Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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domingo, 8 de noviembre de 2009

Homilía Dominical

32º Domingo del Tiempo Ordinario
Lecturas
1 Re 17, 10-16
Hb 9, 24-28

Mc 12, 38-44

A partir de hoy, y hasta casi llegada la Navidad, la Iglesia en su liturgia nos propone un tema fundamental para nuestra vida cristiana: la virtud de la esperanza. Seguramente porque ya se presiente el fin del año, sobre todo del año litúrgico, que culmina un poco antes que el calendario civil, y el tema del fin lleva a mirar al retorno definitivo del Señor, cuando Él vuelva a instaurar su Reino. Mientras tanto, la esperanza es una virtud activa, que no sólo aspira a lo que vendrá, sino que nos compromete con la construcción de la historia, haciendo operante el amor de Dios.


Hoy el Evangelio nos presenta dos actitudes contrarias a la esperanza, y nos advierte acerca de ellas. Son como síntomas muy claros de que quien padece estas inclinaciones en el fondo de su alma ha dejado de esperar, ha perdido -o debilitado tal vez- el sentido trascendente de su vida, y ya no ve el horizonte hacia el que debe dirigirse. El alma que se deja llevar por estas influencias "perdió la brújula" y está sometida al vaivén de los entornos.


La primera actitud contra la que nos previene Jesús es el deseo de figurar. El Señor observa la conducta de los que quieren el primer puesto, se preocupan en fingir y aparentar, y ponen más energía en mostrarse que en hacer el bien, y aprovecha para indicárselo a sus discípulos como un camino que lleva a la nada, al vacío. El deseo de gloria es muy natural en cada persona. Más, está inscrito en nuestra naturaleza porque para eso fuimos creados: para la gloria de Dios. Pero a veces preferimos cambiar este enorme valor por baratijas mundanas que no llenan el corazón. Preferimos espejitos de colores que relucen pero no con el brillo de las cosas auténticas. Tal vez nos venga bien esta advertencia del Señor, porque en la convivencia diaria, en las instituciones, y también en nuestra vida religiosa se puede dar esta situación, que nos enreda en ambiciones mezquinas y trifulcas que no valen la pena. Además, es cierto que nuestra cultura está edificada sobre estos pseudo valores de la imagen: todo tiene que ser "estético", "fashion", lo cual puede ser una manera de reeditar la tentación de los escribas y fariseos.


La segunda actitud que demuestra falta de esperanza es la ausencia de generosidad. Sólo puede ser desprendido un corazón que espera, que está libre de ataduras temporales. La esperanza hace que valoremos y utilicemos los bienes terrenales, sin dejarnos atrapar por ellos. La esperanza nos hace capaces de compartir con los más necesitados, trabajando para que todos tengan lo necesario para una vida digna. Ese es el sentido más profundo de la limosna, que Jesús elogia en el Evangelio de hoy. El acto de dar no es sólo para socorrer a una necesidad inmediata: también tiene un profundo sentido pedagógico. Nos educa, nos adiestra, nos recuerda que el sentido de nuestra existencia es el don de uno mismo. Cuando la viuda pobre del Evangelio dio las dos monedas de cobre, en realidad estaba entregando toda su persona, estaba confiando todo su proyecto de vida en la manos de Dios.


En el Antiguo Testamento hay un relato similar a este, que hoy escuchamos como primera lectura. La viuda de Sarepta, que tenía miedo de dar, porque sabía que no le alcanzaría para ella misma, pero que cuando comparte la harina descubre que alcanza y sobra. Es el milagro de la solidaridad: dando los bienes, alcanza para todos. Los recursos materiales se frustran cuando los acaparamos e impedimos la realización de su destino universal.

Podríamos entonces preguntarnos: ¿cuáles son mis pequeñas "monedas de cobre" que puedo ofrecer por los demás? Los textos escuchados nos invitan a confiar en la fuerza transformadora de actitudes que pueden parecer frágiles y pequeñas, pero que hechas con amor y lucidez pueden significar el comienzo de cambios profundos. Al mismo tiempo podría preguntarme: cada vez que doy, ¿estoy entregando mi vida o simplemente "saliendo del paso"? Cuando golpean a mi puerta para pedirme, cuando se me acercan en un semáforo, cuando me piden una moneda: ¿tengo que dar o no? La pobreza de hoy tiene causas muy profundas que no se solucionan simplemente con la dádiva. ¿Intento buscar soluciones creativas ante este escándalo? De acuerdo con mi vocación y estado, con mi rol en la sociedad y en la Iglesia, ¿busco aportar con inteligencia y perseverancia para la construcción de un orden más justo?


En definitiva, el gesto de la viuda recuerda el gesto de Jesús: Él es el que se entregó a sí mismo hasta el extremo, el que dió su vida para que la nuestra alcance toda la plenitud que está llamada a tener. Junto con Él, animémonos a hacer algo para que el Reino que esperamos, Reino de justicia, amor y paz se haga más presente en la historia.

P. Gerardo Galetto

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