locura de amor la suya! Sabía de lo duro que sería seguir de cerca a su Jesús camino del calvario. Pero decide hacerlo. Y lo hace. Su amor era más fuerte que el miedo al dolor atroz que le producía presenciar la suerte ignominiosa de Jesús. Ella tenía conciencia de que había llegado el momento en el que la espada de dolor se hendiría despiadada en su corazón. Era contemplar la pasión y muerte de su propio Hijo. No se esconde para no verlo. Ahí estaba. Muy cerca suyo y en pie.

Contemplemos por un instante ese encuentro entre Hijo y Madre. Ese cruzarse silencioso de miradas. Ese vaivén intensísimo de dolor y amor mutuo. Qué insondables sentimientos inundarían esos dos corazones igualmente insondables. Ambos salieron confirmados en el querer de Dios con una confianza en Él tan infinita y profunda como su mismo dolor.

Nuestra vida a veces también es un duro viacrucis. No suframos sin sentido, con mera resignación. Busquemos, por la cuesta de nuestro calvario, esa mirada amorosa y reconfortante de María, nuestra Madre. Ahí estará ella siempre que querramos encontrarla. Ahí estará acompañándonos y dispuesta a consolarnos y a compartir nuestros padecimientos. Mirémosla. “La suave Madre -afirma Luis M. Grignion de Montfort- nos consuela, transforma nuestra tristeza en alegría y nos fortalece para llevar cruces aún más pesadas y amargas”.

María en la pasión y junto a la cruz de su Hijo se sintió crucificar con Él. Así describe Atilano Alaiz los sentimientos de la Madre ante el Hijo: “Los latigazos que se abatían chasqueando sobre el cuerpo del Hijo flagelado, flagelaban en el mismo instante el alma de la Madre; los clavos que penetraban cruelmente en los pies y en las manos del Hijo, atravesaban al mismo tiempo el corazón de la Madre; las espinas de la corona que se enterraban en las sienes del Hijo, se clavaban también agudamente en las entrañas de la Madre. Los salivazos, los sarcasmos, el vinagre y la hiel atormentaban simultáneamente al Hijo y a la Madre”.

El dolor de la muerte de su Hijo



Terrible episodio. Una madre que ve morir a su hijo. Que lo ve morir de esa manera. Que lo ve morir en esas circunstancias...

Nunca podremos ni remotamente sospechar cuánto dolor significó para su corazón de Madre el contemplar, en silencio, la pasión y muerte de su Hijo. Ella, su Madre. Ella, que sabía perfectamente quién era Él. Ella que humanamente habría querido anunciar a gritos la tragedia de aquel gesto deicida, en un intento de arrancar a su Hijo de la manos de sus verdugos. Ella, que en último término habría preferido suplantar a su Jesús... Ella tuvo que callar, y sufrir, y obedecer. Esa era la voluntad de Dios. Y con el corazón sangrante y desgarrado, de pie ante la cruz, María repitió una vez más, sin palabras, en la más pura de las obediencias, “hágase tu voluntad”.

¡Hasta dónde tuvo que llegar María en su amor de Madre! ¿De verdad no habrá amor más grande que el de dar la propia vida? Alguien se ha atrevido a decir que sí; que sí hay un amor más grande. Casi como corrigiendo al mismo Cristo, alguien ha osado afirmar que sí lo hay y ha escrito esto:

“... porque el padecer, el morir, no son la cumbre del amor, porque no son el colmo del sacrificio. El colmo del sacrificio está en ver morir a los seres amados. La más alta cumbre del amor, cuando, por ejemplo, se trata de una madre, no está en dar la propia vida a Jesucristo, sino en darle la vida del hijo. Lo que una mujer, una madre debe padecer en un caso semejante, jamás lengua humana podrá decirlo; compréndese únicamente que, para recompensar sacrificios tales, no será demasiado darles una dicha eterna, con sus hijos en sus brazos” (Mons. Bougaud).

Son una y la misma la cumbre del amor y la cumbre del dolor. Y en lo alto de esa cumbre, el ejemplo de nuestra Madre brilla ahora más luminoso aún. ¡Qué pequeños somos a su lado! ¿Qué son nuestras ridículas cruces frente a ese colmo de su sacrificio? ¡Qué raquítico es tantas veces nuestro amor ante esa cima de su amor! ¡Quién supiera amar así!


