
Lc 1, 39-45
Reflexión
Este evangelio es un regalo especial de Dios. Se trata de un retrato hermosísimo de la Santísima Virgen. Está pintado con sencillez, pero con un vivo colorido, magistralmente esbozado en breves y seguras pinceladas. Resaltan los rasgos divinamente humanos de nuestra Madre.
¡Qué bella es María, siempre pronta a servir! Ayudar a otros no es de almas pequeñas, sino de corazones gigantes. Ese servir nos cuesta a todos, como le costó a María. Ella no salió y tomó un taxi. Tuvo que recorrer enormes distancias, por caminos polvorientos hacia las montañas.
María es hermosa en su educación. No llega esperando atenciones y recibimientos solemnes. Se adelanta a su prima y ella es la que saluda primero. Es la belleza de una persona que piensa siempre en los demás. ¡Qué gracia tiene la joven María, la llena de gracia!
La presencia de María llena la casa de amor y alegría. Juan no resiste y salta lleno de alegría al escuchar su voz. “La encantadora voz de la Madre de mi Señor”. Ella debe ser la causa de nuestra alegría. Sabemos que la sonrisa sincera es expresión de la felicidad vivida. ¡Qué bella sería la sonrisa de María!
Una sonrisa para sus padres, cuando le mandaban a la fuente. Una sonrisa bondadosa para el ángel Gabriel. Una sonrisa llena de confianza para José. Una sonrisa cordial para los que murmuran de su maternidad. Una sonrisa consoladora para el pobre que le pide de lo poco que tenía. Una sonrisa que fue capaz de cautivar al mismo Dios. Una sonrisa que fue la primera imagen captada por las pupilas húmedas del bebé Dios.
En un hogar cristiano no puede faltar la Hermosa Virgen Santísima, que llena los corazones de amor y verdadera alegría; que suscita sonrisas en todas las almas y que perfuma con su inocente belleza este peregrinar hacia el Padre.
¡Qué bella es María, siempre pronta a servir! Ayudar a otros no es de almas pequeñas, sino de corazones gigantes. Ese servir nos cuesta a todos, como le costó a María. Ella no salió y tomó un taxi. Tuvo que recorrer enormes distancias, por caminos polvorientos hacia las montañas.
María es hermosa en su educación. No llega esperando atenciones y recibimientos solemnes. Se adelanta a su prima y ella es la que saluda primero. Es la belleza de una persona que piensa siempre en los demás. ¡Qué gracia tiene la joven María, la llena de gracia!
La presencia de María llena la casa de amor y alegría. Juan no resiste y salta lleno de alegría al escuchar su voz. “La encantadora voz de la Madre de mi Señor”. Ella debe ser la causa de nuestra alegría. Sabemos que la sonrisa sincera es expresión de la felicidad vivida. ¡Qué bella sería la sonrisa de María!
Una sonrisa para sus padres, cuando le mandaban a la fuente. Una sonrisa bondadosa para el ángel Gabriel. Una sonrisa llena de confianza para José. Una sonrisa cordial para los que murmuran de su maternidad. Una sonrisa consoladora para el pobre que le pide de lo poco que tenía. Una sonrisa que fue capaz de cautivar al mismo Dios. Una sonrisa que fue la primera imagen captada por las pupilas húmedas del bebé Dios.
En un hogar cristiano no puede faltar la Hermosa Virgen Santísima, que llena los corazones de amor y verdadera alegría; que suscita sonrisas en todas las almas y que perfuma con su inocente belleza este peregrinar hacia el Padre.
Fuente: catholic.net
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