Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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domingo, 12 de septiembre de 2010

Homilía Dominical

24º Domingo del Tiempo Ordinario
Lecturas

Ex 32, 7-11. 13-14
1 Tm 1, 12-17
Lc 15, 1-32


Muchas son las características de Dios que hemos aprendido a descubrir: Dios es Santo, es Poderoso, es Sabio... Las lecturas de hoy nos hablan de una característica fundamental para nuestra experiencia religiosa: la misericordia. Esta es la gran revelación que Jesucristo hace: que Dios es un Pastor preocupado por la oveja perdida, que es capaz de alegrarse por una sola que vuelve al redil, que hace fiesta cada vez que un pecador se arrepiente. Ya el Antiguo Testamento lo había enseñado, y hoy lo escuchamos en la primera lectura: el pueblo elegido se olvida de su Redentor, y de lo que ha hecho por él, se obstina en seguir su propio rumbo, olvidando que la libertad de Israel es fruto de los caminos que Yahvé le señala; el pueblo olvida a su Creador y, sin embargo, Dios perdona y muestra compasión.

En la segunda lectura, Pablo le recuerda a su discípulo Timoteo cuál es la novedad de la eseñanza cristiana. Ésta es la doctrina: que Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores. En Pablo esta doctrina no es mera teoría, sino que es experiencia: yo soy el peor de todos ellos. ¡Qué hermoso signo de autenticidad religiosa! El hombre auténticamente creyente no tiene temor de reconocerse pecador. ¡Qué trsite cuando un cristiano piensa que los pecadores son los otros, que los que se equivocan o proceden mal siempre son los demás! Algo no anda bien en esa relación con Dios... Por otra parte, Pablo reconoce que esto sucedió para que Cristo mostrara en mí toda su paciencia. Seguramente en nuestra propia historia personal podemos reconocer los signos de un Dios que nos espera, que nos regala infinita cantidad de bienes y bendiciones que no siempre sabemos reconocer, que no siempre agradecemos, más aún, que a veces desperdiciamos...¡y Dios nos tiene paciencia!

Sobre todo, la misericordia aparece en la parábola del Padre bueno, que ante el reclamo de su hijo le entrega la parte de herencia que le corresponde. En la actitud del hijo pródigo hay una confusión, que le lleva a pensar que sólo puede ser libre abandonando a su padre, y todo lo que él representa. Esta metáfora trasciende la experiencia de fe, para hablarnos del sinsentido de algunos proyectos humanos que en nombre de la libertad terminan negando la propia dignidad humana. Es sintomático que este joven -que prometía mucho, por cierto: se lo veía decidido, seguro de sí, conciente de lo que le corresponde- termine en el chiquero, envidiando las bellotas de los cerdos que a él le niegan. El texto subraya la misericordia del Padre, que no sólo lo espera, sino que se anticipa a salir a su encuentro y le devuelve mucho más de lo que perdió. También es cierto que aún en las peores circunstancias de degradación humana queda un refugio de dignidad y libertad -la conciencia- del que siempre puede salir una decisión distinta: entonces recapacitó y dijo: volveré a la casa de mi Padre.

Pidamos hoy, entonces, la gracia de aceptar la misericordia de Dios; la valentía para ver nuestros errores; la sinceridad para pedir perdón: arrepentirse del mal cometido siempre es un acto de amor. También pedir la gracia de mostrar el rostro del Dios bueno, del Dios que no rechaza, que no discrimina, del Dios que sale al encuentro del hombre. El mundo moderno es un poco como el hijo pródigo: un mundo que ha engendrado una cultura con enormes potencialidades: descubrimientos científicos, avances tecnológicos, cambios sociales, transformaciones culturales. A este mundo -que muchas veces cree que sólo es auténtico si rechaza o desconoce a suCreador- tenemos que mostrarle que en la casa paterna nada de lo bueno conseguido se pierde, que todo logro que contribuya al bien de la humanidad es importante para un Dios que es Padre y quiere que sus hijos crezcan.

P. Gerardo Galetto

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