En el Domingo de Pascua la Iglesia celebra la fuente de su existencia y de su vida. Ella nace de la persona y misión de Jesucristo. No se trata del recuerdo de un hecho del pasado, sino de la actualización de un acontecimiento histórico que se realizó "una vez y para siempre". Éste es el significado de la Pascua.
La vida de Cristo es presencia actual para el hombre. No recordamos a un muerto ilustre que nos dejó una enseñanza, sino que nos encontramos con la presencia viva de Jesucristo. Esta verdad de la fe es la que celebramos de un modo especial en la Misa de cada domingo, donde nos reunimos para escuchar la Palabra de Dios y participar de la Resurrección de Jesucristo. No se trata, como vemos, de un recuerdo o reunión social, sino de actualizar y participar de la misma vida de Jesucristo. Esta convicción era tan fuerte en los primeros cristianos que decían: "no podemos vivir sin participar en la Misa del Domingo".
El hombre nuevo que nace de este encuentro pascual con Cristo está llamado a ser protagonista de un mundo nuevo. El triunfo de la Pascua no puede quedar encerrado en mi intimidad, sino que debe llegar a toda la creación. San Pablo decía: "Sabemos que la creación entera espera ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (cfr. Rom. 8, 19-23). Toda la vida del mundo, tanto en su naturaleza como en el hombre con sus relaciones humanas y sociales, está abierta y a la espera de este encuentro con Cristo que la libere y transforme, para dar a luz, así: "un nuevo cielo y una nuevo tierra" (Ap. 21, 1). La Pascua no es un hecho individual, sino que tiene proyecciones sociales y cósmicas. Esto nos habla de la responsabilidad del cristiano que no puede privatizar la riqueza de su fe, sino que debe vivirla, trasmitirla y comprometerse para que el mundo encuentre la verdad de esta Vida que le pertenece, porque Cristo ha venido a traerla para todos.
Como vemos, celebrar la Pascua es motivo de alegría y gratitud, pero también de compromiso ante el mundo de este obrar de Dios. ¡Qué triste el rostro de una Iglesia o de un cristiano que celebra el Misterio de la Pascua como una rutina litúrgica! Qué distinto es, en cambio, el rostro de una Iglesia y de un cristiano que viven en la liturgia ese "hoy" de Cristo, que desde su resurrección continúa comunicándonos su Vida como Alianza definitiva de Dios con el hombre. Anunciar que Cristo ha resucitado es el centro de nuestra fe y es motivo de esperanza para el hombre y toda la creación. Tan fuerte era para San Pablo esta verdad, que nos dice: "Si Cristo no ha resucitado es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes" (1 Cor. 15, 14).
Celebrar la Pascua es participar de la presencia de Jesucristo como principio de una Vida nueva que es, al mismo tiempo, semilla de un mundo nuevo. Esto es lo propio del tiempo de la Iglesia, predicar y testimoniar la realidad de esta verdad. Al concluir la consagración en la Santa Misa el sacerdote dice: "Este es el Misterio o el Sacramento de nuestra fe". Por ello la celebración de la Santa Misa, en la que se actualiza la Pascua de Cristo, es fuente y culmen de la vida cristiana. Reciban de su Obispo, junto a mis oraciones y bendición, los mejores deseos para vivir esta Pascua del Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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