Dolor ante el descendimiento de la cruz y la sepultura de Jesús

Otra escena conmovedora. Jesús muerto en los brazos de su Madre que lloraba su muerte. No cabe duda, aunque cueste creerlo. Está muerto. Él, que era el Hijo del Altísimo. Él, que era el Salvador de Israel. Él, cuyo reino no tendría fin. Él, que era la Vida. Él está muerto.

Dura prueba para la fe de María. Su Hijo, el destinatario de todas esas promesas, yace ahora sin vida en su regazo. En el alma de María se irguió una oscura borrasca que amenazaba apagar la llama de su fe aún palpitante. Pero su fe no se extinguió. Siguió encendida y luminosa.

¡Qué fuerte es María! Es la única que ha sostenido en sus brazos todo el peso de un Dios vivo y todo el peso de un Dios muerto. Pidámosle a Ella que aumenta nuestra fe. Que la proteja para que no sucumba ante las tempestades que nos asaltan en la vida amenazando aniquilarla.

El dolor de una nueva soledad

¡Qué días también aquellos antes de la resurrección! Su Hijo entonces no estaba perdido. Estaba muerto ¡Qué soledad tan diversa de aquella, tras la despedida de Nazaret, hacía tres años! Es la soledad tremenda que deja la muerte del último ser querido que quedada a nuestro lado.

Así la describía Lope de Vega con gran realismo:

Sin esposo, porque estaba José
de la muerte preso;
sin Padre, porque se esconde;
sin Hijo, porque está muerto;
sin luz, porque llora el sol;
sin voz, porque muere el Verbo;
sin alma, ausente la suya;
sin cuerpo, enterrado el cuerpo;
sin tierra, que todo es sangre;
sin aire, que todo es fuego;
sin fuego, que todo es agua;
sin agua, que todo es hielo...”

Pero ni la fe, ni la confianza, ni el amor de María se vinieron abajo ante esa nueva manifestación incomprensible de la voluntad de Dios. Creyendo, confiando y amando ella supo esperar la mayor alegría de su vida: recuperar a su Jesús para siempre tras la resurrección.

Aprendamos de María a llenar el vacío de la soledad que nos invade tras la muerte de nuestros seres queridos. Llenarlo con lo único que puede llenarlo: el amor, la fe y la esperanza de la vida futura.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Exaltación de la Santa Cruz

La cruz es la gloria y exaltación de Cristo

De los sermones de san Andrés de Creta, obispo

Por la cruz, cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz y, junto con el Crucificado, nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el pecado, gozar de los bienes celestiales; tal y tan grande es la posesión de la cruz. Quien posee la cruz posee un tesoro. Y, al decir un tesoro, quiero significar con esta expresión a Aquél que es, de nombre y de hecho, el más excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual y para el cual culmina nuestra salvación y se nos restituye a nuestro estado de justicia original.

Porque, sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos.

Por esto, la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos, cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.

La cruz es llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el cáliz rebosante, de que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la cruz es su gloria, cuando dice: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo glorificará. Y también: Padre, glorifícame con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. Y asimismo dice: «Padre, glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo», palabras que se referían a la gloria que había de conseguir en la cruz.

También nos enseña Cristo que la cruz es su exaltación, cuando dice: Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Está claro, pues, que la cruz es la gloria y exaltación de Cristo.

Oración

Señor, Dios nuestro, que has querido realizar la salvación de todos los hombres por medio de tu Hijo, muerto en la cruz, concédenos, te rogamos, a quienes hemos conocido en la tierra este misterio, alcanzar en el cielo los premios de la redención. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.



martes, 13 de septiembre de 2011

San Juan Crisóstomo



Obispo y Doctor de la Iglesia (c. a. 349-407), patrono de los predicadores.

Nació en Antioquia el año 349. Recibió una esmerada educación y se retiró a vivir como monje.

Se ordenó sacerdote y ejerció con gran provecho el ministerio de la predicación, hasta el punto de que comenzaron a llamarle "Crisóstomo" = "boca de oro".

Desde el año 397 fue Patriarca de Constantinopla y dedicó sus energías a elevar el nivel espiritual de los fieles. Su ejemplar comportamiento le acarreó la oposición de los poderosos, sufrió por dos veces el destierro donde murió el año 407, en el Ponto.


Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir

De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo

Muchas son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad nos amenaza: sin embargo, no tememos ser sumergidos porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir, si no es para vuestro bien espiritual. Por eso, os hablo de lo que sucede ahora exhortando vuestra caridad a la confianza.
¿No has oído aquella palabra del Señor: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio ellos? Y, allí donde un pueblo numeroso esté reunido por los lazos de la caridad, ¿no estará presente el Señor? me ha garantizado su protección, no es en mis fuerzas que me apoyo. Tengo en mis manos su palabra escrita. Éste es mi báculo, ésta es mi seguridad, éste es mi puerto tranquilo. Aunque se turbe el mundo entero, yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es mi muro y mi defensa. ¿Qué es lo que ella me dice? Yo estoy con otros todos los días, hasta el fin del mundo.
Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una tela de araña. Si no me hubiese retenido el amor que os tengo, no hubiese esperado a mañana para marcharme. En toda ocasión yo digo: «Señor, hágase tu voluntad: no lo que quiere éste o aquél, o lo que tú quieres que haga». Éste es mi alcázar, ésta es mi roca inamovible, éste es mi báculo seguro. Si esto es lo que quiere Dios, que así se haga. Si quiere que me quede aquí, le doy gracias. En cualquier lugar donde me mande, le doy gracias también.
Además, donde yo esté estaréis también vosotros, donde estéis vosotros estaré también yo: formamos todos un solo cuerpo, y el cuerpo no puede separarse de la cabeza, ni la cabeza del cuerpo. Aunque estemos separados en cuanto al lugar, permanecemos unidos por la caridad, y ni la misma muerte será capaz de desunirnos. Porque, aunque muera mi cuerpo, mi espíritu vivirá y no echará en olvido a su pueblo.
Vosotros sois mis conciudadanos, mis padres, mis hermanos, mis hijos, mis miembros, mi cuerpo y mi luz, una luz más agradable que esta luz material. Porque, para mí, ninguna luz es mejor que la de vuestra caridad. La luz material me es útil en la vida presente, pero vuestra caridad es la que va preparando mi corona para el futuro.

Oración
Oh Dios, fortaleza de los que esperan en ti, que has hecho brillar en la Iglesia a san Juan Crisóstomo por su admirable elocuencia y su capacidad de sacrificio, te pedimos que, instruidos por sus enseñanzas, nos llene de fuerza el ejemplo de su valerosa paciencia. Por nuestro Señor Jesucristo.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Gran Almuerzo Parroquial

Ya están a la venta las entradas para el almuerzo parroquial que se realizará el domingo 2 de octubre, en el camping de AMSAFE.

El costo de las mismas es de $35 para los mayores y de $15 para los menores.

¡ESPERAMOS CONTAR CON LA PRESENCIA DE TODOS!

domingo, 11 de septiembre de 2011

Homilía Dominical

Domingo XXIV del TO - Ciclo A

Lecturas

Si 27, 30-28,9
Rom 14, 7-9
Mt 18, 21-35


La primera enseñanza que nos deja el evangelio de hoy es que para ser hijos del Padre celestial, para no ser esclavos hay que perdonar de corazón a los hermanos. Pero, a la vez, que esta capacidad de perdonar nace de la experiencia de que se ha recibido un perdón mucho más grande, un regalo de misericordia infinito capaz de darnos un corazón nuevo, libre y generoso. Si a veces nos sentimos, o percibimos en los demás, una rigidez que nos hace mezquinos en el perdón es posiblemente porque esta experiencia no ha existido o no ha sido suficientemente profunda para cambiarnos.

La experiencia de perdón necesita sin duda del conocimiento de nuestro pecado. ¿Cómo sentirnos perdonados si creemos que no tenemos ni hemos tenido pecados? Si es así, puede que nos falte ese tiempo saludable en el que cada día nos ponemos delante de Jesús para ver si hemos dejado que Él ilumine nuestros pensamientos, sentimientos y decisiones que hemos tomado en la jornada.

Pero no se trata sólo de conocimiento intelectual. Es posible que sepamos que hay cosas que en nuestro día no estuvieron bien y sin embargo el corazón quede indiferente. Se necesita también sentir. ¿Qué cosa? ¿Angustia, desesperación, desagrado de nosotros mismos, fracaso? Ciertamente que no. Los antiguos hablaban del bautismo de lágrimas. Esa agua purificadora que expresa el dolor de conocer el propio egoísmo, junto a la paz y alegría que vienen de percibir la inmensa compasión de Dios que lo lleva a entregarse entero para remediarlo.

Es este tipo de experiencia la que crea en nosotros un corazón nuevo. Si hemos sentido algo de esto ya no podemos vivir igual. Nos sentimos arrastrados por la corriente de la gratuidad de Dios. Si hemos recibido gratis somos capaces de dar gratis. Si no hemos tenido que pagar nada por el perdón, tenemos fuerzas para perdonar sin cobrar, incluso cuando no haya respuesta del otro lado. Ya no somos esclavos sino hijos que se parecen a su Padre, libres y capaces de liberar, de desatar a los demás. El servidor al que el rey le perdonó una fortuna no se había dado cuenta de la compasión de la que había sido objeto.

Este darse cuenta, evidentemente, es una gracia grande que siempre hay que pedir. Y especialmente al recibir en la Eucaristía la Sangre derramada para el perdón de nuestros pecados.

¡Señor, crea en nosotros con tu perdón un corazón compasivo que sea semilla del mundo nuevo que quieres construir con nosotros!

P. Daniel Gazze

Día del maestro


Si queremos ordenar en una comunidad las diversas funciones que se cumplen en ella, no dudo que la misión del maestro aparece entre las primeras por su grandeza y significación. No es exagerado decir que, después de la familia, la figura del maestro ocupa un lugar insustituible en la vida del niño como de la comunidad. Creo que es importante considerar a esta figura desde esa relación única con el alumno. Verlos en la unidad de una misión nos muestra un camino que marca el nivel y el futuro de la sociedad.

Estamos en el ámbito de una mediación que incluye tanto el aprendizaje y la comunicación del saber, como la iniciación en actitudes y comportamientos para la vida social. Creo que fue Mircea Eliade el que dijo, lamentándose, que la cultura contemporánea había perdido el sentido de la iniciación, tal vez recordando el sentido de la "paideia" griega, en su tarea de formación integral del ciudadano.

La importancia de esta mediación hay que verla en lo concreto de las personas y en el compromiso de la sociedad políticamente organizada. Diría que es el maestro, ante todo, quién debe valorar su vocación docente como algo que lo define y compromete. La vocación siempre se mueve entre el llamado y la respuesta. Si bien es algo personal se vive en el marco de una relación que crea vínculos de gran significación social. Aunque pueda parecer algo solemne hablar de la figura maestro-discípulo, la considero, sin embargo, como una imagen ideal llamada a iluminar y acompañar su misión. Fuera de este marco el maestro es el primero en perder identidad. Le corresponde luego a la sociedad recuperar el significado de esta misión, y poner los medios necesarios que la hagan posible y jerarquicen su función.

En esta línea de responsabilidades la tarea de los padres no es menor. Es más, creo que ellos deben sentirse necesitados de esta mediación y, por lo mismo, ser los primeros en valorar sus personas, su misión y autoridad. La figura del maestro debe encontrar en casa la primera palabra que lo haga importante en la vida del hijo. ¡Qué triste la imagen de padres que aparentan defender a sus hijos a costa de la figura o autoridad del maestro! En una verdadera escuela para padres, un capítulo central debería estar dedicado a este tema. Pero hay, también, una responsabilidad mayor que le corresponde al Estado, en cuanto responsable de la sociedad políticamente organizada. Junto con la salud y la seguridad, la educación ocupa un lugar prioritario que debe imponer a los gobiernos una exigencia que jerarquice la función y permita contar con los medios necesarios. En esto es importante la responsabilidad parlamentaria en orden a asegurar los recursos presupuestarios. La existencia de una sólida política de Estado en materia educativa, habla del nivel de su dirigencia.

En este marco adquiere su importancia la presencia de los sindicatos. "Las organizaciones sindicales, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, buscando su fin específico al servicio del bien común, son un factor constructivo de orden social y de solidaridad y, por ello, un elemento indispensable de la vida social" (C.I.C. 305). El sindicato, siendo ante todo un medio para la solidaridad y la justicia, concluye: "debe vencer las tentaciones del corporativismo, saberse autorregular y ponderar las consecuencias de sus opciones en relación al bien común". Esto no es un límite, es una reflexión que califica el ejercicio de una función tan necesaria, que hace a los derechos de las personas y a la vida de la comunidad. La educación nos involucra a todos.

