Domingo de Ramos
Lecturas
Is 50,4-7
Flp 2,6-11
Mt 26,14 - 27,66
Comenzamos la Semana Santa recordando la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Como los discípulos que acompañaban al Señor, hemos cantado cantos jubilosos llenos de entusiasmo, aclamándolo como el Rey prometido que nos trae la salvación, la victoria sobre el mal.
Pero al comenzar la Misa el tono de la celebración se ha vuelto serio, grave. Ya no escuchamos aclamaciones de júbilo sino los insultos y las burlas a los que es sometido el condenado a la muerte en la cruz. ¿Dónde han quedado todas las manifestaciones de alegría? ¿Acaso han sido una farsa, un teatro para ocultar una realidad que desilusiona? Pero si miramos el corazón del que camina hacia el Gólgota, vemos que todo ese entusiasmo que Él mismo experimentó en su entrada triunfal ha sido transformado en fuerza de amor para llevar a término su misión.
Las burlas que se reían de su debilidad no hacen sino poner de manifiesto, sin quererlo, la verdad más profunda. Ciertamente se ha salvado a sí mismo y a nosotros porque en la entrega de la vida está la salvación. Ha confiado en Dios y lo ha salvado, porque entrega de amor y resurrección van juntos. Y en su debilidad misma se hace patente el poder que da Vida y haciendo temblar la tierra hace salir a los muertos.
También nosotros que hoy hemos vivado al Señor con nuestros ramos estamos llamados a seguirlo por este camino. Tenemos que vivir nuestra fe con entusiasmo, abiertos al gozo que nos viene de la certeza en su presencia victoriosa junto a nosotros. Pero también habrá momentos en que el peso de la cruz se hará sentir sobre nuestras espaldas y en los que habrá que mostrar que el entusiasmo no era farsa, madurándolo en amor verdadero que es capaz de entregarse y confiar.
Estamos acostumbrados en nuestros días a alternar entre entusiasmos pasajeros y apatías generalizadas. Jesús nos llama hoy a seguirlo con un entusiasmo verdadero que sepa transformarse también en capacidad para sufrir con Él y vivir así la fidelidad al compromiso de entrega en la familia, en la comunidad eclesial, en el trabajo para convertir al mundo en más fraterno.
Seguramente vendrá la tentación de sucumbir ante las burlas o ante lo que dirán los demás. Pero ésa será la ocasión también de testimoniar en quién hemos puesto nuestra confianza.
¡Jesús, victorioso en la cruz, sálvanos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario