Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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domingo, 25 de julio de 2010

Homilía Dominical

17° Domingo del Tiempo Ordinario
Lecturas
Gn 18, 20-32
Col 2, 12-14
Lc 11, 1-13


El domingo pasado escuchamos el relato de Marta y María, en el que el Señor elogiaba la actitud de esta última, que escuchaba la Palabra, diferenciándose de la actividad frenética de su hermana. Priorizaba de esa manera -sin menospreciar la laboriosidad, que también es fruto del amor- la actitud espiritual que podría llamarse contemplación. Hoy parecería continuar con esa enseñanza, porque Jesús nos habla de la oración, indicándonos cuáles son las características fundamentales de la plegaria cristiana, qué cosas debe pedir el creyente, y cómo es el Dios al que se dirige. Ante todo, la oración es un acto eminentemente religioso, pero también humanamente muy rico, que ensancha y plenifica todo nuestro ser, dándole un valor agregado a nuestra vida.

La primera palabra que ha de pronunciar el creyente al rezar es "Padre", recordando que todo nuestro existir proviene de Dios, que nos engendró, y que nos espera como término de nuestra historia. Nuestra esperanza y deseo es terminar nuestro recorrido terreno en los brazos del Padre, viendo eternamente su Rostro, que es Amor. Pero la oración nos enseña que Dios no es sólo el punto de partida y de llegada de nuestra historia, sino que es Presencia que nos acompaña, en cada circunstancia y en todos los momentos y acontecimientos. No se puede separar la oración de lo que nos pasa, de lo que sucede, es decir , de la vida. La oración brota de la vida y la enriquece, dándole una intensidad màs profunda. Todo queda empapado por la oración: relaciones humanas, afectos, alegrías y tristezas, frustraciones y proyectos, es decir, toda nuestra humanidad entra en el diálogo con nuestro Padre, con el Dios que se interesa por todo lo que es humano. Por ello la petición que le dirigen los discípulos a Jesús: "enséñanos a orar", en el fondo significa "enséñanos a vivir". ¿Cómo tengo que vivir para que todo lo que hago me acerque más a Vos, que sos el sentido último de todo? La vida se transforma si rezo bien: tengo que disponerme a ser más ecuánime si pido por la justicia, tengo que hacer algo por los necesitados si pido solidaridad, tengo que ser menos agresivo si pido por la paz.

Además de la paternidad de Dios, la parábola que sigue después sugiere otra cualidad que tiene que ver con la oración, y que es la amistad. Jesús habla del amigo insistente para que entendamos por qué rezamos y cómo debemos hacerlo. La amistad es la que movió a Abraham a insistir ante Dios pidiendo por la ciudad de Sodoma, casi como abusándose de la infinita generosidad del Señor. Esa amistad es la que nos lleva pedir todo lo que realmente deseamos, permitiendo que surjan los anhelos más profundos de nuestro corazón, sin censurar nada, pero aceptando que Dios nos corrija y purifique si no pedimos bien. Ante Dios no hay secretos, de modo que le abrimos el corazón sin tapujos ni vergüenzas, dejándonos enseñar por Él.

La sociedad de hoy necesita de este valor, que también contribuye al bien común integral. Una comunidad donde hay gente que reza bien es una comunidad con más humanidad, con más calidad espiritual, con más equilibrio, con más sabiduría y humildad. La oración bien entendida ayuda a percibir que no todo depende del esfuerzo nuestro, necesario por cierto, pero insuficiente. El mundo moderno tiende al activismo, a la productividad, a sobrevalorar la capacidad del hombre. En un mundo así, la oración puede parecer superflua, innecesaria o bien convertirse en una especie de magia o superstición, como si lo que pido necesariamente tuviera que lograrse. ¡Porque estamos tan acostumbrados a hacer lo que queremos, pareciera que tenemos que obtener lo que pedimos! Y la oración nos recuerda que hay límites: el poder, el saber, el tener se vuelven insuficientes para alcanzar el sentido verdadero de nosotros mismos y de lo que hacemos. La oración nos recuerda que estamos en las manos de Otro, que es el que otorga la fuerza y la fecundidad a las nuestras.


P. Gerardo Galetto

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