Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

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Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


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Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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domingo, 7 de marzo de 2010

Homilía Dominical

3º Domingo de Cuaresma
Lecturas
Ex 3, 1-8a.13-15
I Co 10,1-6.10-12

Lc 13,1-9


A través del Evangelio proclamado la liturgia nos recuerda que la Cuaresma que estamos transitando es el tiempo de la paciencia de Dios. La parábola de la higuera estéril plantada en la viña nos sugiere que nuestra vida -insertada en la Iglesia por el bautismo- está llamada a producir frutos de amor, justicia, fraternidad, y que, por distintos motivos, el dueño de la vid no siempre los encuentra. El episodio muestra la tensión evangélica que existe entre la justicia y la misericordia, ya que con todo derecho se habla de arrancar al árbol infructuoso, pero justamente en ese momento se escucha una palabra -la del viñador- que obtiene una prórroga, tiempo de gracia. En esa figura, Jesús se define a sí mismo, como el obrero que se compromete a limpiar la higuera de todas las malezas que le impiden vivir y producir frutos de vida. Hermosa metáfora para cada uno de nosotros y para toda la comunidad eclesial.

Si esta parábola nos sugiere la actitud del arrepentimiento, también en los fragmentos anteriores se indica una actitud parecida pero diferente, que conviene discernir para no confundir. Es la cuestión de la culpa, que no es exactamente lo mismo. El arrepentimiento es una cuestión religiosa, es un modo de responderle a Dios; la culpa es un fenómeno psicológico, tiene que ver con sensaciones de nuestra vida mental. Hay una culpa que es "sana", signo de equilibrio emocional y altura moral. No sentir nunca culpa indica que algo se quebró en el interior de una persona. Los que nunca sienten culpa son los psicópatas, los que abusan, los que oprimen, todos ellos son incapaces de sentir el dolor que infringen a los demás. Pero también hay una culpa patológica: no es normal angustiarse por todo o pensar que siempre hicimos mal las cosas, o reaccionar exageradamente ante nuestros propios errores. Sin duda que no es eso lo que Dios quiere, por tanto habrá que curar esa actitud para estar en paz y llevar una vida equilibrada. Y a veces hay una actitud no tan enfermiza pero muy extendida, que es poner la culpa afuera de nosotros, como si no tuviéramos nada que ver con las cosas que suceden a nuestro alrededor.

Ésta parece ser la actitud de la que se habla en la primer parte del Evangelio de hoy. Parecería -por la respuesta de Jesús- que la gente pensaba más o menos así. Los galileos que mató Pilato, los que murieron aplastados por la torre..."algo habrán hecho", "por algo será", "andá a saber en qué andaban". Como si alguna culpa anduviera rondando en torno a sucesos trágicos inexplicables. Es una tentación muy humana buscar chivos expiatorios para lo que escapa a nuestra comprensión o a nuestras posibilidades. ¿Quién tiene la culpa del sismo en Haití? ¿O del terremoto en Chile? ¿O de lo que pasó en Salta? Parecería que siempre tiene que haber un culpable: Dios, el gobierno, el vecino... Y hay cosas que no tienen su origen en ninguna culpa. Pasan por otros motivos, aunque nosotros no los podamos encontrar. La respuesta de Jesús es: no pienses que los que sufrieron esa tragedia eran más culpables que vos, no eran diferentes, no eran peores, no eran más pecadores. Todo lo que le pasa a otro, te puede pasar a vos, no mires el sufrimiento ajeno desde afuera, como si no te involucrara.

La respuesta de Dios al problema del dolor incomprensible es la compasión. Es un Dios que parece decirnos: no te libro del dolor, pero sufro con vos. Dios no mira el sufrimiento humano "desde afuera" sino que asume nuestra condición, se hace cargo de lo que nos pasa hasta el punto de compartir nuestra humanidad en todo: incluido el dolor y la muerte. Qué lindo que en esta Cuaresma veamos que en las cosas cotidianas y pequeñas, en los vínculos y relaciones que vivimos, siempre tenemos la alternativa: ¡o pongo la responsabilidad de todo en el otro, o me hago cargo de lo que a mí me toca!

También el Evangelio de hoy encierra otra enseñanza. Es cierto que las catástrofes y tragedias son una dura prueba para nuestra fe. Este tipo de acontecimientos nos tiene que ayudar a analizar qué imagen de Dios tenemos los creyentes. El poder de Dios no es mágico como a nosotros nos gustaría que fuera. En el inconsciente de toda persona se esconde una peligrosa ilusión, que puede llevar a muchas distorsiones religiosas, pero también políticas y sociales. Es la ilusión de la omnipotencia, de que en algún lado exista un "super-papá" que se haga cargo de nosotros y nos libre de todo lo que no nos gusta. ¡Pero Dios no es así!

De las catástrofes que vimos estos días no se deduce que Dios no existe: lo que no existe es la omnipotencia humana. El hombre no lo sabe todo, no lo puede todo, vive en un mundo frágil, inseguro, y él mismo está herido por la debilidad. Regímenes totalitarios, dictaduras, líderes opresivos, teocracias fundamentalistas son el fruto de esta mortal fantasía, como si pensáramos que alguien fuerte con todo el poder sería capaz de garantizar las cosas que más anhelamos. ¡Un terrible engaño que ha llevado a muchísimos crímenes peores que el de los pobres galileos asesinados por Pilato!

Tal vez en estos casos, mejor que preguntar qué hace Dios, sería preguntarme qué puedo hacer yo, que soy su hijo, para que esta historia sea distinta.

P. Gerardo Galetto

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