Domingo XX del TO - Ciclo A
Lecturas
Is 56,1.6-7
Rom 11, 13-15.29-32
Mt 15, 21-28
Lecturas
Is 56,1.6-7
Rom 11, 13-15.29-32
Mt 15, 21-28
La actitud de Jesús en el evangelio de hoy nos resulta un tanto chocante a primera vista. Se hace rogar por esta mujer cananea que le pide el milagro de curar a su hija. Sin embargo, si nos fijamos en el desenlace del relato, podemos llegar a captar lo que Él pretendía. La mujer termina confiando, en actitud de profunda humildad, que podrá recibir las migas del pan abundante de la gracia de Dios. Es esto lo que nos pone en la pista correcta: Jesús quería trabajar su corazón para hacerla capaz de recibir el pan verdadero que es su Vida entera, su amor infinito que la transformará de pagana en hija de Dios y hermana suya.
También en nuestra vida cristiana hay momentos en los que el Señor parece no escucharnos. Pedimos con insistencia un milagro, una intervención suya, pero no se nos concede. Es a la vez cierto, especialmente en nuestra época ávida de milagros y signos extraordinarios, que en muchas ocasiones queremos sólo el beneficio que necesitamos pero que no nos interesa entrar en relación de amistad con Aquél a quien nos dirigimos.
Cada vez que esto nos suceda será la oportunidad, como para la mujer fenicia, de hacer un salto hacia un nivel más profundo de humildad y confianza, de darnos cuenta que también nosotros teníamos pensamientos y actitudes paganas y poníamos nuestro apoyo en los “dioses” de este mundo. Si perseveramos e insistimos como la cananea, la prueba servirá para que descubramos más a Jesús como amigo y se pueda obrar el gran milagro, el que nuestro corazón se ablande para gozar de la Vida de hijos de Dios que quiere regalarnos.
Algo parecido suele ocurrir en las relaciones humanas. Ante cada crisis, si somos capaces de renunciar a la pretensión de la recompensa inmediata que amenaza ruptura, y somos humildes para reconocer nuestra parte de egoísmo, y pacientes para aceptar y esperar al otro, el amor tiene una oportunidad de hacerse más verdadero y de hacer más plena nuestra vida.
Que María, la humilde, y por eso hecha partícipe en todo su ser, cuerpo y alma, de la gloria del amor de Dios, nos ayude a disponer el corazón para el pan de la Eucaristía en el que Jesús nos entrega toda su Vida.
También en nuestra vida cristiana hay momentos en los que el Señor parece no escucharnos. Pedimos con insistencia un milagro, una intervención suya, pero no se nos concede. Es a la vez cierto, especialmente en nuestra época ávida de milagros y signos extraordinarios, que en muchas ocasiones queremos sólo el beneficio que necesitamos pero que no nos interesa entrar en relación de amistad con Aquél a quien nos dirigimos.
Cada vez que esto nos suceda será la oportunidad, como para la mujer fenicia, de hacer un salto hacia un nivel más profundo de humildad y confianza, de darnos cuenta que también nosotros teníamos pensamientos y actitudes paganas y poníamos nuestro apoyo en los “dioses” de este mundo. Si perseveramos e insistimos como la cananea, la prueba servirá para que descubramos más a Jesús como amigo y se pueda obrar el gran milagro, el que nuestro corazón se ablande para gozar de la Vida de hijos de Dios que quiere regalarnos.
Algo parecido suele ocurrir en las relaciones humanas. Ante cada crisis, si somos capaces de renunciar a la pretensión de la recompensa inmediata que amenaza ruptura, y somos humildes para reconocer nuestra parte de egoísmo, y pacientes para aceptar y esperar al otro, el amor tiene una oportunidad de hacerse más verdadero y de hacer más plena nuestra vida.
Que María, la humilde, y por eso hecha partícipe en todo su ser, cuerpo y alma, de la gloria del amor de Dios, nos ayude a disponer el corazón para el pan de la Eucaristía en el que Jesús nos entrega toda su Vida.
P. Daniel Gazze
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