Queridos maestros, reciban junto a mi reconocimiento y felicitaciones en su día, la seguridad de mis oraciones y la bendición de Jesucristo, el Divino Maestro.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

viernes, 9 de septiembre de 2011

Colecta Más por Menos 2011



Organizada por la Comisión Episcopal de Ayuda a las Regiones más Necesitadas, se realizará la Colecta Nacional “Mas por Menos” en todas las parroquias y capillas de Argentina, durante los días 10 y 11 de septiembre próximos.



Este año el lema elegido es “Con tu ayuda, elegís la vida".


jueves, 8 de septiembre de 2011

Natividad de María


"Este día es el preludio de la alegría universal.
En él han comenzado a soplar los vientos que anuncian la salvación."
Liturgia Bizantina

Natividad de María
Bartolomé Murillo

Himno a la Natividad de María

Desde el albor de nuestra historia,
Suave, discreta y escondida,
Llega María a nuestra tierra,
Virgen y Madre prometida.

La luz del Hijo la rodea,
Por Él es bella sin medida,
Y no hay bondad entre los hombres
Que pueda serle parecida.

Suba al Señor cual blanca nube
Esta alabanza proferida;
A Dios Bendito bendecimos
Por la que fue la Bendecida.
Amén


¿Qué celebramos con la Natividad de María?

El nacimiento de aquella que fue predestinada por Dios Padre para el momento de la encarnación de su Hijo, “nacido de mujer”, como dice la Escritura, la cual ya en el Antiguo Testamento presenta figuras femeninas que, de algún modo, prefiguran la que las superará a todas. Rut, Judit, Ester, la esposa del Cantar de los Cantares, la profetizada Hija de Sión, son preparación para la venida al mundo de la nueva Eva, la que engendrará al Salvador.

La fiesta de la Natividad de María tiene la alegría de un anuncio premesiánico. San Juan Damasceno, en el siglo VIII, dijo en una homilía un 8 de septiembre: “Por medio de ella todo el género humano ha sido restaurado y la tristeza de la primera madre, Eva, se ha transformado en gozo. Eva escuchó la sentencia divina: “parirás con dolor”. A María, por el contrario, se le dijo: “¡Alégrate, llena de gracia!”

Con la humilde doncella, descendiente de la casa de David, hija de Joaquín y Ana, nos alegramos hoy, como los cristianos de todas las épocas, a quienes San Juan Damasceno animó así a expresar su gozo: "Vengan todos, ¡celebremos con júbilo el nacimiento de la alegría del mundo entero! Hoy se ha formado en la tierra, partiendo de la naturaleza terrena, un cielo nuevo.

La liturgia de este día nos presenta el comienzo mismo del Evangelio según San Mateo, que se inicia con estas palabras: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham…” y que recoge toda una serie de nombres como si fuera un árbol genealógico, hasta concluir diciendo: “…Eleazar (engendró) a Matán, Matán a Jacob y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”.

¡Madre de Cristo! Este es, efectivamente, su mayor título, la razón por la cual hoy celebramos con emoción el nacimiento de la que engendró a Jesús. Le cantamos como hicieron tantos cristianos a lo largo de la historia. Nos rendimos ante aquella por cuya humildad la llamarán bienaventurada todas las generaciones. La nuestra también y las que vendrán hasta el fin del mundo.

lunes, 5 de septiembre de 2011

"Verdad y Misericordia"


“Verdad y Misericordia” es un ministerio de la Iglesia Católica creado como respuesta al llamado del Papa Juan Pablo II en su exhortación apostólica Familiaris Consortio sobre la misión de la familia cristiana en el mundo actual, en donde nos invita a trabajar por el bien pastoral de las personas que se han divorciado y han entrado a un nuevo vínculo matrimonial fuera de la Iglesia.

En especial nos dice “…procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aún debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida”.

El ministerio propone iluminar la realidad de los separados en nueva unión con la verdad de Cristo, que como hijos de Dios encuentren el amor y la misericordia del Padre, la pertenencia viva a la Iglesia en la que tienen acogida y acompañamiento, el aliento y la fuerza para educar a sus hijos en la fe.

