Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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:: Homilías ::

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domingo, 10 de julio de 2011

Homilía Dominical

Domingo XV del TO - Ciclo A

Lecturas

Is 55, 10-11
Rom 8, 18-23
Mt 13, 1-23


La lectura de Isaías nos habla del poder de fecundidad que encierra la Palabra de Dios. El Evangelio precisa que esta fecundidad depende también del corazón que le ofrezcamos, que es el terreno en el que esta Palabra ha de ser sembrada. Un terreno fértil, un corazón que permite a la Palabra dar frutos, es un corazón que la comprende. Dios puede transformarnos, su Palabra es capaz de modelar nuestra vida, pero no quiere hacerlo considerándonos autómatas. Es necesaria nuestra comprensión, nuestro libre, pronunciado con la mente iluminada y la confianza puesta en su amor.

Comprender, nos dice Jesús en la parábola, es en primer lugar recibir la Palabra con alegría. Alegría que viene del haber captado algo de su belleza. Pero ese “algo” no es abstracto. Nos involucra, nos invita a dar un paso adelante en el seguimiento del Señor, a cambiar haciéndonos más parecidos a Él. Nos hace exclamar: ¡qué bueno, qué hermoso, es este hombre nuevo que querés hacer nacer en mí, Señor!

Si no estuviera esta alegría que nos entusiasma con cambiar, con convertirnos, la Palabra habría caído al borde del camino. O como decimos vulgarmente: “nos ha entrado por un oído y nos ha salido por el otro”, por más que nos haya resultado agradable al momento de escucharla.

Pero esta primera alegría, aunque esencial e importante, no basta para que la Palabra fructifique. Se necesita ser fiel a ella incluso cuando la alegría se nos quite, cuando llegue el momento de la persecución de esa Palabra, cuando nos parezca que no tiene sentido y haya que sufrir para mantenerla. Hay también que defenderla de preocupaciones y seducciones del mundo. Es decir, hay que cuidar que esta Palabra, que ha brillado para nosotros como un tesoro por el cual vale la pena vender todo, no pierda valor frente a las riquezas del mundo, que nos dividen el corazón y nos hacen olvidar la parte más importante. En resumen, para que haya frutos se requiere vigilancia y capacidad de sufrimiento. Examinar cada día si estamos luchando para que esa Palabra que aceptamos con alegría se realice en nuestra vida incluso cuando exija sacrificios y renuncias. Así se cumple lo que decía San Gregorio Magno: la Palabra crece con el que la lee, va desplegando sentidos que al principio del camino estaban ocultos a nuestros ojos.

El sembrador, que es Jesús mismo, siembra generosamente. Su Palabra llega a nosotros en muchas ocasiones y sobre todo cuando la escuchamos en la Misa de cada Domingo. El sabe que nuestro corazón, endurecido a menudo, puede transformarse en algún momento en terreno fértil y dar mucho fruto. Escuchémosla, entonces, con amor y pidamos poder sembrarla también nosotros con esperanza en el corazón de nuestros hermanos.


"Que nuestro corazón sea tierra fértil, Señor,
para que tu Palabra pueda dar muchos frutos."


P. Daniel Gazze

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