Nuestra Señora de Belén

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Bautismos: segundo y cuarto domingo de cada mes.


Secretaría Parroquial


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Nuestro Párroco

Pbro. Daniel Gazze



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martes, 29 de diciembre de 2009

La presentación de Jesús en el Templo


Lc 2, 22-35
Cuando se cumplieron los días de la purificación de María, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor", y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor.

Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel". Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: "Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones".


Reflexión

No era necesario que María fuese a purificarse, pues era Inmaculada. Tampoco hacía falta presentar al Niño en el Templo, pues era más correcto que el Templo se presentase ante el mismo Dios hecho hombre. Pero así quisieron hacerlo José y María, por obediencia a la Ley.
Hay aquí una lección de humildad. No querían los padres escapar a ningún precepto de la Ley de Moisés. Simplemente amaban a Dios con toda el alma y querían obedecerle hasta en los mínimos detalles. No se sentían obligados, obedecían por puro amor.
Descubrimos también la condición social de José. La Ley prescribía el sacrificio de un cordero para las familias con más recursos económicos, o un par de tórtolas si eran pobres.
La sencilla acción de José y María tuvo una repercusión trascendental en la vida del anciano Simeón y de la profetisa Ana. De esta manera cumplió Dios lo que había prometido al justo y piadoso Simeón por una revelación particular del Espíritu Santo por la que “no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor”.
Podemos concluir esta meditación reflexionando sobre la importancia que tiene para los demás nuestra fidelidad a Dios en todo. Cumplir con nuestros deberes religiosos es fuente de bendiciones para los demás. Aunque no sea esa nuestra intención, podemos cambiar la vida de otras personas, como le sucedió a Simeón cuando la Virgen y su esposo acudieron al Templo.

Fuente: catholic.net

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