En definitiva, "Verdad y Misericordia" propone ayudarles a que brinden a su familia y a la comunidad su valioso aporte como bautizados.

En la ciudad de Santa Fe, el próximo encuentro de "Verdad y Misericordia" tendrá lugar los días sábado 10 (de 13.30 a 20 hs.) y 11 de septiembre (de 8.30 a 21 hs.), en la Parroquia San Roque (Lavalle 5243)

Consultas:

Pbro. Juan Carlos Castro - Tel. 4524373 / 156 304460 o e-mail: jccastro@arnetbiz.com.ar

Para conocer más: "Verdad y Misericordia"

domingo, 4 de septiembre de 2011

Homilía Dominical

Domingo XXIII del TO - Ciclo A

Lecturas

Ez 33, 7-9
Rom 13, 8-10
Mt 18, 15-20



Cumplir el mandamiento que Jesús nos da hoy no es nada fácil. Sin embargo tiene un premio grande: ganar un hermano. Si tu hermano peca, ve y corrígelo… Ante el pecado del otro se excluyen actitudes tan habituales entre nosotros como la crítica, la bronca o la indiferencia. Y esto porque ese otro es un hermano. Frente a un ser querido que está en peligro de extraviarse nos sentimos responsables de hacer algo. Por eso, para cumplir con lo que el Señor nos pide habrá primero que pedir mucho en la oración el ver al otro no como un extraño sino como un hermano, alguien que me necesita (¡y al que necesito!) para caminar juntos hacia la casa del Padre.

Una vez que hemos dado este paso y que hemos resuelto acercarnos, será necesario clarificar los motivos por los que lo hacemos. Se trata de ganarlo como hermano, es decir, de que descubra en nuestro gesto que hay alguien que se interesa por su bien. Por ello tendremos que renunciar, si es que los hay, a los deseos de imponer nuestra opinión o simplemente de descargar nuestra bronca. Sanar la herida que quizá nos ocasionó y aceptarlo tal como es (¡nadie puede cambiar si primero no se siente aceptado!). Solamente del encuentro con el Padre que nos acepta, nos perdona y nos ama tal como somos puede provenir la fuerza para obrar de la misma manera.

Posteriormente habrá que ponerse a pensar en el contenido de la corrección. Sin duda que ha de estar fundamentada en los criterios del Evangelio y no en los nuestros propios. ¡Qué difícil nos resulta nombrar a Jesús en nuestras conversaciones! Nuestras charlas y nuestros criterios con frecuencia no se distinguen en nada de los de alguien que no vive la fe. Además, como la verdad y el amor siempre han de ir juntos, será necesario pensar qué verdad es la que le hace falta escuchar para salvarse, para abrirse al amor de Dios y no plantarle “nuestra” verdad con el riesgo de aplastarlo y perderse.

Por último, es importante considerar los modos y la ocasión propicia para realizar la corrección. Si el otro percibe que nos acercamos no como hermanos sino como sus jueces difícilmente el fruto será positivo. Se precisa una actitud humilde que no puede fingirse ni improvisarse. Ésta surge del fondo de nuestro corazón si es que estamos en contacto con nuestras propias debilidades y con la necesidad que también nosotros tenemos de la misericordia de Dios y de la ayuda de los hermanos.

¡Jesús, que en la Eucaristía nos haces un solo Cuerpo, ayúdanos a caminar juntos como discípulos tuyos, ganando y dejándonos ganar como hermanos!

Misión Arquidiocesana 2011




¡¡¡Seguimos preparando
la Misión Arquidiocesana 2011!!!


Te esperamos a participar de la próxima reunión preparatoria
el martes 6 de septiembre,
a las 19 hs,
en la Parroquia.


¡¡¡SUMATE!!!

sábado, 3 de septiembre de 2011

Mons. Vicente Faustino Zazpe


Hoy, 3 de Septiembre, se cumple el 50° aniversario de la ordenación episcopal de Mons. Vicente Faustino Zazpe. Nos corresponde como santafesinos tener un recuerdo especial de gratitud a la persona y ministerio de quien fuera nuestro pastor. Fue ordenado Obispo en Buenos Aires el año 1961 y nombrado primer obispo de Rafaela, donde le tocó la tarea de iniciar la vida de una diócesis. Durante ese tiempo participó del Concilio Vaticano II, siendo una figura destacada por sus intervenciones.

