Nuestra Señora de Belén

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Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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viernes, 11 de diciembre de 2009

El Adviento de María (III)


El Adviento de la Virgen María está marcado por las tres grandes virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad.


La Fe de María


La Fe es la virtud por la cual creemos firmemente en las verdades que Dios ha revelado. "La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la certeza de las realidades que no se ven" (Heb. 11,1).

La fe es una virtud infusa, o sea, dada por Dios directamente en el alma. Pero hay que alimentarla y hacerla madurar a través de nuestros actos de obediencia y confianza. Creer nunca ha sido fácil, ya que siempre implica una renuncia a las medidas propias para aceptar la medida de Dios, que es infinitamente superior a las nuestras.

La Virgen Santísima, tuvo una fe ejemplar. No ha existido criatura alguna que se pueda comparar a la fe de Nuestra Madre, ya que su vida requirió de su corazón una fe heroica capaz de poder responder en plenitud al misterio al cual se la llamó y en el cual siempre viviría.

Según el Evangelista San Lucas, la Virgen María se mueve exclusivamente en el ámbito de la fe.

La fe de María en la Anunciación

Desde el saludo del Ángel: "Ave, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc.1,18), Dios requiere de María su fe, pues el ángel le presentaba toda una identidad de la que ella no estaba consciente. Es por eso que leemos que María se turbó ante aquellas palabras. La razón es porque el ángel la invita a darse cuenta de lo privilegiada que había sido por Dios y de lo sublime que era la elección de Dios hacia ella. Sólo la fe le permite aceptarse por lo que el ángel le dice que ella es en el plan de Dios: "la llena de gracia". La fe de María la lleva a aceptar con humildad el misterio de su propio ser, ya que ella es situada en un lugar singular para una criatura humana.

Fe para creer que su Hijo, sería llamado "Hijo del Altísimo", "el Dios hecho hombre", "la Palabra encarnada".

La pregunta de María: "¿y cómo será ésto, pues no conozco varón?" no es una duda, o falta de fe, sino como muchos padres de la Iglesia concuerdan en decir, María aparentemente había hecho un voto de virginidad y aunque estaba desposada con José de hecho no intentaba romper su voto. Y es por eso la pregunta, pues ella debía oír de Dios cómo se daría esta concepción siendo ella virgen, ya que humanamente su maternidad era imposible. Pero es precisamente este camino de la imposibilidad el que Dios elige para demostrar que en realidad para Dios todo es posible.

La fe se convierte para María en la única medida para abrazar no sólo su propio misterio, sino el de su mismo hijo: un puro don que Dios le ha dado no para su gozo o su exaltación, sino para el bien de todos.

Las palabras con que la Virgen María da su asentimiento: "Hágase en mi según tu palabra", nos revelan la consciente aceptación de su función, ante el desafío de una realidad y de un conjunto de acontecimientos que están mas allá de la medida de la inteligencia, y los pensamientos humanos. Y esta respuesta sólo la pudo dar un corazón lleno de fe.

"He aquí la esclava del Señor"... Ésta es una profunda confesión de humildad y obediencia, pero sobre todo de confianza total en la palabra de Dios que, precisamente porque no encontró el más mínimo obstáculo o una sombra de vacilación en el corazón de María, se convertirá de manera absoluta en palabra creadora: "la Palabra se hizo carne". Ella creía tanto en la Palabra de Dios, que esta Palabra se hizo carne en su seno virginal. Si tuvieran fe como grano de mostaza, nos dijo el Señor, dirían a las montañas muévete y se moverían. Qué clase de fe la de María Santísima que alcanzó ese inexplicable milagro: una concepción virginal....

San Agustín

"Ella concibió primero en su corazón (por la fe) y después en su vientre".

María escucha plenamente, acoge y medita dentro de su corazón, para dar fruto. Esta palabra, que requiere fe, disponibilidad, humildad, prontitud, es aceptada tal como se deben acoger las cosas de Dios. En María debemos reconocer las palabras de Jesús: "Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen" (Luc. 11,27) Por lo tanto, la maternidad de María no es solo ni principalmente un proceso biológico. Es ante todo el fruto de la adhesión amorosa y atenta a la palabra de Dios.

Cuando María dijo: "Hágase en mi según su Palabra", dio su consentimiento no solo a recibir al Niño, sino un sí a todo lo que conllevaba el ser la Madre del Salvador. Este consentimiento de María pone de relieve la calidad excepcional de su acto de fe. Fe: es ante todo conversión, o sea, entrar en el horizonte de Dios, en la mente de Dios, en los pensamientos de Dios y de sus obras.

En el Cántico del Magníficat

Isabel dice a la Virgen María: "Bienaventurada por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor" (Lc. 2:45), e inmediatamente después María responde a ese reconocimiento de su fe, con el cántico del Magníficat, que considero es un canto de fe profunda, que fluye de un corazón auténticamente humilde. Pues la fe solo nace en un corazón humilde y sencillo.

"Miró con bondad la humillación de su sierva" -Solo reconociéndose nada es que puede apreciar y a la vez necesitar fe para creer en las maravillas que Dios había hecho y haría con ella.

