Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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domingo, 7 de febrero de 2010

Homilía Dominical

5º Domingo del Tiempo Ordinario
Lecturas
Is 6, 1-2a.3-8
I Co 15,1-11

Lc 5,1-11

Tal vez podamos entender mejor el Evangelio de hoy si miramos un poco nuestra historia y nuestra vida. Seguramene más de una vez nos habrá invadido esa perniciosa sensación de inutilidad, de fatiga o de frustración, que experimentamos cuando determinados proyectos no salen, o nuestros esfuerzos no producen los resultados que esperábamos, o nuestros objetivos no se cumplen. Muchas veces nos empeñamos con entusiasmo y pasión en propósitos que nos parecen nobles, y luchamos por ellos...y más de una vez el final es más pobre de lo que pretendíamos. Esto nos puede llevar a la tristeza, o lo que es peor, a la amargura y al resentimiento. O por el contrario, podemos experimentar que las situaciones límites y los fracasos suelen ser nuevas oportunidades, que nos recuerdan que nuestra vida siempre esconde posibilidades de creatividad y fecundidad.

Pienso que es esta la situación que describen las palabras de Simón, que traduce el estado de ánimo de todos sus compañeros: "hemos trabajado toda la noche, y no hemos sacado nada". Más allá de la coyuntura, lo que fracasa es un proyecto de vida: ¡eran pescadores! ¡Era lo único que sabían hacer!... ¡y no lo hicieron bien! Pero de repente "pasa algo" que cambia la historia: desde la fe ese "algo" siempre es "gracia", o mejor, es "Alguien", es el Señor que no nos abandona y no deja de dirigirnos su palabra, su invitación a intentarlo de nuevo, a empezar otra vez, a perseverar. "Navega mar adentro" es casi una provocación, un desafío, un reclamo de coraje y de audacia. "Mar adentro" significa: no te des por vencido, no pensés que si te fue mal, siempre será así y no hay otra alternativa. "Mar adentro" significa: no te quedés con lo conocido, dejá la orilla, animate a la profundidad.

Es sumamente significativo, porque -como sabemos- el mar en la Escritura tiene un simbolismo muy fuerte. El mar representa todas aquellas profundidades que escapan al control humano, todas aquellas fuerzas que el hombre no puede dominar. El mar es el símbolo de lo que asusta, lo que atemoriza, sea del propio inconsciente o del entorno en el que estamos. En definitiva, muchas veces el mar es símbolo del mal. Lo curioso es que Jesús no pide que huyamos, sino que naveguemos, como si nos dijera: "no te asustes, aunque sean aguas borrascosas, largate... Yo estoy con vos".

Creo que cada uno podrá aplicar a sí mismo y a su situación este pasaje para encontrar los "comienzos" que el Señor espera de nosotros, o los desánimos que tenemos que superar y "las orillas" de las que podemos despegarnos.

Y esto que vale para cada creyente, vale también para toda la comunidad, es decir, para toda la Iglesia. Cuántas veces al sentirnos Iglesia, experimentamos la misma sensación de insuficiencia. La paz en el mundo, la unidad de los cristianos, la justicia y la equidad global han movilizado a los mejores hombres de la Iglesia desde hace muchos años... y los resultados parecen muy pobres. También la distancia que a veces sentimos entre ciertos principios y valores y la realidad concreta en la que vivimos, o las dificultades (de afuera y de adentro) que amenzan con paralizarnos. O los elevados parámetros de santidad que se suponían en la institución, desmentidos por la fragilidad de quienes la integramos. Sin dudas, cada uno desde su lugar y desde su rol, más de una vez puede decir: "Maestro...no era lo que yo esperaba".

En esos momentos de incertidumbre y desolación, tal vez la palabra de Jesús resuene con más potencia si la dejamos actuar o la encontramos detrás de la cáscara de los acontecimientos. Los estancamientos eclesiales sólo se superan si nos animamos a la misión. Cada persona tiene una misión en esta tierra: dejar en el mundo su propia huella, hacer que la vida propia y la de los seres queridos sea más plena, transformar las situaciones en que se desarrolla nuestra vida... Y en la Iglesia todos tenemos la gran misión de anunciar a Jesucristo. Esto con alegría, con entusiasmo, con fervor. Por supuesto, con respeto y sin avasallar a nadie: ser misionero no significa querer convencer, sino querer compartir. Soy misionero no para que pienses como yo, sino para ofrecerte lo que a mí me abrió a un sentido nuevo de la existencia.

P. Gerardo Galetto

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