Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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martes, 28 de agosto de 2012

San Agustín, Padre y Doctor de la Iglesia

San Agustín, por Sandro Botticelli
"En el hombre interior habita la Verdad"

San Agustín es doctor de la Iglesia y el más grande de los Padres Latinos. Escribió muchos libros de gran valor para la Iglesia y el mundo, entre los que se destacan "La Ciudad de Dios" y sus "Confesiones".

Aurelio Agustín nació el 13 de noviembre del año 354, en Tagaste, al norte de África. Su madre fue Santa Mónica. Su padre, Patricio, era un hombre pagano de carácter violento.

Santa Mónica había enseñado a su hijo a orar y lo había instruido en la fe. San Agustín cayó gravemente enfermo y pidió que le dieran el Bautismo, pero luego se curó y no se llegó a bautizar. A los estudios se entregó apasionadamente pero, poco a poco, se dejó arrastrar por una vida desordenada.

A los 17 años se unió a una mujer y con ella tuvo un hijo, al que llamaron Adeodato.

Estudió retórica y filosofía. Compartió la corriente del Maniqueísmo, la cual sostiene que el espíritu es el principio de todo bien y la materia, el principio de todo mal.

Diez años después, abandonó este pensamiento. En Milán, obtuvo la Cátedra de Retórica y fue muy bien recibido por San Ambrosio, el Obispo de la ciudad. Agustín, al comenzar a escuchar sus sermones, cambió la opinión que tenía acerca de la Iglesia, de la fe, y de de Dios.

Santa Mónica trataba de lograr su conversión a través de la oración. Lo había seguido a Milán y quería que se casara con la madre de Adeodato, pero ella decidió regresar a África y dejar al niño con su padre.
Agustín estaba convencido de que la verdad estaba en la Iglesia, pero se resistía a convertirse.

Comprendía el valor de la castidad, pero se le hacía difícil practicarla, lo cual le dificultaba la total conversión al cristianismo. Él decía: “Lo haré pronto, poco a poco; dame más tiempo”. Pero ese “pronto” no llegaba nunca.

Un amigo de Agustín fue a visitarlo y le contó la vida de San Antonio, la cual le impresionó mucho. Él comprendía que era tiempo de avanzar por el camino correcto. Se decía “¿Hasta cuándo? ¿Hasta mañana? ¿Por qué no hoy?”. Mientras repetía esto, oyó la voz de un niño de la casa vecina que cantaba: “toma y lee, toma y lee”. En ese momento, le vino a la memoria que San Antonio se había convertido al escuchar la lectura de un pasaje del Evangelio. San Agustín interpretó las palabras del niño como una señal del Cielo. Dejó de llorar y se dirigió a donde estaba su amigo que tenía en sus manos el Evangelio. Decidieron convertirse y ambos fueron a contar a Santa Mónica lo sucedido, quien dio gracias a Dios. Agustín tenía 33 años.

Desde ese momento, Agustín se dedicó al estudio y a la oración. Hizo penitencia y se preparó para su Bautismo. Lo recibió junto con su amigo Alipio y con su hijo, Adeodato. Decía a Dios: “Demasiado tarde, demasiado tarde empecé a amarte”. Y, también: “Me llamaste a gritos y acabaste por vencer mi sordera”. Su hijo tenía quince años cuando recibió el Bautismo y murió un tiempo después. Él, por su parte, se hizo monje, buscando alcanzar el ideal de la perfección cristiana.

Deseoso de ser útil a la Iglesia, regresó a África. Ahí vivió casi tres años sirviendo a Dios con el ayuno, la oración y las buenas obras. Instruía a sus prójimos con sus discursos y escritos. En el año 391, fue ordenado sacerdote y comenzó a predicar. Cinco años más tarde, se le consagró Obispo de Hipona. Organizó la casa en la que vivía con una serie de reglas convirtiéndola en un monasterio en el que sólo se admitía en la Orden a los que aceptaban vivir bajo la Regla escrita por San Agustín. Esta Regla estaba basada en la sencillez de vida.

Fue muy caritativo, ayudó mucho a los pobres. Llegó a fundir los vasos sagrados para rescatar a los cautivos. Decía que había que vestir a los necesitados de cada parroquia. Durante los 34 años que fue Obispo defendió con celo y eficacia la fe católica contra las herejías. Escribió más de 60 obras muy importantes para la Iglesia como “Confesiones” y “Sobre la Ciudad de Dios”.

Los últimos años de la vida de San Agustín se vieron turbados por la guerra. El norte de África atravesó momentos difíciles, ya que los vándalos la invadieron destruyéndolo todo a su paso.

A los tres meses, San Agustín cayó enfermo de fiebre y comprendió que ya era el final de su vida. En esta época escribió: “Quien ama a Cristo, no puede tener miedo de encontrarse con Él”.

Murió a los 76 años, 40 de los cuales vivió consagrado al servicio de Dios.

Con él se lega a la posteridad el pensamiento filosófico-teológico más influyente de la historia.
Murió el año 430.

¿Qué nos enseña su vida?

  • A pesar de ser pecadores, Dios nos quiere y busca nuestra conversión.

  • Aunque hayamos cometido pecados muy graves, Dios nos perdona si nos arrepentimos de corazón.

  • El ejemplo y la oración de una madre dejan fruto en la vida de un hijo.

  • Vivir en comunidad, hacer oración y penitencia, nos acerca siempre a Dios.

  • Es posible, con la gracia de Dios, lograr una conversión profunda en nuestras vidas.



  • Algunos motivos para leer una de las obras cumbre de San Agustín




    Señor Jesús, que me conozca a mí y que te conozca a Ti,
    Que no desee otra cosa sino a Ti.
    Que me odie a mí y te ame a Ti.
    Y que todo lo haga siempre por Ti.
    Que me humille y que te exalte a Ti.
    Que no piense nada más que en Ti.
    Que me mortifique, para vivir en Ti.
    Y que acepte todo como venido de Ti.
    Que renuncie a lo mío y te siga sólo a Ti.
    Que siempre escoja seguirte a Ti.
    Que huya de mí y me refugie en Ti.
    Y que merezca ser protegido por Ti.
    Que me tema a mí y tema ofenderte a Ti.
    Que sea contado entre los elegidos por Ti.
    Que desconfíe de mí y ponga toda mi confianza en Ti.
    Y que obedezca a otros por amor a Ti.
    Que a nada dé importancia sino tan sólo a Ti.
    Que quiera ser pobre por amor a Ti.
    Mírame, para que sólo te ame a Ti.
    Llámame, para que sólo te busque a Ti.
    Y concédeme la gracia
    de gozar para siempre de Ti. Amén.

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