Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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:: Homilías ::

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domingo, 31 de enero de 2010

Homilía Dominical

4º Domingo del Tiempo Ordinario
Lecturas

Jer 1, 4-5 . 17-19

1 Cor 12, 31 - 13,13
Lc 4,21-30


La primera lectura nos relata el comienzo de la vocación de Jeremías. Este hombre tuvo una relación con Dios marcada por las dificultades que surgían precisamente a causa de su vocación. La Escritura nos relata con mucho detalle sus conflictos interiores, dudas, tensiones, incomprensiones sobre el camino que Dios le iba proponiendo. Quizá estas vacilaciones de Jeremías lo hagan tan cercano a nosotros, y tal vez por ello experimentamos tanta conmoción al leer estos pasajes. A veces imaginamos que una relación "correcta" con Dios tiene que caracterizarse por la paz, la dulzura, la tranquilidad, y este profeta nos recuerda que la madurez de la fe no nos exime de combates y oscuridades, que generalmente indican una situación espiritual más positiva que las falsas seguridades, o el creernos dueños de la verdad.

Jeremías encarna en su persona un doble prototipo: es el profeta y el mártir.

Profeta porque su palabra tiene fuerza y no es sólo descripción de lo que sucede, sino mensaje potente que cambia -o al menos lo intenta- la realidad en la que se encuentra. Jeremías sufre, porque su mensaje no es halagüeño ni complaciente, no endulza los oídos de sus interlocutores, que eran el pueblo y también los poderosos del momento. El profeta, nos dice la Escritura, estuvo muy involucrado en los acontecimientos socio-políticos que se iban dando en su momento. Comienza -como escuchamos hoy- en tiempos de Josías, un rey piadoso y justo, pero tendrá que continuar en el reinado de Joaquim, que olvidará las reformas y mejoras su antecesor, y propiciará el paganismo y la injusticia. En dicho contexto, el mensaje de Jeremías será para él mismo un verdadero martirio, aunque las presiones e influencias no lograron silenciarlo, ya que no era un predicador "profesional" que decía lo que se creía conveniente, sino un testigo comprometido de lo que sentía como venido de Dios.

La imagen del mártir hoy está desvirtuada, y ha caído en el descrédito a raíz de experiencias de fundamentalismo que vemos en distintas religiones del mundo contemporáneo. Experiencias que también, lamentablemente, a veces se han dado o se dan entre nosotros. Todos sabemos que hay gente que derrama sangre en nombre de Dios, o que es capaz de todo, incluso morir, con tal de matar. La experiencia del martirio cristiano es otra cosa: está al servicio de la vida, no de la muerte. El mártir es el que compromete su propia vida para que todos vivan mejor a su alrrededor. Nunca deberíamos confundir la imagen del mártir con la del fanático o el kamikaze.

A estas imágenes, la de profeta y mártir, las vemos plenamentes realizadas en Jesucristo, y así lo muestra el Evangelio de hoy. Jesús ha causado la admiración de los oyentes de Nazareth, pero en algún momento su palabra provoca rechazo, al punto de que intentan matarlo. ¿Cuál es la causa de semejante cambio? ¿Qué es lo que motiva esta intolerancia y agresividad? Igual que en el caso de Jeremías, la repulsa viene porque anuncia a un Dios que no coincide con las ideas que se tenían de Él. Jesús está muchísimo más allá de los prejuicios imperantes. El Dios de Jesús es el Dios de los extranjeros y excluídos, de los que están "del otro lado" de las fronteras, de los que normalmente nosotros pensamos que son distintos o están "en la vereda en enfrente". Jesús anuncia a un Dios que eligió a una viuda y a un leproso, dos situaciones de marginalidad en aquel momento, y que además no pertenecían al pueblo de Israel. Qué Jesus escape cuando lo quieren despeñar de la colina muestra que valoraba su propia vida, y que no estaba dispuesto a frustrar su misión por la estrechez mental de un puñado de fanáticos.

Quizá este episodio nos impulse a revalorizar nuestra tarea profética. Desde el bautismo hemos sido consagrados para ello, y nuestra fe no puede quedar en una devoción cómoda, sino que es fuerza transformadora llamada a renovarnos y renovar a nuestro alrededor. Tal vez tengamos que empezar por reconsiderar nuestra imagen de Dios. El Dios justiciero, vengativo, el Dios castigador, o por el contrario, el Dios que no se mete, que no se afecta por lo que le pasa a sus hijos, son falsas imágenes que a veces nos hemos ido construyendo y que nos impiden una sana relación con el Dios vivo y verdadero, el Dios que mostró su rostro humano en Jesús de Nazareth. Un Dios que es Amor.

P. Gerardo Galetto


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