Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

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Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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domingo, 14 de marzo de 2010

Homilía Dominical

4º Domingo de Cuaresma
Lecturas
Jo 5,9a.10-12
2 Co 5,17-21

Lc 15,1-3.11-32


Este tiempo penitencial nos invita a profundizar en la actitud de la conversión y el arrepentimiento, para celebrar mejor la vida nueva que brota de la Pascua. Al mismo tiempo, al comenzar la cuaresma Benedicto XVI nos invitaba a reflexionar sobre la justicia, tema fundamental en la vida humana y religiosa. A veces somos injustos porque no la practicamos, otras, porque tenemos una idea equivocada acerca de ella. Algo de eso encontramos en el relato proclamado, que nos habla de la relación -difícil, por cierto- entre justicia y misericordia. El texto destaca el protagonismo de tres personajes centrales: el hijo menor, el hermano mayor y el padre.

Quizá la figura más atractiva sea la del hijo menor. Al menos, a través de él Jesús muestra algunas actitudes que considera indispensables para ser discípulos suyos. El hijo pródigo nos resulta cercano, además, porque expresa la ambivalencia de la condición humana. Por una parte tiene cosas muy buenas: es decidido, está dispuesto a recorrer su propio camino, prefiere construir su propio proyecto de vida antes que quedarse disfrutando cómodamente de los bienes del padre. Es un joven capaz de asumir riesgos y no teme equivocarse. Como contracara, hay que decir que podría haber vivido todas estas capacidades suyas de otra manera. Parecería que no tiene la madurez suficiente para separarse serenamente de su padre, parece necesitar enfrentarlo, desafiarlo, para sentirse él mismo, como a veces hacemos nosotros con Dios. Su rebeldía representa un proyecto de libertad entendido como ausencia de límites, como autonomía absoluta. Lo cual es una ilusión de la que generalmente nos despierta la realidad: el chiquero, en el caso de este hijo pródigo, que acabó con menos derechos que los cerdos ("ansiaba comer las bellotas de los cerdos, pero nadie se las daba"). Su actitud muestra también el error de quienes creen que la justicia y el derecho consisten en luchar por "la parte que me corresponde" (este es el reclamo del hijo a su padre) cuando en realidad, para el creyente, la justicia de Dios está en que Él me libra de "lo que me corresponde" para darme sobreabundatemente lo que le corresponde a Él.

La otra figura significativa es la del hermano mayor. En este personaje, el Evangelio nos muestra actitudes que pueden ensombrecer mucho nuestra vida humana y espiritual. El hijo mayor representa el paradigma de la religiosidad vivida desde la ley ("nunca he desobedecido ninguno de tus mandatos"), lo cual no está mal, pero es insuficiente. Su actitud recuerda mucho a la del joven rico ("todo eso lo he cumplido") que sin embargo, ante la invitación de Jesús, se marcha entristecido (Mt 19,22). Aquí el hermano mayor, ante la invitación del padre, se enoja. ¡Qué pena cuando nuestras virtudes y méritos nos incapacitan para reconocer el cambio de los demás! El hermano mayor no se había dado cuenta de que su grandeza no estaba en las leyes que había obedecido, sino en su condición de hijo: "todo lo mío es tuyo", le dice el padre. El hermano mayor representa el paradigma religioso de la inflexibilidad, de la incapacidad para reconocer al otro como hermano y para reconocer el amor del padre que nos invita a su casa.

Sin dudas ése es el tema central de la parábola: la invitación a la alegría de Dios. Un Dios que es amor y vida, y quiere que vivamos en plenitud. La justicia de Dios no está en la letra del precepto sino en la vida de los hombres. Por eso es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano ha vuelto a la vida y vos también estás invitado a plenificar la tuya. Ése es el sentido más hondo de la conversión. Sea que nos hayamos equivocado mucho como el hijo menor, o poco como creía el hermano mayor, siempre necesitamos convertirnos y cambiar, para entrar en la casa del Padre. Un padre que no sólo nos espera, sino que sale a nuestro encuentro: buscó al hijo pródigo antes de que llegara, y al mayor cuando todavía estaba afuera, regresando del campo.

¿Dónde estoy yo? ¿Me dejo encontrar por un Dios que tiene la iniciativa? ¿Me encierro en lo que yo creo justo? ¿O me dispongo a reconocer como hermanos a quienes tienen o han tenido una historia diferente a la mía? ¿Soy testigo de la misericordia de Dios?

P. Gerardo Galetto

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