Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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:: Homilías ::

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domingo, 9 de mayo de 2010

Homilía Dominical

6º Domingo de Pascua
Lecturas
Hch 15, 1-2. 22-29
Ap 21, 10-14. 21-23
Jn 14, 23-29


En este sexto domingo de Pascua rezamos la primera oración de la Misa agradeciendo "estos días de alegría en honor de Cristo Resucitado" y pedimos la gracia de "prolongar en nuestas vidas el misterio que celebramos". En efecto, la liturgia nos invita a hacer más presente en nosotros la realidad de la vida nueva de hijos de Dios, a expandir nuestra condición de resucitados. Esta petición tiene lugar en el contexto de inminencia de la partida de Jesús y su retorno a los cielos: "les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes". El Señor va preparando a los suyos para el momento en el que estará presente pero de otra manera.

Nosotros seguramente nos planteamos los mismos interrogantes que los discípulos: ¿por qué Señor te vas y sin embargo decís que seguís presente entre nosotros? ¿Qué tenemos que hacer para seguir en comunión con vos? ¿Cómo y dónde encontrarte? Es decir: ¿qué tenemos que hacer para "prolongar en nuestra vida" tu Resurrección? El Evangelio de hoy -igual que el de domingos anteriores- nos ayuda a encontrar una respuesta: "el que me ama será fiel a mi palabra...el Padre lo amará...iremos a él y habitaremos en él". Nos está diciendo que a través de su Palabra, el continúa habitando en nosotros.

Por eso mismo, es necesario que el cristiano conozca la Palabra que se contiene en la Sagrada Escritura. En ella encontramos lo que Dios ha querido revelarnos de sí mismo, así como también criterios para discernir su voluntad en los acontecimientos históricos que van sucediendo y en los que nosotros muchas veces tenemos que tomar parte. La Palabra nos mantiene en un diálogo vivo con el Señor que está resucitado y continúa hablándonos. El nuestro no es un Dios mudo y distante, sino que nos ha dejado su Palabra en lenguaje humano.

También es importante comprender que la Palabra no es sólo letra escrita, ni -menos aún- letra muerta. La Palabra de Dios exige no sólo lectores, sino oyentes. La Palabra vive cuando nos reunimos en el Nombre del Señor y la proclamamos juntos. La aclamación que hacemos después de las lecturas ("e alabamos Señor", "Gloria a Ti Señor Jesús") atestigua nuestra convicción de que el Señor Resucitado es el que se ha hecho presente en esa voz que escuchamos. Esta centralidad de la Palabra ("En el principio existía la Palabra", nos dice san Juan) configura un modelo religioso basado no tanto en el esfuerzo y el voluntarismo sino más bien en la docilidad, en la apertura y en la escucha, actitudes sin las cuales la religiosidad se endurece y se vuelve estéril.

Ayer celebramos a Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Argentina, y hoy los santafesinos honramos a Nuestra Señora de los Milagros, devoción muy vinculada a la ciudad, a la que acompañó desde su primera fundación. En realidad para los cristianos el culto a María es muy enriquecedor, porque veneramos en ella a un modelo de oyente de la Palabra. Por la fe, en ella la Palabra se hace vida, ¡hasta el punto que engendra al Hijo de Dios! También como ella, nosotros estamos llamados a "encarnar" la Palabra en nuestra existencia personal con todas sus circunstancias.

Por último, hemos comenzado junto con la Virgen a celebrar los doscientos años de nuestra Patria. El creyente tiene puesta su esperanza en la Jerusalén celestial, en el Reino de los Cielos, pero no puede desentenderse de la construcción de la sociedad terrena. Por otra parte, la Patria es un don, que nos enriquece con la pertenencia a una comunidad, a una tradición, a una determinada cultura que entre todos tenemos que acrecentar. También el compromiso cívico se tiene que iluminar con las convicciones religiosas, que lejos de encerrarnos y apartarnos de los demás hombres, nos tienen que ayudar a sentirnos más fraternos y más próximos a todos, porque en cada persona se encuentra una imagen de Dios. Un gran bien le haríamos a nuestra convivencia ciudadana si le aportáramos estos valores de la escucha y el diálogo, que impregnan nuestra relación con Dios y que también son fecundos para crear ciudadanía y conciencia cívica.

P. Gerardo Galetto

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