Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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:: Homilías ::

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domingo, 1 de agosto de 2010

Homilía Dominical

18° Domingo del Tiempo Ordinario
Lecturas
Ecl 1, 2; 2, 21-23
Col 3, 1-5. 9-11
Lc 12, 13-21

El Evangelio proclamado así como las lecturas que lo precedieron nos invitan a tener una mirada diferente sobre nuestra vida. Diferente con respecto a lo que normalmente se nos suele presentar como criterio de felicidad y realización personal. Esta diferencia tiene que ver con la gran novedad que el cristianismo aportó a la historia, y que es el enorme valor que tiene la vida humana y la realidad terrena en el mensaje de Jesús. Efectivamente, en la prédica del Señor uno advierte que se nos invita a valorar todo lo que acontece a nuestro alrededor y en nosotros mismos, y a descubrir el carácter sagrado de nuestra vida y la de nuestro prójimo, porque es un don de Dios, y porque es anticipo de una plenitud mayor, infinita, que es la eternidad. Esto lo percibiríamos con más claridad si escucháramos no sólo al Evangelio, sino también a nosotros mismos: a lo que nos dicta la propia conciencia y lo que indican nuestros deseos.

El deseo es el motor de todas nuestras acciones, incluso religiosas. A veces se nos ha inculcado cierta desconfianza hacia el deseo, como si fuera malo o pecaminoso de por sí. A veces nos asustamos de nuestros deseos, pero la fe nos revela que en cada deseo hay algo del Dios que nos llama. El ser humano nunca deja de desear el bien, la belleza, la bondad, la felicidad. Y cuando lo consigue, no se queda satisfecho: quiere más. Y esto es así porque fuimos hechos para más. Esta insatisfacción que experimentamos nos recuerda que las cosas terrenas, valiosas, hermosas, necesarias, son, sin embargo, insuficientes. No alcanzan, no pueden dar lo que sólo podemos recibir por la promesa de nuestro Dios. Por ello el Eclesiastés nos dice que todo es vanidad. Cosas tan virtuosas como la sabiduría, la ciencia, el esfuerzo y la eficacia son incapaces de llenar el corazón humano: seguimos deseando más. En la segunda lectura Pablo nos advierte sobre algunos deseos, impropios del hombre nuevo que somos desde el bautismo: la lujuria, la impureza, la pasión desordenada. No porque sean malos, sino porque son deseos desviados, que se dirigen hacia un objeto que no puede darnos lo que pretendemos, y que por ello nos extravían. Y sobre todo nos advierte sobre una desviación que nos puede volver muy injustos e insensatos: la avaricia, que es una idolatría. Este es el núcleo de la parábola que escuchamos en el Evangelio.


Jesús en este fragmento nos muestra la hablidad que tiene para evitar conflictos inútiles. Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes? Como si dijera: "amigo, éste no es mi problema". Y tampoco debería ser el tuyo si miraras desde otra perspectiva. La avaricia, el deseo de amontonar, no es sólo una actitud ante los bienes materiales: es una actitud ante la vida. Y esto es lo que denuncia Jesús. Es tonto vivir amontonando, porque hay cosas que no se pueden guardar. El que quiera guardar su vida, la perderá. No se puede amontonar vida: hay que gastarla, hay que vivirla, hay que entregarla. La avaricia esconde la ilusión de la autosuficiencia, de pensar que no dependemos de nadie, de creer que lo podemos todo solos, de imaginar que todo se compra... Cuando Jesús predica contra la riqueza (es más facil que un camello pase por el ojo de una aguja antes que un rico entre en el Reino) no lo hace porque esté en contra del dinero, y ni siquiera de los ricos. No hay en las palabras de Jesús ningún signo de resentimiento contra aquellos a quienes les va bien en la vida. Lo hace para advertir que las cosas que realmente dan sentido a la existencia están en otro lado, que hay otros valores, que la realización y felicidad personal no están allí: En medio de la abundancia, la vida del hombre no está asegurada.

Para terminar, además de las consecuencias filosóficas, espirituales y religiosas del texto, es más que evidente su significado social. No hace falta ser un genio en economía para descubrir que el modelo de acumulación fracasa, y es incapaz de proporcionar bienestar y desarrollo a los pueblos. Es mentira que luego de la etapa de "acumulación" sigue el "derrame" de bienes para todos. Los argentinos lo conocimos algunos años atrás, y hoy lo están experimentando los países del llamado "primer mundo". Un sistema basado sólo en la acumulación termina derrumbándose por sí mismo. La experiencia lo demuestra y Jesús lo vio primero.

P. Gerardo Galetto

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