Nuestra Señora de Belén

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Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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lunes, 27 de agosto de 2012

Santa Mónica, esposa y madre cristiana


Mónica nació en Tagaste, al norte de África, a unos 100 km de la ciudad de Cartago en el año 332.

FORMACIÓN FUERTE

Sus padres encomendaron la formación de sus hijas a una mujer muy religiosa pero de muy fuerte disciplina. Ella no las dejaba tomar bebidas entre horas (aunque aquellas tierras son de clima muy caliente ) pues les decía : "Ahora cada vez que tengan sed van a tomar bebidas para calmarla. Y después que sean mayores y tengan las llaves de la pieza donde está el vino, tomarán licor y esto les hará mucho daño." Mónica le obedeció los primeros años pero después, ya mayor, empezó a ir a escondidas al depósito y cada vez que tenía sed tomaba un vaso de vino. Pero sucedió que un día regañó fuertemente a un obrero y éste por defenderse le grito: "¡Borracha!" Esto le impresiono profundamente y nunca lo olvidó en la vida, y se propuso no volver a tomar jamás bebidas alcohólicas. Pocos meses después fue bautizada (en ese tiempo bautizaban a la gente ya entrada en años) y desde su bautismo su conversión fue admirable.

UN ESPOSO DIFÍCIL
Ella deseaba dedicarse a la vida de oración y de soledad, pero sus padres dispusieron que tenía que casarse con un hombre llamado Patricio. Éste era un buen trabajador, pero terriblemente malgeniado y además mujeriego, jugador y sin religión ni gusto por lo espiritual. La hará sufrir mucho y por treinta años ella tendrá que aguantar los tremendos estallidos de ira de su marido que grita por el menor disgusto, pero Patricio jamás se atreverá a levantar la mano contra ella. Tuvieron tres hijos: dos varones y una mujer. Los dos menores fueron su alegría y consuelo, pero el mayor, Agustín, la hizo sufrir por largos años.

LA FÓRMULA PARA NO PELEAR 
En aquella región del norte de Africa, donde la gente era sumamente agresiva, las demás esposas le preguntaban a Mónica por qué su esposo, que era uno de los hombres de peor genio en toda la ciudad, no la golpeaba nunca a ella, y en cambio los esposos de ellas las golpeaban sin compasión. Mónica les respondía: "Es que, cuando mi esposo está de mal genio, yo me esfuerzo por estar de buen genio. Cuando él grita, yo me callo. Y como para pelear se necesitan dos y yo no acepto la pelea, pues....no peleamos".

VIUDA Y CON UN HIJO REBELDE 
Patricio no era católico, y aunque criticaba el mucho rezar de su esposa y su generosidad tan grande con los pobres, nunca se oponía a que ella se dedicara a estas buenas obras, y quizás por eso mismo logró su conversión. Mónica rezaba y ofrecía sacrificios por su esposo y al fin alcanzó de Dios la gracia de que en el año 371 Patricio se hiciera bautizar, y que lo mismo hiciera su suegra, mujer terriblemente colérica que por meterse demasiado en el hogar de su nuera le había amargado la vida a Mónica. Un año después de su bautismo, Patricio murió santamente , dejando a la pobre viuda con el problema de su hijo mayor.

EL MUCHACHO DIFÍCIL 
Patricio y Mónica se habían dado cuenta de que su hijo mayor era extraordinariamente inteligente, y por eso lo enviaron a la capital del estado, la ciudad de Cartago, a estudiar filosofía, literatura y oratoria. Pero Agustín tuvo la desgracia de que su padre no se interesaba nada en sus progresos espirituales. Sólo le importaba que sacara buenas notas, que brillara en las fiestas sociales y que sobresaliera en los ejercicios físicos, pero acerca de la salvación de su alma, no se interesaba ni le ayudaba en nada. Y ésto fue fatal para él, pues fue cayendo de mal en peor en pecados y errores.

UNA MADRE FUERTE 
Cuando murió su padre, Agustín tenía 17 años y empezaron a llegarle a Mónica noticias cada vez peores, de que el joven llevaba una vida licenciosa, que en una enfermedad, ante el temor a la muerte se había hecho instruir acerca de la religión y propuesto hacerse católico, pero que sanado de la enfermedad había abandonado el propósito de hacerlo. Y que finalmente, se había hecho socio de la secta llamada de los Maniqueos, que afirmaba que el mundo no lo había hecho Dios, sino el Diablo. Y Mónica, que era bondadosa pero no cobarde ni floja, al volver su hijo a casa y al empezar a oírle mil barbaridades contra la verdadera religión, lo echó sin más de la casa y le cerró las puertas, porque bajo su techo no quería albergar a enemigos de Dios.

