Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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domingo, 29 de agosto de 2010

Homilía Domical

22º Domingo del Tiempo Ordinario
Lecturas

Eclo 3, 17-18. 20.28-29
Hb 12, 18-19.22-24a
Lc 14, 1.7-14


Lo primero que llama la atención en este Evangelio es una característica del Señor que se repite en muchos episodios. Hay una especie de despreocupación por parte de Jesús acerca de las consecuencias que pueden provocar sus palabras, como si se desentendiera del efecto que produce lo que dice. Casi como si no midiera la reacción que puede desencadenar. Este aspecto de su modo de ser lo convierte en alguien atractivo, que se destaca sobre su entorno, que se mueve con libertad. Escuchamos que el suceso ocurre en casa de uno de los principales fariseos, que hay gente importante, que todos buscan los primeros lugares... ¡Y a Jesús no se le ocurre otra cosa que decir esta parábola! Es de suponer que el mensaje habrá dejado por lo menos incómodos a sus interlocutores. Esta forma de conducirse es propia de quien tiene claro su rumbo en la vida, y su "centro" no está puesto en cosas externas, sino en la propia interioridad. San Lucas relata que cuando Jesús entró ellos lo observaban atentamente. Parecería describir así el clima de tensión que se fue creando en torno a este Maestro que se presentaba con tanta soltura y espontaneidad en su conducta, y que hablaba de una manera nueva. Sin embargo, a pesar de la mirada prejuiciosa de sus anfitriones, Jesús no pierde su capacidad de decir lo que piensa. Su sinceridad, su frontalidad, su franqueza nos anima a no dejarnos enredar por el respeto humano, por no aflojar ante el "qué dirán", a no hacer depender nuestra conducta de la aprobación o desaprobación ajena.

La segunda lección que nos deja este episodio es la humildad. Jesús enseña que esta virtud no es apocamiento o empequeñecimiento de carácter, ni mucho menos fingir que no valoramos las cosas buenas que tenemos o a las que legítimamente aspiramos. Teresa de Jesús decía que la humildad es andar en verdad. Más que menospreciarse la humildad es aceptarse en la verdad de lo que somos. Con la imagen del banquete Jesús nos habla de la vida, o al menos de lo que Dios espera que ella sea para sus hijos: el banquete es símbolo de alegría, de compartir e intercambiar opiniones, de felicidad. Y eso es lo que Dios quiere que sea nuestra vida. No buscar el primer lugar en el banquete significa que el puesto que nos corresponde en la vida lo determina Otro: es Dios el que marca el lugar que tenemos que ocupar. Y ese lugar, por supuesto, no hay que dejarlo vacante. La soberbia está en pensar de modo autosuficiente, como si fuéramos nosotros los que nos asignamos el "puesto" que creemos importante, como si el sentido de nuestra vida fuera una construcción del propio yo. La gloria corresponde al que se humilla, es decir, al que reconoce cuál es el camino que Dios le señala y lo recorre.

La tercera enseñanza tiene que ver con otra característica del Evangelio. De paso, recordemos que el Evangelio, la Buena Noticia, no es tanto la doctrina sino sobre todo la persona de Jesús. Y una característica de Jesús es la gratuidad, el actuar sin segundas intenciones. No invites -nos dice- pensando en que te van a devolver: invita a quienes no pueden retribuirte. Lo aque se propone en esta recomendación no es sólo un cambio de conducta sino un cambio de mentalidad. Superar el modo estrecho de pensar propio de quien todo lo calcula en pos de beneficios y compensaciones. Es la mentalidad del "toma y daca" a la que nos acostumbra la sociedad de hoy. Cuando nos señala que los destinatarios preferenciales de nuestro obrar tienen que ser los pobres, los lisiados, los paralíticos, los ciegos, es decir, los desamparados, los marginales en todo sentido, nos está recordando la promesa que Él hizo de considerar hecho a sí mismo hasta el más insignificante gesto de amor gratuito. ¡Ni un vaso de agua quedará sin recompensa, si se ofrece con amor! Confiados en esta promesa sabemos que detrás de cada prójimo está Él en persona: el rostro del hermano es el rostro de Jesús, y esa es nuestra retribución.

Pidamos, entonces, la gracia de vivir la gratuidad, la humildad, y la libertad de Jesús.

P. Gerardo Galetto





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