"En adelante me felicitaran todas las generaciones" -Fe de que la vida plena en Dios da frutos abundantes.

"El poderoso ha hecho grandes cosas en mi" -Fe de que Dios interviene en la vida de sus hijos.

"Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que le temen". Y empieza a describir lo que por fe sabe que Dios hará con su pueblo.

En el nacimiento de Jesús

Todos los demás acontecimientos de la vida de María Santísima pueden comprenderse tan sólo a la luz de la fe, que le hace palpar el sentido de las cosas y el signo de la presencia de Dios incluso en donde, humanamente, podía parecer que no había ningún sentido o que Dios se había ocultado de alguna manera.

Pensemos en la extrema pobreza....¿no era también una prueba para la fe de María, a quien el ángel había anunciado el nacimiento del Mesías, un Mesías Rey tan pobre que ni siquiera tenía casa propia y que recibía tan solo el homenaje de unos humildes pastores? ¿En qué consistía entonces ese reino que había mencionado el ángel? ¿No se habría engañado ella al interpretar esas palabras?

Las apariencias parecerían desmentir su fe; pero es por eso que "María guardaba todas las cosas en su corazón", porque quería a través de la fe descubrir la profundidad de las cosas y llegar incluso a creer con más intensidad. Este guardar todas las cosas en su corazón, era una búsqueda honesta del sentido de los acontecimientos que ella se empeña en explorar porque esta segura de que Dios no puede haberla engañado ni puede dejarla desamparada.

María, peregrina en la fe según el Vaticano II

En el documento conciliar LUMEN GENTIUM, capítulo VII, la Iglesia nos habla acerca de la fe de María Santísima.

1) Itinerario de Fe: Siguiendo a María a través de las diversas etapas de su itinerario terreno, se pone de manifiesto su constante y radical confianza en Dios.

-A pesar de que esto es fruto de la gracia, es al mismo tiempo obra de la colaboración propia de María con el plan de Dios. Los padres de la Iglesia nos enseñan que María no fue un instrumento pasivo en manos de Dios, sino que cooperó en la obra salvación del hombre con fe y obediencia libres.

San Ireneo: "creyendo y obedeciendo se hizo causa de salvación para si misma y para todo el genero humano".

"Lo atado por la incredulidad de Eva lo desató María mediante su fe. El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María" (Lumen Gentium # 56)

-"Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin un designio divino, se mantuvo en pie, sufriendo profundamente con su unigénito y asociándose con entrañas maternales a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (Lumen Gentium # 58)

2) La fe de María es modelo para la Iglesia: pues igual que María, la Iglesia tiene su propio itinerario, y es la fe la que guiara a la Iglesia por todos los instantes de su vida. ¿No fue acaso la fe de María la que pidió a su Hijo el milagro en Caná, a través del cual, los discípulos creyeron?

La fe de María fue la más perfecta: las verdades sublimes le fueron presentadas y ella las aceptó con prontitud y con constancia. Ella fue llamada a tener una fe difícil. Pues si es verdad que Dios hizo en ella "cosas grandes" (Lc. 1,49), no debemos olvidar que esto requirió que ella estuviera a la altura de esa dura tarea que se le fue confiada. Y la dificultad de su fe se refiere tanto a su maternidad divina y virginal, como a la capacidad de vivir y convivir permanentemente con el misterio de la persona de su Hijo y su plan de redención.

María creyó:

-Con prontitud: No dudo ni un instante. "hágase en mi según su voluntad".

-Con constancia: en las tantas pruebas y tribulaciones de su vida, su fe fue siempre fuerte y generosa. Como una roca en el medio del mar que las tormentas no pueden mover.

La esperanza de María:

"Bienaventurado el que espera en Yahveh" (Sal 33,9).

"Bienaventurado aquel cuya esperanza es Yahveh, su Dios" (Sal 146,5).

La esperanza es una virtud teologal nacida de la fe; la espera es una actitud vital nacida de la esperanza y del amor. "Esperar en"... es tener esperanza; "esperar o aguardar a".. es anhelar al que es objeto de nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.

Por esto es que nadie espera si no cree: "Aguardando la bienaventurada esperanza" (Tito 2,13)

La esperanza se funda en un atributo de Dios; su bondad y su fidelidad a las promesas; la espera se refiere a un encuentro personal con el amado.

María esperó, en primer lugar, que, con la gracia de Dios, podía ser esposa virgen. Estaba ya desposada con San José y se mantenía firme en su propósito de no conocer varón. El Espíritu Santo, que la iluminó para mostrarle el camino de la vida consagrada a Dios, la fortaleció para confiar que pudrían unirse en su vida el ser verdadera esposa y el mantenerse siempre virgen. Y no fue defraudada en su esperanza: el mismo espíritu que a ella la guía por el camino de pureza inmaculada sembró en el corazón de San José, el varón justo, un amor tan casto que hizo posible un matrimonio virginal.

Cuando el ángel le revela los designios de Dios acerca de su maternidad por obra del ES, y no efecto de unión con ningún varón, María espera también, contra toda esperanza natural, que sin intervención humana se depositase en su seno la semilla de la vida, la encarnación del Verbo.

