Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
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Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
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CARITAS

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Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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domingo, 2 de enero de 2011

El Verbo se hizo carne para compartir nuestra vida

"El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros."

El evangelio de este segundo domingo de Navidad es el prólogo del evangelio de Juan
(Jn 1,1-18): un poema a la Palabra de Dios que orginariamente fue un himno cristiano de las primeras comunidades. Juan inicia su Evangelio con las mismas palabras del primer libro de la Biblia, el Génesis, "en el principio". Ciertamente quiere poner en relación el inicio absoluto de todo con el misterio de Jesús de Nazaret, definitiva Palabra del Padre. Desde el inicio, el texto proclama la existencia de una persona divina, que es la Palabra, igual a Dios mismo, que lo expresa y revela, que crea y que santifica todo: "Al principio existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ya al principio ella estaba junto a Dios. Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir" (Jn 1,1-3). Tanto el Antiguo Testamento como el evangelista Juan afirman la centralidad de la Palabra en el proyecto creador de Dios. Dios ha creado todo por la Palabra. Todo cuanto existe es palabra suya. Por eso para el creyente escuchar es una forma de existir, es acoger la vida que siempre nos viene donada por Dios. Esta Palabra creadora se manfiestó, una y otra vez en la historia, a través de los profetas, como palabra de vida y de salvación: "En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres" (Jn 1,4). La palabra es medio de comunicación, es expresión del ser, condición del diálogo. Dios tiene una palabra, una palabra de su misma condición divina con la cual ha creado todo cuanto existe y ha llegado a los hombres comunicándoles su vida y su proyecto de salvación.

El punto más alto del himno joánico se encuentra en el v. 14: "Y la Palabra se hizo carne y habitó (literalmente: "puso su tienda") entre nosotros". La Palabra creadora y omnipotente entra en la historia asumiendo la condición frágil y mortal de todo hombre. El término "palabra" traduce un término griego muy rico, logos, que puede significar también "proyecto, razón, sabiduría". Probablemente Juan alude al mismo tiempo a la palabra creadora del Génesis, a la sabiduría de los escritos sapienciales bíblicos, y a la razón del universo de la filosofía griega. El término "carne" (griego: sarx) evoca precisamente esa dimensión de caducidad y debilidad con la cual la Palabra se hace presente en el mundo. La afirmación de Juan resume magistralmente el misterio del Dios-con-nosotros, el camino histórico de Dios a través de Jesús de Nazaret. En Cristo se encuentra la razón del universo, la plenitud de cuanto existe, el sentido de la historia y la revelación de los caminos de Dios. Lo que es propio de todo hombre, ser "carne", se afirma ahora de la Palabra eterna y divina. Dios ha colocado su "tienda" en la historia de los hombres, en la debilidad de la carne de Jesús de Nazaret. El lugar privilegiado de la presencia divina no es ya la tienda del desierto (Ex 33,7-10; 40,35), ni el grandioso templo de Jerusalén (1Re 8,10), sino la existencia histórica y el triunfo pascual de Jesús. Con razón la comunidad cristiana puede decir de él, "hemos visto su gloria", la gloria de Dios que revela su poder salvador en favor de los hombres, "la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de la gracia de la verdad" (Jn 1,14).

El recién nacido de Belén es la Palabra, el Hijo de Dios, perfecta revelación del Padre. Es la gran paradoja del misterio de la Navidad: la Palabra de Dios se manifiesta hoy en un niño que no sabe hablar. Y sin embargo, Jesús de Nazaret, en su humanidad, nos revela a Dios infinitamente más que cualquier visión sobrenatural o discurso humano por profundo que sea. Dios se hace hombre y la navidad nos impone a todos una exigencia: hacernos también nosotros cada día más humanos, más respetuosos de la dignidad del hombre, porque sólo así seremos cada día más semejantes al Dios vivo que ha querido compartir nuestra condición.

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