Nuestra Señora de Belén

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Secretaría Parroquial


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Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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domingo, 28 de febrero de 2010

Homilía Dominical

2º Domingo de Cuaresma
Lecturas
Gn 15, 5-12.17-18
Flp 3,17-4,1

Lc 9,28b-36


En el desarrollo de la cuaresma la liturgia nos presenta distintos episodios de la vida del Señor que nos ayudan a preparar el gran misterio de su Pascua, de su muerte y Resurrección. Hoy proclamamos su transfiguración: la humanidad de Jesús se llena de gloria, como anticipo de la vida eterna en la que todo hombre alcanza su plenitud más acabada.

Pienso que no se debe separar el acontecimiento de hoy del relato que escuchamos el domingo pasado: las tentaciones del demonio. Jesús enfrentaba la fuerza del mal, superaba la prueba, se sobreponía a las fuerzas autodestructivas que amenazan nuestra condición humana. La gloria del monte Tabor es como la consecuencia de la victoria en el desierto. También a nosotros seguramente nos pasa que los momentos de prueba nos hacen sentir -a veces- la sensación de soledad, abandono y de desolación; pero cuando superamos la dificultad experimentamos que estamos mejor que antes: más seguros, más serenos, con paz. Nuestro corazón también experimenta como un anticipo de la gloria, es decir: se transfigura. En el dinamismo de nuestra fe, esta "pedagogía" de Dios suele repetirse: cada victoria, cada triunfo sobre la tentación -cualquiera que esta sea- nos hace estar más en posesión de nosotros mismos, más conscientes de nuestro yo verdadero, más serenos, más libres.

Jesús también se transfigura para ayudar a los discípulos en su camino religioso. Sabía que iban a experimentar una dura contradicción en su fe cuando llegara su pasión y su muerte. ¡Qué enorme desilusión la de sus amigos! Lo habían dejado todo, lo habían seguido, habían creído, y habrían de verlo terminar en un fracaso tan rotundo y sangriento... Por eso la transfiguración pretende fortalecer su corazón para esa tentación que es la cruz, para que recordaran que ella no es el fin de la vida, sino una etapa para lo definitivo que es la gloria y la resurrección.

También la transfiguración nos hace meditar en la importancia que tiene el cuerpo humano en el cristianismo. El Señor mostró su gloria corporalmente, y la segunda lectura de hoy nos dice que el transfigurará nuestro pobre cuerpo mortal haciéndolo semejante al suyo. Al rezar el credo diremos "creo en la resurrección de la carne". A pesar de algunas malas interpretaciones, la fe cristiana considera a nuestra corporalidad como un signo del amor de Dios, que nos "diseñó" a su imagen y semejanza. En los dinamismos, leyes y pulsiones de nuestro cuerpo humano siempre hay algo de Dios, que nos habla, y nos llama a salir de nosotros mismos y a entrar en comunión con los demás. El cuerpo humano tiene inscripto esta lógica del don de sí y el encuentro con los demás.

Y la verdad es que, a pesar de las apariencias, la cultura de hoy nos "infiltra" con muchas actitudes más o menos conscientes de rechazo a lo corporal. Basta pensar en algunas patologías muy extendidas hoy sobre todo entre jóvenes y adolescentes, que fundamentalmente son autoagresivas. O las presiones y exigencias con que sobrecargamos a nuestro "pobre cuerpo mortal", sea por las situaciones laborales, sociales, o por tantas otras exigencias que asumimos sin discernir mucho y las damos como "naturales". Por otra parte, nuestro cuerpo lleva en sí el signo de la fragilidad, del paso del tiempo, de la finitud. Nuestro cuerpo se debilita, a veces enferma, es decir, nos recuerda que no somos omnipotentes. La obsesión cultural por mostrar cuerpos ficticiamente jóvenes, ¿no esconde un malestar más profundo? ¿No es una forma errónea de silenciar el hecho de la muerte, que no nos animamos a reconocer? No se trata, claro, de la actitud pesimista de quien sólo ve deterioro en el desarrollo de la experiencia humana, sino de la serenidad de quien no rehúsa enfrentar los interrogantes más hondos, que desafían a nuestra razón y también a nuestra fe.

Por último, viene bien recordar en este tiempo la "clásica" enseñanza del catecismo sobre las obras de miserirodia "corporales". El cuerpo nos recuerda el hambre de los que no tienen qué comer, el frío de los que no tienen con qué cubrirse, el sufrimiento de los desamparados, el dolor de los que llevan en su cuerpo las señales de la cruz del Señor. Asumir en serio la corporalidad haría de nuestro cristianismo no un espiritualismo del tipo "salva tu alma", sino una fe realmente decidida a transformar la historia.

P.Gerardo Galetto

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