Nuestra Señora de Belén

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sábado, 10 de julio de 2010

¿Quién es mi prójimo?


Este domingo leemos el Evangelio del "buen samaritano". Pocos textos expresan con tanta claridad el sentido y el alcance del amor, de modo especial para quienes tienen su fe puesta en Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo. El relato surge como una respuesta de Jesús a una pregunta que busca una definición más precisa sobre quién es mi prójimo. El que hace la pregunta es alguien que conoce lo que dice la Sagrada Escritura: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo" (Lc. 10, 25-26).

Es la figura del prójimo la que puede dejar una duda acerca del alcance del mandamiento del amor. Hay que tener presente que para Jesús no se puede separar el amor al prójimo del amor a Dios, que es su fundamento. San Juan lo interpreta diciendo: "El que dice amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama su hermano a quien ve?" (1 Jn. 4, 20).
Es cierto que tenemos una relación mayor hacia quienes están unidos por lazos familiares y de amistad como de pertenencia social, incluso religiosa, pero el Señor con su respuesta nos abre a una dimensión que amplía esta primera mirada, aunque no la niega, y que podríamos expresarla diciendo que para Jesucristo: "todo hombre es mi hermano". No se niega lo primero, es decir, esa relación familiar y cercana, pero el relato del buen samaritano nos abre un camino nuevo que nos ayuda a no encerrarnos, a no hacer una "ideología", incluso de lo que es bueno. La ideología nos aísla, nos encierra y quita horizontes. Jesucristo rompe este marco estrecho y predica una nueva relación basada en la dignidad de todo hombre como hijo de Dios.
A partir de esto podemos comprender que el prójimo es el que está cerca, el que está próximo a mí, pero independientemente de su condición familiar o social, política o religiosa. Lo que vale en el otro es su condición de persona, de hijo de Dios. El samaritano así lo entendió y, por ello, actuó evangélicamente. Otra enseñanza que nos deja este relato es que el samaritano no sólo vio al que estaba herido en el camino, al igual que lo vieron los otros que pasaron y siguieron de largo, sino que el vio y se conmovió. Estamos acostumbrados a ver, pero no siempre a conmovernos por lo que vemos e involucrarnos. El solo ver no alcanza, hay muchas personas que ven y que pueden, incluso, explicar muy bien la realidad del que sufre, pero si este conocimiento no lleva a conmover su corazón, es decir, a hacer propio el dolor del otro y a sentir la responsabilidad de dar una respuesta, creo que no hemos comprendido el sentido y el compromiso frente a mi prójimo, según la enseñanza del buen samaritano.
Queridos amigos, deseándoles un buen domingo en su familia y con sus amigos, reciban junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

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