Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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lunes, 14 de febrero de 2011

Homilía Dominical

Domingo VI del TO - Ciclo A

Lecturas

Eclo 15, 15-20
I Co 2, 6-10
Mt 5, 17-37



Unos domingos atrás escuchábamos a Jesús proclamar las Bienaventuranzas, un camino de felicidad para sus discípulos pero que supone un cambio de criterios respecto de los que maneja el mundo.

El domingo pasado nos decía que somos la sal de la tierra y que no debemos perder el sabor. Vivir como cristianos implica atreverse a ser distintos, incluso cuando eso pueda acarrear dificultades ("Felices los que son perseguidos...").

Hoy nos habla de que el cumplimiento de la ley que observan sus discípulos no ha de ser meramente formal, exterior. Para que entendamos de qué se trata nos pone algunos ejemplos. No basta con no matar. También hay que renunciar al sentimiento malo, no irritarse con el hermano. Y si lo completamos con el Evangelio que vamos a escuchar el próximo domingo, también nos pide tener sentimientos buenos y hacer el bien, incluso a nuestros enemigos. En pocas palabras, el corazón del discípulo está llamado a dejarse transformar en lo más profundo. Desde allí han de brotar sentimientos nuevos, obras buenas, que al ser vistas por los demás lleven a glorificar al Padre del cielo.

¿Cómo podemos ir creciendo en esta manera de cumplir la ley que nos da el Señor? Se trata primero de no quedarnos en la superficie. No alcanza con decir que no matamos o que no hacemos nada malo. Hay que mirar más en lo profundo: los sentimientos, los deseos, los pensamientos (broncas, juicios de desprecio, indiferencias, etc.). Esto podremos hacerlo si nos miramos desde el Dios que nos ama con inmensa misericordia y deseo de salvarnos. Sólo así podremos darnos cuenta de lo que Él nos pide, de lo que para ser felices no nos conviene, y en la medida de nuestras fuerzas, debemos rechazar.

En segundo lugar hay que estar dispuestos y decididos a compartir con el Señor esa cruz, la que podemos cargar con su gracia, para decir que no a los deseos y a las obras del corazón viejo: "Si tu ojo, si tu mano, es ocasión de pecado córtalos..."

Y, por último, es necesario renovar siempre la confianza. No se trata de sufrir inútilmente, sino de hacer Pascua con Jesús. De nacer al hombre nuevo que Dios quiere hacer de nosotros. De aprender a sentir y a obrar como hijos del Padre que nos llama a la felicidad plena de su amor. Es esta Pascua, de Jesús y nuestra, la que celebramos en la Eucaristía y la recibimos como alimento en el camino.

"No crean que he venido a abolir la Ley y los Profetas;
no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
"
Mt 5, 17

P. Daniel Gazze

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