Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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domingo, 11 de septiembre de 2011

Homilía Dominical

Domingo XXIV del TO - Ciclo A

Lecturas

Si 27, 30-28,9
Rom 14, 7-9
Mt 18, 21-35


La primera enseñanza que nos deja el evangelio de hoy es que para ser hijos del Padre celestial, para no ser esclavos hay que perdonar de corazón a los hermanos. Pero, a la vez, que esta capacidad de perdonar nace de la experiencia de que se ha recibido un perdón mucho más grande, un regalo de misericordia infinito capaz de darnos un corazón nuevo, libre y generoso. Si a veces nos sentimos, o percibimos en los demás, una rigidez que nos hace mezquinos en el perdón es posiblemente porque esta experiencia no ha existido o no ha sido suficientemente profunda para cambiarnos.

La experiencia de perdón necesita sin duda del conocimiento de nuestro pecado. ¿Cómo sentirnos perdonados si creemos que no tenemos ni hemos tenido pecados? Si es así, puede que nos falte ese tiempo saludable en el que cada día nos ponemos delante de Jesús para ver si hemos dejado que Él ilumine nuestros pensamientos, sentimientos y decisiones que hemos tomado en la jornada.

Pero no se trata sólo de conocimiento intelectual. Es posible que sepamos que hay cosas que en nuestro día no estuvieron bien y sin embargo el corazón quede indiferente. Se necesita también sentir. ¿Qué cosa? ¿Angustia, desesperación, desagrado de nosotros mismos, fracaso? Ciertamente que no. Los antiguos hablaban del bautismo de lágrimas. Esa agua purificadora que expresa el dolor de conocer el propio egoísmo, junto a la paz y alegría que vienen de percibir la inmensa compasión de Dios que lo lleva a entregarse entero para remediarlo.

Es este tipo de experiencia la que crea en nosotros un corazón nuevo. Si hemos sentido algo de esto ya no podemos vivir igual. Nos sentimos arrastrados por la corriente de la gratuidad de Dios. Si hemos recibido gratis somos capaces de dar gratis. Si no hemos tenido que pagar nada por el perdón, tenemos fuerzas para perdonar sin cobrar, incluso cuando no haya respuesta del otro lado. Ya no somos esclavos sino hijos que se parecen a su Padre, libres y capaces de liberar, de desatar a los demás. El servidor al que el rey le perdonó una fortuna no se había dado cuenta de la compasión de la que había sido objeto.

Este darse cuenta, evidentemente, es una gracia grande que siempre hay que pedir. Y especialmente al recibir en la Eucaristía la Sangre derramada para el perdón de nuestros pecados.

¡Señor, crea en nosotros con tu perdón un corazón compasivo que sea semilla del mundo nuevo que quieres construir con nosotros!

P. Daniel Gazze

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