Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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:: Homilías ::

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domingo, 1 de mayo de 2011

Homilía Dominical

Domingo II de Pascua

Lecturas

Hch 2, 42-47
I Pe 1, 3-9
Jn 20, 19-31



El primer Domingo, el mismo día de su resurrección, el Señor se hace presente a sus discípulos y los saluda: “la paz esté con ustedes”. Disipa el miedo que los mantenía encerrados y los llena de alegría. Al saludarlos, les muestra sus manos y su costado. De esas llagas, que ahora ya no duelen pero que siguen estando en su cuerpo glorioso, vienen la paz, la confianza y la alegría.

Esas manos, en las que el Padre ha puesto todo (Jn 13,3), clavadas en la cruz han demostrado ser más fuertes que el mal y la muerte. Por eso nadie puede arrebatar a sus ovejas de esas manos. También el costado sigue abierto como lugar del que fluye continuamente la Vida para nosotros y del cual nacemos al ser nuevo de hijos de Dios, familia de Dios, Iglesia, nueva Eva del costado del nuevo Adán.

Hubo uno, Tomás, que no estuvo presente y que se resistió a creer. Esto fue, según San Gregorio Magno, para curar las heridas de nuestra incredulidad. Para que a nosotros, por su testimonio, tampoco nos queden dudas de la resurrección del Señor. Y por eso se volvió a aparecer a los ocho días, en el segundo Domingo, estando Tomás ahora con los discípulos, para que pueda palpar sus llagas gloriosas.
¿No tiene que ser acaso para nosotros el encuentro del Domingo como discípulos de Jesús el lugar en el que, escuchando el testimonio de los apóstoles, lo reconozcamos resucitado entre nosotros en su Cuerpo sacramental, y vayamos dejando la incredulidad de lado para ser “hombres de fe” y llenarnos de paz y alegría? ¡Cuántas veces, quizá, vemos a la Misa desde el peso del cumplimiento y no desde nuestra necesidad de ser plenos y felices en la fe!

Pero hay más todavía. Junto con la paz viene el envío que nos quita el miedo y nos saca del encierro. El soplo del Espíritu que nos trae la paz y el perdón del Padre, crea en nosotros un corazón nuevo, semejante al suyo, misericordioso como el suyo. Y por eso enviado a llevar el perdón y a hacer presente a los demás al Dios rico en Misericordia.

¡Qué gracia para el mundo si saliéramos así de la Misa dominical! Alegres, no por ser superhombres llenos de méritos, sino humildes y confiados porque el amor de Dios ha vencido nuestro pecado. Y con el coraje de perdonar para ganar como hermanos incluso a aquellos que nos hacen sufrir.

Beato Juan Pablo II, discípulo fiel y apóstol de Jesús Misericordioso, ¡ruega por nosotros!

"Señor mío y Dios mío."

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