Nuestra Señora de Belén

Horarios de Misa

Jueves: 19.30hs.
Sábados: 20 hs.
Domingos: 10 hs. Misa para niños, y 20 hs.

Confesiones: después de Misa.

Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


Jueves: 18.30 a 20 hs.
Sábados: 18.30a 20 hs.
Domingos: 11 a 12 hs.


CARITAS

Martes de 14 a 18 hs.



Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



A todos los que ingresen a esta página:


*** BIENVENIDOS ***

_______________________________________________________

:: Homilías ::

(Clickear sobre la Biblia para leer las lecturas)


_____________________________________________

domingo, 20 de diciembre de 2009

Homilía Dominical

4º Domingo de Adviento
Lecturas

Miq 5, 1-4a

Hb 10, 5-10
Lc 1,39-45



Hoy celebramos el último domingo del adviento, y ante la proximidad de la Navidad, la liturgia nos invita a contemplar el misterio de la encarnación. Gran misterio del amor de Dios, que se hace hombre, como cada uno de nosotros. Y las lecturas, así como las oraciones de la misa, intentan relacionar este dogma del Dios hecho carne con la redención, que es la tarea para la cual Cristo vino a este mundo.

En todas las épocas de la humanidad y en el interior de toda persona late, más o menos concientemente, la necesidad de ser redimidos. El hombre se siente a veces insatisfecho de sí mismo, o incapaz de alcanzar sus anhelos más hondos, o tal vez atrapado por la rutina y la falta de sentido existencial. A veces es la angustia, otras la sensación de vacío, tal vez la culpa, lo que parece indicarnos que sólos no podemos. Surge como del fondo del corazón el deseo de que alguien se haga cargo de nosotros y nos resuelva todo aquello que no está en nuestras manos. Claro que en este deseo -más o menos consciente- hay mucho de proyecciones sicológicas, o ilusiones infantiles no superadas, pero desde el punto de vista de la fe hay algo más profundo. Esto es precisamente la necesidad de redención: el ser humano es incapaz de salvarse a sí mismo de las limitaciones que inevitablemente encuentra.

En general, en todas las etapas de la historia se ha intentado responder a esta necesidad de rescate, y muchas veces se lo ha hecho de manera sangrienta. Todas las religiones y culturas tienen algún mito similar al "chivo expiatorio": alguien sobre quien se "cargan" todos los males de la sociedad y a quien se expulsa de la comunidad o se lo mata, intentando así destruir todo aquello que lastima e interfiere con el bienestar de las personas. El Antiguo Testamento es un testimonio de estas prácticas, que intentaban "aplacar" a Dios sacrificando animales, lo cual fue un gran adelanto, porque se prohibían los sacrificios humanos.

Pero la religiosidad que Jesús vino a ofrecernos es distinta. La segunda lectura de hoy nos trae la frase de Cristo, que al entrar a este mundo le dice a Dios: "Tú no quieres sacrificios ni holocaustos: por eso me has dado un cuerpo". Y agrega: "Por eso aquí estoy, para hacer tu voluntad". Lo que salva no es la sangre ni la muerte, sino la disponibilidad ("aquí estoy") y la obediencia ("para hacer tu voluntad"). Estas son las actitudes fundamentales de nuestra fe, que encontramos ejemplificadas en la figura de María. El Evangelio de hoy nos relata que fue a visitar a su prima, que estaba embarazada. Tiene, para ello, que superar muchos obstáculos: ella es joven, también está embarazada, tiene que ir a la montaña... Sin embargo, va en actitud de servicio y para compartir la buena noticia: ¡Dios está con nosotros!

A veces podemos deformar un poco nuestra vida religiosa si olvidamos estas cosas. Los sacrificios que Dios nos pide no tienen que ver con el sufrimiento, sino con la entrega. ¡Dios no se enoja cuando estoy contento ni me mira mal cuando estoy bien! El nuestro no es un Dios sediento de mortificaciones exageradas, ni se alegra de la desgracia humana. Lógico que las pruebas de la vida también pueden ser una experiencia profunda y valiosa. Todos sabemos que el dolor asumido y elaborado es muchas veces la ocasión para convertirse en un hombre nuevo, más fuerte, más libre, más maduro. Pero no es verdad que para agradar a Dios tenga que ofrecerle algo que me haga sufrir: Dios quiere la alegría, la felicidad, la plenitud de sus hijos. Lo que tengo que ofrecerle -esté alegre o triste, angustiado o sereno- es la disponibilidad de mi corazón: "aquí estoy...para lo que quieras".

¡Y seguro que experimentaremos que el "lo que quieras" es mucho más grandioso de lo que podemos imaginar!

P. Gerardo Galetto

No hay comentarios:

Publicar un comentario