María advierte la angustia y la duda de su esposo San José al conocer de su embarazo. Ella pudo sencillamente manifestar a José el misterio que a Ella se le había revelado, con lo cual sus angustias hubieran desaparecido; pero ella prefería esperar en el plan perfecto de Dios y repetir como en el salmo 74: "Alzate, Oh Dios, y defiende tu causa". Por eso María callaba, oraba y esperaba en Dios. Y por su espera, un ángel se le aparece en sueños a José y le revela que María concibió por obra del ES y que el fruto de sus entrañas virginales seria el Salvador del mundo, el Emmanuel, el Mesías.

La Esperanza de María en Dios

Ya antes de que el arcángel la visitara en Nazaret, María esperaba como fiel israelita, con fe mesiánica, la venida del Redentor. Si las Escrituras nos dicen que Simeón "esperaba la consolación de Israel" y que José de Arimatea "esperaba el reino de Dios", podemos imaginarnos cómo María -¡la inmaculada!- esperaba tan ardientemente al Mesías. Lo esperaba con tanta fuerza y anhelo que mereció ser la escogida para tenerle en su seno, siendo así la más "bendita entre las mujeres".

Desde el momento que María dio su consentimiento al anuncio del ángel, ella espera ver con sus propios ojos la plenitud de la promesa hecha por el ángel. Lleva en su corazón la expectación de tener a Dios hecho hombre en sus entrañas, su hijo ya presente dentro de ella. Es éste precisamente el misterio del Adviento: esperar con alegría y añoranza la revelación del hijo de Dios. Es María quien inicia el Adviento, y es de ella de quien la Iglesia aprende a esperar, a permanecer en ese estado de expectación. La Iglesia aprende de María Santísima a vivir el adviento.

A partir de aquel momento de la anunciación empezó en María una nueva espera. Ya estaba llena de Dios por dentro; pero quería estarlo también por fuera. Ya tenía al Verbo encarnado en su seno, pero quería tenerlo también en sus brazos y en su regazo. Ya le notaba en sus entrañas, pero ansiaba verlo con sus ojos, oírlo con sus oídos, besarlo con sus labios, abrazarlo con sus brazos.

Por eso María lo esperaba con tan firme esperanza. Y a medida que se acercaba el día y la hora, aumentaba en María, el ansia y el deseo de la llegada del Mesías. Ni los más arrebatadores anhelos de los místicos, cuando en su noche oscura esperan que el Señor se les revele, se puede comparar al anhelo de la espera de María en la noche de Belén.

Con un ardor inmensamente mas encendido, con una esperanza sin comparación más firme, con un anhelo infinitamente más vehemente, con un ansia indeciblemente más sosegada, esperó María la hora del alumbramiento.

"Los fieles, considerando el amor inefable con que la Virgen madre esperó a su Hijo, están invitados a tomarla como modelo y a prepararse a salir al encuentro del Salvador que viene, velando en oración y cantando su alabanza." (Misal Romano, Prefacio de Adviento)

El Amor de María

Pero la espera de María no era egoísta, no se basaba en la expectación simplemente de su hijo, sino del Mesías, el Salvador del mundo, quien venía por amor a los hombres a salvarlos. Es por esto que desde el principio hasta el final, María tendrá siempre una disposición interior de caridad y pobreza: nunca poseyendo al hijo sino entregándolo. Por lo tanto, en su espera por el hijo que nacerá, ella está consciente de que vendrá para el mundo y no para que ella lo posea. Es por eso que vemos en las Escrituras que María, lo coloca en el pesebre y lo acuesta, en vez de estrecharlo para sí.

La espera de María, el adviento de María, es también una preparación al sufrimiento, una preparación para el rechazo, el establo, la pobreza, el martirio de los niños, la huida a Egipto sin saber cuando regresarían, para la pérdida de Jesús en el templo hasta encontrarlo, para la separación a la hora de entrar en su vida pública, para recorrer al lado de su hijo el camino de la cruz, para esperar la Resurrección, para separarse de Él en su Ascensión y esperar por el momento en que se reunieran en el cielo.

Toda esta esperanza de María la prepara para oír a Simeón, quien le anunció que, por su unión a la misión redentora de Cristo, ella participaría de sus persecuciones, hasta el punto de que "una espada traspasaría su alma" (Lc. 2,35). Ella no se atemorizó ante esta profecía, puso en Dios su esperanza y, cuando llegaron las horas sombrías de Egipto, de Jerusalén y del Calvario, sostenida por la gracia del Señor, vio siempre que era verdad que Dios no desampara a los que esperan en Él.

Y esta fe y esperanza de María que fluyen tan abundantemente de su caridad, la preparan para la gran noche del alumbramiento, la noche de Navidad, cuando el hijo de Dios y de María, nace en un establo de Belén en medio de vicisitudes, negaciones, rechazo, pobreza. Su espera, su fe, su caridad, la hacen descubrir en esa noche fría y entre animales, la gran noche de la gloria de Dios, donde el Mesías nace para traer a los hombres la salvación.


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