Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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domingo, 24 de octubre de 2010

Homilía Dominical

Domingo XXX del TO - Ciclo C

Lecturas

Si 35, 15-17. 20-22
2 Tim 4, 6-8.16-18
Lc 18, 9-14


Queridos hermanos:

Como el Domingo pasado, también hoy Jesús quiere enseñarnos a orar bien. La parábola nos habla de dos personajes que van a rezar al Templo: un fariseo altanero y contento con sus méritos que desprecia al segundo de ellos, un publicano que no pudiendo confiar en sus méritos se golpea el pecho pidiendo la misericordia de Dios. De estos dos, nos dice el Señor, sólo el segundo rezó bien.

¿Por qué? Porque -y he aquí otra característica esencial de la oración cristiana- no se puede abrir el corazón a Dios y tenerlo cerrado para los otros. No puedo recibir el amor del Padre y despreciar al que es valioso para Él, simplemente porque lo creó para ser su hijo y le ofrece la cruz de Jesús como rescate.

Los monjes de la Iglesia de los primeros siglos entendieron muy pronto ésto. Para crecer en su unión con Dios era indispensable no juzgar, no despreciar al hermano. Se comienza por callar, por no hablar mal del otro, pero hay que llegar al corazón. Y para esto es preciso conocerse: desprecia a los demás el que no se conoce a sí mismo. El que no tiene conciencia de las fuerzas oscuras que palpitan en su interior. El que no se da cuenta de que lo bueno que tiene es fruto, no de sus méritos, sino del paciente trabajo de la misericordia de Dios que nos renueva a cada instante.

Uno de estos monjes, de un monasterio de Palestina en el siglo VI, Doroteo de Gaza, resumió el tema en una célebre enseñanza impartida a sus hijos espirituales titulada "La acusación de sí mismo". Para llegar a la paz del corazón hay que primero acusarse a sí mismo. No en el sentido masoquista de pensar que yo tengo la culpa de todo y los demás son buenos, sino en el darme cuenta de que yo soy el primer necesitado en dejarme pacificar por la misericordia de Dios, para poder luego proyectarla sobre los otros y ayudarlos en el camino de su conversión.

En este mes de la familia pensemos, ¡cómo cambiarían tantas situaciones si somos capaces de renunciar a esa actitud -tan de moda en nuestros días- de echarnos culpas los unos a los otros para reconocernos también nosotros responsables del mal, dejarnos perdonar por Dios y ofrecer el perdón a los otros! ¡Qué paz iría inundando nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra patria!

Al comenzar la Misa solemos imitar la conducta del publicano, nos golpeamos el pecho y decimos: "he pecado mucho... por mi culpa, por mi gran culpa". ¡Que lo digamos de corazón! Y también renunciamos a despreciar a los demás y, en cambio, pedimos que intercedan por nosotros: "ruego... a ustedes hermanos que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor". Que también sea verdad, ¡que intercedamos los unos por los otros! Para que después podamos llenarnos de la paz de Jesús y unidos a Él exclamar: ¡Padre nuestro! ¡Feliz y santo domingo para todos!


«Todo el que se enaltece será humillado
y el que se humilla será enaltecido»


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