Mañana, 1° de Mayo, celebramos el Día del Trabajador. Se trata de una fiesta con raíces de justa reivindicación, que nace en un contexto de injusticias sociales. Este día se busca valorar y defender la persona y los derechos del trabajador. Hoy nos parece algo obvio, sin embargo en aquellos tiempos de industrialización de la segunda mitad del siglo XIX, el trabajo era considerado como parte de una ecuación productiva, descuidando la persona del trabajador y sus condiciones de vida.
La realidad del reclamo del 1° de Mayo de 1886 en Chicago, que dio origen a esta fecha, motivó en la Iglesia una gran Encíclica Social, conocida con el nombre de "Rerum Novarum", del Papa León XIII en el año 1891. En esta misma línea el Papa Juan Pablo II, que mañana será beatificado, escribió otra Encíclica, "Laborem Exercens", que significó un importante avance en la doctrina del trabajo y la dignidad del Trabajador. Estos dos hechos enriquecen la celebración de este 1° de Mayo de 2011.
A quienes hemos tenido la oportunidad de conocerlo personalmente y poder conversar en grupos pequeños de obispos con Juan Pablo II, nos queda el recuerdo de un hombre inteligente, decidido y bondadoso, que supo interpretar y orientar con su palabra los momentos difíciles de finales del siglo XX. Su enseñanza partía de una profunda mirada de fe, que se unía a una sólida formación y reflexión filosófica. Él nos diría que ambas realidades, la fe y la razón, fueron para él como "las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad". La fe no sacrifica a la razón, la necesita. Por otra parte, agregaría, una razón sin prejuicios es la que se abre a un conocimiento más pleno de la realidad. Creo que esta actitud que cultivó desde su juventud, en la que tuvo experiencia de trabajador y de estudiante universitario abierto al mundo del arte -recordemos que compuso algunas obras de teatro-, esta experiencia, decía, le dio a su vida y pensamiento la riqueza de una síntesis humana y espiritual de la que hemos sido testigos y hoy queremos agradecer. Siendo un hombre de sólida tradición y pertenencia a la Iglesia, alcanzó un nivel de reconocimiento universal.
Considero como un homenaje a los trabajadores recordar en este día algunos aspectos de aquella Encíclica con la que Juan Pablo se refería al trabajo. El camino de la Iglesia, decía, es el hombre en su desarrollo integral, es decir, tanto humano y social, como espiritual. Tenía la amplitud de una mirada basada en una antropología humanista. Puede haber, decía, un crecimiento económico en la sociedad, pero esto no significa un auténtico "desarrollo integral del hombre". Cuando trata el tema del trabajo como clave de la cuestión social, parte de que es el hombre quien lo realiza. Esta simple afirmación le permite ubicar al trabajo en toda su dignidad personal, como en su alcance político y social. Para fundamentar este sentido, Juan Pablo II lo aborda desde lo que llama la dimensión objetiva y subjetiva del mismo.
La primera se refiere a la obra hecha por el hombre y es cuantificable en términos productivos, la segunda en cambio, permanece en el hombre perfeccionándolo. Esto significa que el trabajo trasciende toda consideración meramente instrumental. No se trata sólo de un variable dentro de una ecuación de crecimiento económico, sino de un valor que hace al desarrollo integral del hombre. Estamos ante un tema complejo que pertenece tanto a la cultura como equidad de una comunidad. Aquí entra la función del Estado, encargado de políticas que aseguren la existencia del trabajo y su justa remuneración, como parte de la justicia y equilibrio de la sociedad. La tarea que le compete al Estado, concluye, es una: "coordinación justa y racional, en cuyo marco debe ser garantizada la iniciativa de las personas, de los grupos libres, de los centros y complejos locales de trabajo" (L.E. 18). La falta de trabajo, la desocupación, es por esto mismo, la mayor pobreza tanto material como espiritual del hombre.
He considerado el recuerdo de estas reflexiones de Juan Pablo II sobre el trabajo como el mejor homenaje a los trabajadores en su día. Al mismo tiempo su Beatificación en este día nos alegra, pero también nos debe alentar a estudiar y hacer realidad su rico magisterio en el campo social. Reciban de su Obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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