Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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domingo, 20 de junio de 2010

Homilía Dominical

12° Domingo del Tiempo Ordinario
Lecturas
Zac 10-11; 13, 1
Gal 3, 26-29
Lc 9, 18-24


Los tres Evangelios "sinópticos" (Mateo, Marcos y Lucas) relatan este episodio, lo cual habla de la importancia que el mismo tuvo para la fe de los primeros cristianos. Este suceso marca un antes y un después en la relación del Señor con los doce. Mediante un diálogo paciente, mediante preguntas muy pedagógicas, mediante esta conversación que acabamos de escuchar, Jesús quiere ayudar a sus discípulos a diferenciarse de las opiniones de la muchedumbre y a descubrir por sí mismos su propio misterio. Los quiere ir llevando a una decisión personal, a una fe madura, a un seguimiento sin condiciones. ¿Quién dice la gente que soy?... ¿Pero ustedes, quién dicen que soy Yo? Como si nos preguntara a nosotros mismos: ¿Quién soy para vos? ¿Qué lugar ocupo en tu vida? ¿Qué tengo que ver con tus proyectos, con tus decisiones...? ¿Soy el sentido de tu existencia?


Y la respuesta de Pedro da pie al Señor para explicar los destinos más profundos y significativos de la vida. "Vos sos el Mesías", dice Pedro, con lo cual estaba reconociendo su divinidad. Es como decir: "¡Vos sos el Hijo de Dios!" Pero es asombroso que el Mesías e Hijo de Dios se llame a sí mismo "Hijo del hombre", como si Jesús le dijera: "además de ser Dios, tengo tu misma humanidad, tu misma naturaleza, conozco lo que hay en tu corazón". "Hijo del hombre" es una expresión que recuerda que el Mesías comparte la misma historia de los hijos de Adán. ¡Es uno de los nuestros! Por eso puede enseñarnos todo lo que tiene que ver con nuestra humanidad, y por eso nos revela cuáles son los caminos que tenemos que recorrer para que nuestra vida no se dañe ni se pierda: el que quiera salvar su vida, la perderá. Es decir: si tu vida termina en tu propio yo, si tu criterio es el egoísmo absoluto, si no reconocés a los demás, entonces tu vida se desdibuja, se ensombrece, se devalúa, es decir, se pierde. Sólo quien carga su cruz y sigue al Señor, que es el camino, la verdad y la vida, encuentra plenitud y realización profunda.

La cruz es el signo del estilo de vida que Jesús eligió para sí y nos propone a nosotros. Toda la vida del Señor fue disponibilidad para los demás, es decir, entrega. Esto es lo que finalmente le causó la muerte, libremente aceptada. Pero la cruz no es el símbolo del dolor sino del amor. Es cierto que el sufrimiento es parte de la vida humana, y que a todos puede llegarnos en algún momento y de cualquier manera. ¡Qué hermoso es recordar entonces que el Señor -el Hijo del hombre- conoce los sufrimientos, tristezas y amarguras de todos los humanos! Así, el dolor tiene sentido por el amor redentor de nuestro Dios-Hombre. Pero también hay que recordar que para nosotros elegir la cruz no significa siempre elegir lo qué más nos cuesta o lo que más nos hace sufrir: elegir la cruz es elegir la entrega y el don de nosotros mismos antes que pretender "guardarnos" o "mezquinarnos" como si de esa manera pudiéramos "salvarnos". Sólo abriéndonos a los demás seremos humanamente "más", sólo así haremos honor a la cruz de Nuestro Señor.

Éste es el gran misterio de fe y amor que celebramos en cada Eucaristía: el Cuerpo entregado y la Sangre vertida del Señor, que se nos da y nos invita a participar junto con Él en este camino, que hace de toda nuestra vida humana, hasta en sus más ínfimos detalles, una posibilidad de ofrenda al Padre y servicio a los hermanos.

P. Gerardo Galetto

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