LA VISIÓN ANIMADORA
Pero sucedió que en esos días Mónica tuvo un sueño en el que vio que ella estaba en un bosque llorando por la pérdida espiritual de su hijo y que en ese momento se le acercaba un personaje muy resplandeciente y le decía: "No temas. Donde tú estás, allí estará tu hijo también" y enseguida vio a Agustín junto a ella. Le narró al muchacho el sueño y él dijo lleno de orgullo que eso significaba que la madre se iba a volver maniquea como él. Pero ella le respondió: "En el sueño no me dijeron, mamá ira donde su hijo, sino tu hijo irá donde estás tu." Esta hábil respuesta impresionó mucho a su hijo, quien más tarde la consideraría como una inspiración del cielo. Esto sucedió en el año 437.

Faltaban 9 años aún para que Agustín se convirtiera.

LA RESPUESTA DE UN OBISPO
Por muchos siglos ha sido muy comentada la bella respuesta que un obispo le dio a Mónica cuando ella le contó que llevaba años y años rezando, ofreciendo sacrificios y haciendo rezar a sacerdotes y amigos por la conversión de Agustín. El obispo le respondió: "Quédese tranquila, es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas". Esta admirable respuesta y lo que había oído en el sueño, la llenaban de consuelo y esperanza, a pesar de que Agustín no daba la menor señal de arrepentimiento.

UN HIJO QUE SE FUGA Y UNA MADRE QUE LO SIGUE 
Cuando tenía 29 años, Agustín decidió ir a Roma a dar clases allá. Ya era todo un doctor. Mamá se propuso ir con él para librarlo de todos los peligros morales. Pero Agustín le hizo una jugada tramposa (de la cual se arrepintió mucho más tarde). Al llegar junto al mar le dijo a Mónica que se fuera a rezar a un templo, mientras él iba a visitar a un amigo, y lo que hizo fue subirse al barco y salir rumbo a Roma, dejándola sola allí. Pero Mónica no era mujer débil para dejarse derrotar tan fácilmente. Tomó otro barco y se dirigió hasta Roma.

UN PERSONAJE QUE INFLUYÓ MUCHO 
En Milán, Mónica se encontró con el Santo más famoso de la época, San Ambrosio, arzobispo de esa ciudad. En él se encontró un verdadero padre lleno de bondad y de sabiduría que la fue guiando con prudentes consejos. Además, Agustín se quedó impresionado por su enorme sabiduría y la poderosa personalidad de San Ambrosio y empezó a escucharle con profundo cariño y a cambiar sus ideas y entusiasmarse por la fe católica.

LA CONVERSIÓN


Y sucedió que en el año 387, Agustín, al leer unas frases de San Pablo, sintió una impresión extraordinaria y se propuso cambiar de vida. Envió lejos a la mujer con la cual vivía en unión libre, dejó sus vicios y malas costumbres, se hizo instruir en la religión y en la fiesta de Pascua de Resurrección de ese año se hizo bautizar.

"YA PUEDO MORIR TRANQUILA" 
Agustín, ya convertido, se dispuso a volver con su madre y su hermano, a su tierra, en el África, y se fueron al puerto de Ostia a esperar el barco. Pero Mónica ya había conseguido todo lo que anhelaba en esta vida, que era ver la conversión de su hijo. Ya podía morir tranquila. Y sucedió que estando ahí en una casa junto al mar, por la noche al ver el cielo estrellado conversaban con Agustín acerca de cómo serían las alegrías que tendremos en el cielo, y ambos se emocionaban comentando y meditando los goces celestiales que nos esperan. En determinado momento exclamó entusiasmada : "¿Y a mí que más me puede amarrar a la tierra? Ya he obtenido mi gran deseo, el verte cristiano católico. Todo lo que deseaba lo he conseguido de Dios". Poco después le invadió la fiebre, y en pocos días se agravo y murió. Lo único que pidió a sus dos hijos es que no dejaran de rezar por el descanso de su alma. Murió en el año 387 a los 55 años de edad.
Miles de madres y de esposas se han encomendado en todos estos siglos a Santa Mónica, para que les ayude a convertir a sus esposos e hijos, y han conseguido conversiones admirables.


Santa Mónica: Sigue rogando por las madres y por sus hijos, por las esposas y sus maridos y por todos los pobres pecadores que necesitamos convertirnos. Amén.

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