En 1968 es nombrado obispo coadjutor del Cardenal Fasolino y luego, en el año 1969, asume como Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz hasta su muerte el año 1984, año en que fue sepultado en la Iglesia Catedral. La riqueza de su magisterio nos llevó a iniciar la publicación de sus escritos, no sólo como homenaje a su persona sino, y sobre todo, para mantener viva sus enseñanzas y compromiso de vida.

Fue un pastor que amó a la Iglesia y al hombre de su tiempo. Para él esto era asemejarse espiritualmente a Jesucristo, el Buen Pastor. Nos dejó de esta verdad un testimonio que hoy queremos recordar y agradecer. Como pastor siempre estuvo presente, diría que su vida fue una presencia calificada por el servicio. Esta actitud lo llevó a trascender los límites de su pastoreo al interior de la Iglesia, para salir e ir al encuentro y acompañar a todos los hombres que para él eran sus hermanos e hijos en el ministerio episcopal, sobre todo si vivían situaciones difíciles. He recibido varios testimonios agradecidos de personas que estando presos, en los tiempos de la represión me decían, Mons. Zazpe nos visitaba. Esta actitud de amor a sus hermanos en momentos difíciles, fue una nota en su episcopado. Lo mismo su palabra en defensa de los derechos humanos, como de cercanía con quienes vivían situaciones de pobreza, aunque le costaran algunas críticas mezquinas e injustas. Era sensible y sufrió por estos juicios. Creo que el tiempo ha sabido reconocer la autenticidad de su palabra y el compromiso de su ministerio.

Tampoco fueron tiempos fáciles al interno de la Iglesia. El concilio Vaticano II fue un momento de reflexión y de "aggiornamento" en la vida de la Iglesia. Como hombre del Concilio pienso que lo marcó profundamente, lo dije en una oportunidad, la figura de Pablo VI, el papa del diálogo (Ecclesiam Suam) y de la evangelización (Evangelii Nuntiandi). Fue una época de cambios donde abundaron los reformadores apresurados que oponían dialécticamente cosas que en la Iglesia eran complementarias, creando reacciones que impedían comprender y vivir la riqueza de lo nuevo como eran las propuestas y los gestos del Concilio. En este contexto lo recuerdo a Mons. Zazpe como un hombre de Iglesia abierto a lo nuevo sin caer en lo novedoso. Fue un hombre de su tiempo que no corta con el pasado, pero que supo abrirse con entusiasmo y compromiso a lo nuevo. Esto hizo de él un referente claro y comprometido de ese tiempo conciliar. Importaba conocer, recuerdo, lo que él decía, su palabra era esperada. Esta actitud de fidelidad a la tradición y de apertura en la Iglesia a lo nuevo, como de cercanía y defensa de la dignidad humana no siempre fue comprendida, es más, creo que ello fue parte de su cruz como pastor.

Un signo de reconocimiento a su persona y del valor actual de su pensamiento lo veo en el recuerdo que guarda la sociedad santafesina de su persona y lo ha querido homenajear poniendo su nombre a calles, barrios, escuelas…., como al leer sus escritos y charlas dominicales que siguen conservando su vigencia e iluminando con su reflexión los problemas de hoy. Creo que esta actualidad se debe a que sus reflexiones tenían su fuente en el Evangelio y su mirada, libre de ideologías, puesta en el hombre concreto con sus angustias y esperanzas. Frente a esta realidad se sentía interpelado y su preocupación era poder responder como pastor, y desde el evangelio, a quienes él estaba llamado a servir. En esto veo también para nosotros, como obispos, una enseñanza y testimonio siempre actual.

Hoy, al cumplirse el 50° aniversario de su ordenación episcopal celebraré la Santa Misa en la Iglesia Catedral, en la cual él ejerció su ministerio de Padre y Pastor de nuestra Iglesia santafesina, luego, y ante su tumba, rezaré por su eterno descanso.

Reciban de su Obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús y nuestra Madre de Guadalupe.


Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

viernes, 2 de septiembre de 2011

Monseñor Zazpe: bodas de oro episcopal

LA VIGENCIA DE SU MENSAJE


Mons. Vicente Faustino Zazpe

50º Aniversario de la consagración episcopal
1961 - 3 de septiembre - 2011

Con motivo de conmemorarse los cincuenta años de la consagración episcopal
de Mons. Vicente Faustino Zazpe, quien fuera Pastor de esta Iglesia Particular de Santa Fe, tengo el agrado de invitar a Ud. a participar de la celebración de la Santa Misa
que tendrá lugar el Sábado 3 de septiembre de 2011, a las 19 hs.,
en la Catedral Metropolitana.

Luego de la celebración eucarística se elevará una oración ante su tumba por el eterno descanso de su alma.



Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

jueves, 1 de septiembre de 2011

Septiembre: mes de la Biblia

Al mes de septiembre se lo considera el Mes de la Biblia en recuerdo de san Jerónimo su primer traductor en lengua popular. La Biblia no es un libro que conserva un tesoro del pasado, sino que en él se nos comunica la Palabra de un Dios vivo que, en Jesucristo su Hijo, se nos dio a conocer plenamente. En este hecho, es decir, en el testimonio de Jesucristo, se apoya la fe cristiana.

Esto significa pasar de la idea de un Dios como principio espiritual a la realidad de un Dios que nos habla; por ello su Palabra se convierte en la fuente que ilumina, orienta y alimenta nuestra vida. Por la fe escuchamos y conocemos este camino de Dios. La Biblia es el libro que contiene, precisamente, la historia de este camino de Dios hacia a nosotros. Podemos decir que ella es el testimonio de que Dios no abandona al hombre.


Para el hombre es un derecho recibir la Palabra de Dios, porque ella ha sido dicha para él. Para la Iglesia, en cambio, predicar esta Palabra, además de ser un gozo, es su primer deber. Pablo VI decía que: "Evangelizar constituye la dicha y la vocación de la Iglesia, su identidad más profunda" (E.N. 4); haciéndose eco de aquella exclamación de san Pablo: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1 Cor. 9, 16). Esta Palabra no ha sido dicha para un tiempo sino para siempre, pero fue dicha en un lenguaje y en una época determinada. Esto, que le da un anclaje histórico particular, significa que hay una tarea de traducción, de exégesis y conocimiento de la mentalidad de esa época, para conocer el sentido correcto de lo que ella nos dice. ¡Qué importante es leer esta Palabra con una inteligencia abierta y formada, como con un corazón bien dispuesto! Tenemos que darle a la lectura de la Palabra de Dios tiempo y silencio, para así escuchar y comprender lo que nos dice. No es algo mágico, sino una Palabra que busca involucrar al hombre en un diálogo de amor y conversión.


Es una Palabra dirigida al hombre para iluminar y sanar su condición humana y espiritual. Es exigente porque parte del amor y busca nuestro bien. Es una Palabra que da sentido a nuestra vida en cuanto nos descubre como criaturas, pero con una vocación trascendente, es decir, somos parte de la creación pero no algo más en ella, sino alguien con una vocación única y personal. Esta relación con Dios nos aísla del mundo sino que nos hace responsables de su cuidado y partícipe de su señorío. Ella define esa triple relación que marca nuestra verdad de seres creados: con Dios, con el hombre y con el mundo. Frente a Dios nos enseña una relación filial que se vive en la confianza y se expresa en la oración. Frente al hombre nos descubre como hermanos en una relación de amor y solidaridad. Frente al mundo nos habla de una presencia responsable que se expresa en el cuidado de la naturaleza. Cuando Dios ocupa el lugar que corresponde, la fraternidad es posible y el mundo es la casa de todos. Esta Palabra de Dios, en Jesucristo, no es sólo una doctrina que nos enseña sino una gracia que nos eleva y capacita para vivir nuestra verdad de hombres e hijos de Dios.


¡Qué bueno que durante este mes de la Biblia nos hagamos amigos de la Palabra de Dios! Ella nos pertenece.


Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús y María Nuestra Madre de Guadalupe.


Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz



Gran Almuerzo Parroquial

Para celebrar juntos el "Mes de la Familia"


Domingo 2 de octubre

12,30 hs.
Camping AMSAFE
(Ruta 1 km 3,5 - 200 mts. al este)

Menú:
Entrada: arroz con pollo
Plato: pollo asado con ensaladas
Postre: helado

Llevar vajilla y equipo de mate - Habrá servicio de buffet


¡LOS ESPERAMOS!